Kiri Ta Kanawa, en el nuevo montaje de "La flauta m¨¢gica, de Mozart
En tanto se busca al sucesor de Liebermann para dirigir la Opera parisiense, el p¨²blico llena cada d¨ª el Palais.Garnier para aplaudir discutir o protestar los montajes del antiguo responsable de la Opera de Hamburgo. Ahora se trata de La flauta m¨¢gica, una de las m¨¢s altas creaciones mozartianas y, tambi¨¦n, de las m¨¢s problem¨¢ticas. Las posibilidades de enfoque e .interpretaci¨®n de Il Flauto son muchas y van desde lo m¨¢s simple (teatro m¨¢gico y sobrenatural que Mila relaciona con los intentos de Gozzi frente a Goldoni) hasta lo m¨¢s complejo, simb¨®lico y sicoanal¨ªtico.Bergman, en el cine, nos dio testimonio de c¨®mo prefiri¨® huir de supuestos extramusicales para partir de la gran realidad: los pentagramas de Mozart, ese modelo feliz de montage des genres que nos llevan desde el lied popular al aria pasando por la narraci¨®n, lo serio, lo bufo, lo mel¨®dico, lo arm¨®nico, lo contrapunt¨ªstico, a trav¨¦s de una t¨¦cnica que (seg¨²n Nichel Beretti) utiliza ?la ruptura, la inserci¨®n, la repetici¨®n y el desplazamiento?. A trav¨¦s del dif¨ªcil y natural suceder m¨²sico-dram¨¢tico la m¨²sica impone su protagonismo. No en vano se ha podido afirmar que en Die Zauberfl?te importa m¨¢s que lo que pasa el c¨®mo pasa. En defipitiva: el discurso.
Teatro de la Opera
La flauta m¨¢gica, de Mozart. Directores: Zankl y B?hm. .ProMonistas: Kanawa, Moser, Perriers, Laubenthal, Workman, Talvela y Adam.
Asunto muy debatido es el de la significaci¨®n mas¨®nica de la ¨²ltima gran ¨®pera de Mozart. Qui¨¦n lo soslaya, como si ninguna importancia tuviera, qui¨¦n lo magn¨ªfica como si el prop¨®sito ¨²nico de Mozart al escribir Il flauto no fuera otro que el de propagar la ideolog¨ªa y los s¨ªmbolos mas¨®nicos. Verdad es que lo mas¨®nico est¨¢ en uno de los or¨ªgenes de? argumento (la novela Sethos del mas¨®n franc¨¦s Jean Terrasson, 1731), orientalista como orientales eran otras fuentes utilizadas por Schikaneder para el libreto. Jacques Challey en 1968 y su disc¨ªpulo Roger Cotte en una obra reciente (La musique maconnique, Par¨ªs, 1975), han precisado la simbolog¨ªa expl¨ªcita o impl¨ªcita en Die Zuberfl?te. De todo ello resultan a , spectos muy a tener en cuenta. Tal las dos columnas (Jakin y Booz), que figuran a la entrada de los templos de la masoner¨ªa en las que est¨¢n representados signos contrastantes: Luz y tinieblas, sol y luna, d¨ªa y noche, fuego y agua, oro y plata, hombre y mujer. Cualquiera que sea el valor que a tales motivaciones concedamos, ?no est¨¢ organizada La flauta desde una serie de fuerzas opositoras, a partir de esa ?guerra de sexos? que los lectores sicoanalistas de la obra sit¨²an en el coraz¨®n de la ¨®pera de Mozart?
De cualquier manera, la mise en sc¨¦ne y los decorados y figurines del montaje parisiense (Horst Zankl y Arik Brauer), con todo y ser originales y expresivos, tocados en ocasiones de una fantas¨ªa que Mannoni emparenta con el Bosco y Dal¨ª, subrayan de tal modo el contenido mas¨®nico de la pieza que m¨¢s bien parece que se dirigieran a torpes entendedores o analfabetos mozartianos. Al lado de tales evidencias nos proponen alusiones menos evidentes en direcci¨®n social o por v¨ªas sicoanal¨ªticas que, al no estar resueltas con claridad (no pod¨ªan estarlo quiz¨¢) envuelven el todo en un halo misterioso en el que, de pronto, se hace la luz como cuando aparece en escena la familia Papageno. Son las consecuen cias de excesivo trascendantalismo, de un querer llegar hasta todos los transfondos de Il flauto m¨¢gico. Entonces echamos de menos la ingenua lectura de Bergman en su film, acaso ce?ida a los resultados de la partitura mozartiana antes que buceadora en las premisas Massimo Mila es contundente ante la oculta problem¨¢tica de la obra: ?Tomar en serio -afirma- tantos conceptos abstrusos y querer buscar en la m¨²sica de Mozart rec¨®nditos presagios de elevados misterios y de metaf¨ªsicas alturas, es querer enga?arse a toda costa.? Es m¨¢s: la dualidad m¨²sica-libro est¨¢ subrayada por una enorme diferencia de nivel cualitativo con lo que, a diferencia de D. Juan, la conjunci¨®n palabra-pentagramas y la misma encarnaci¨®n del drama en la m¨²sica apenas existen. De ah¨ª que cualquier representaci¨®n de Il flauto nos deje insatisfechos si pensamos en algo m¨¢s que en la maravillosa creaci¨®n mozartiana.
En lo musical hay que destacar, sin dilaci¨®n, a Kiri Te Kanawa. Su presencia llena la escena y su voz, perfecta y c¨¢lida, discurre con facilidad en una mezcla de carne y m¨¢rmol. O lo que es lo mismo: serena majestuosidad cl¨¢sica y expresividad de inmediata eficacia. A prop¨®sito de esta interpretaci¨®n, la cr¨ªtica francesa ha recordado a todas las grandes Paminas (Seefried, Lemnitz, Janowitz, etc¨¦tera), sin que ninguna pueda ser considerada superior a la Kanawa. Edda Moser vence, con alguna dificultad, pero con suprema inteligencia, las dificultades de La reina de la noche. El p¨²blico se muestra implacable con ella sin que tal actitud llegue a justificarse. Dani¨¦le Perriers hace una refinada Papagena, excelentemente contestada por Papageno, William Workman. Sin restar m¨¦ritos a Horst Laubenthal (Tamino), justo es resaltar las magnificencias de Mart¨ª Talvela en Sarastro, con su nobleza de estilo y sus formidables graves y agudos. Todav¨ªa hemos de aludir a Theo Adam, espl¨¦ndido Narrador, as¨ª como a las damas de la noche y a los tres muchachos venidos de M¨¹nchen.
Cada d¨ªa, los asistentes a la representaci¨®n de La flauta m¨¢gica riden fervoroso homenaje a Carl B?hm. Homenaje, supongo, a una personalidad que ya es historia y que, a los 83 a?os, contin¨²a en la brecha. Su acreditada comprensi¨®n de Mozart queda deslucida por la evidente falta de vigor, cierta tendencia a lentificar los tempi e imprecisiones tan evidentes que no permiten a la orquesta la simultaneidad de los ataques. Pero el esp¨ªritu, la l¨ªnea y el ambiente mozartianos habitan muy vivos tras esas imperfecciones, seguro'produeto de la fatiga y el cansancio. Sobre todo: es Carl B?hm. ?Qui¨¦n le niega el aplauso?
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