Reflexiones de un historiador
Al clausurar el I Encuentro de Historia Contempor¨¢nea, organizado por la facultad de Filosof¨ªa y Letras de Palma de Mallorca, tuve el atrevimiento de proponer unos ?modelos? parciales de historia electoral con sus correspondientes unidades de an¨¢lisis. No se trata de replantear esa investigaci¨®n en las sumarias l¨ªneas que siguen, pero s¨ª de re pensar a la luz de categor¨ªas hist¨®ricas un hecho colectivo de tanto alcance como las elecciones del 15 de junio.En primer lugar, hay que estar en guardia contra toda comparaci¨®n f¨¢cil con las elecciones legislativas de la segunda rep¨²blica. A diferencia de cualquier otra historia electoral, la de Espa?a ofrece una soluci¨®n de continuidad de cuarenta a?os que implica variaciones estructurales en la demograf¨ªa, las clases sociales, los ?roles? hegem¨®nicos de fracciones de clase y, naturalmente, los aparatos de Estado, los partidos, las ¨¦lites pol¨ªticas, etc¨¦tera. No nos basta aqu¨ª con un previo estudio coyuntural, aunque sea necesario, con un examen de la campa?a electoral, etc¨¦tera. El t¨²nel ha sido demasiado largo y negro para que se puedan hacer comparaciones literales. Y, sin embargo, esas comparaciones interesan al historiador; no para obtener consecuencias pol¨ªticas al filo de la actualidad, sino para saber lo que ha cambiado en la historia de Espa?a y..., lo que el viento se llev¨®.
Por un lado, en cuatro decenios Espa?a se ha hecho pa¨ªs industrial, y en su bloque social dominante se percibe el paso de la hegemon¨ªa agraria a la financiera-industrial. Con todo, subsisten enormes desequilibrios de estructura socio-econ¨®mica, de poblaci¨®n, etc¨¦tera. Se ha operado tambi¨¦n una mutaci¨®n esencial de mentalidades, de enfoque del vivir.... con an¨¢logo fen¨®meno de desequilibrios.
Junto a esas transformaciones, hubo cuarenta a?os (m¨¢s de dos generaciones) de ausencia de informaci¨®n pol¨ªtica y de contrainformaci¨®n, rayana frecuentemente en la calumnia, de condicionamiento ideol¨®gico, primero en una sociedad concebida a estilo autoritario-rural, luego, en un impulso de ?desarrollismo consumista? que se intent¨® basar en la extirpaci¨®n de la conciencia socio-pol¨ªtica y en la sumisi¨®n a la tecnocracia. Y no olvidemos que fueron cuarenta a?os de robustecimiento del poder local, de los viejos caciques a los que se agregaron algunos nuevos, todo a trav¨¦s de ese tentacular Movimiento que control¨® -y con frecuencia paraliz¨®- el sistema nervioso del pa¨ªs y sus terminaciones. En cuanto a los centros -aparatos de Estado- fueron tambi¨¦n ocupados con talante patrimonial de ocupaci¨®n de fincas, que denotaba un relente feudal del que nunca careci¨® el totalitarismo franquista.
Pues bien; despu¨¦s de todo eso, el 80 % de un censo de veintid¨®s millones de espa?oles va a las urnas. Primera observaci¨®n: la participaci¨®n ha superado las cotas m¨¢s altas de nuestra historia electoral, es decir, el 72 % de las elecciones de 1936.
En aquellos a?os, el m¨¢s elevado abstencionismo correspondi¨® a C¨¢diz, M¨¢laga, Sevilla (prov.) -zona de influencia anarquista-, y a Pontevedra, Canarias, Huesca... Madrid, que en 1936 lleg¨® con un 77 % al porcentaje de votos m¨¢s alto de su historia; lo ha superado ahora ampliamente. Como ahora, tambi¨¦n entonces estuvieron en cabeza de la participaci¨®n Valencia, Zaragoza, Segovia, Toledo.
?Qu¨¦ decir de los resultados globales de la elecci¨®n? (Hacemos abstracci¨®n de alguna posible manipulaci¨®n aqu¨ª o all¨¢ que no creemos altere las grandes l¨ªneas tendenciales.) Ser¨ªa un error de bulto computar los votos de la UCI) en el mismo casillero que los ?cedistas? del 33 y 36. Hay, de entrada, una aceptaci¨®n del juego democr¨¢tico que no la habla en las reservas y ambig¨¹edades de la CEDA, que pol¨ªticamente contaba con una mayor¨ªa de neta derecha, sociol¨®gicamente de representantes de la gran propiedad agraria y como objetivo pol¨ªtico expl¨ªcito la contrarevoluci¨®n. Los votos UCD no se pueden computar monol¨ªticamente; hay en ella, desde los socialdem¨®cratas, liberales, etc¨¦tera, que son aut¨¦ntico centro, hasta conocidos miembros de la oligarqu¨ªa socio-econ¨®mica y altos cargos del Estado del antiguo r¨¦gimen. Una matizaci¨®n exacta de la UCD habr¨ªa que hacerla provincia por provincia; por otra parte, hay que computar en sus votos aquellos que inevitablemente arrastra siempre la fuerza magn¨¦tica del poder. Podr¨ªa avanzarse la hip¨®tesis de que el porcentaje total UCD (si los datos que obran en mi poder son ciertos, dado el lamentable retraso del escrutinio) se descompusiera en un 5 % por lo menos de aut¨¦ntico centro y un 30 % de derecha ?civilizada?, es decir, que admite el sistema democr¨¢tico y liberal basado en la convivencia.
Asunto distinto es AP, con su 8 % de neofranquismo autoritario, a lo que podr¨ªa a?adirse algo m¨¢s de 1 % reunido por distintos lalangismos y representantes del fascismo sin afeites. Cuarenta a?os de Poder no han hecho aumentar la audiencia electoral de una extrema derecha que anta?o era la de TYRE (tradicionalistas y mon¨¢rquicos de ?renovaci¨®n?, falangistas, etc¨¦tera). Pero en las elecciones de 1936, la existencia de un bloque de derechas borraba los contornos de los ultras.
En resumen, no ser¨ªa aventurado afirmar:
1. Que la extrema derecha, aquella que rechaza el sistema democr¨¢tico, ha quedado completamente fuera de juego, en su doble vergi¨®n neofranquista-tecnocr¨¢tica (AP) y franco-falangista, con frecuencia unidas (ej.: candidatura Arias-L de Tena al Senado).
2. Que el total de votos del centro y de la derecha no pasa del 40 % (del 45 % si incluimos lo que llamamos ?izquierda? de la UCD), mientras que en 1936 era por lo menos un 50 %.
3. La izquierda ten¨ªa en 1936 el 48,5 % si se le cuentan los nacionalistas vascos (hoy m¨¢s de izquierda que entonces). En 1977, los votos del PSOE, del PSP, del PCE, del nacionalismo vasco, del catal¨¢n, de la democracia cristiana, de los grupos de extrema izquierda no parecen diferir mucho del 50 % de votos emitidos. Queda en todo esto un margen de imprecisi¨®n hasta el resultado del escrutinio oficial.
?Quiere esto decir que nada ha cambiado desde hace cuarenta a?os? Ser¨ªa absurda semejante afirmaci¨®n. Si nos aproximamos observaremos los detalles del espectro electoral: m¨¢s del 43 % de electores han tomado una opci¨®n ?socialista? (contra el 24 % en 1933, ya que el Frente Popular nos impide la estimaci¨®n en 1936). El colosal ascenso del PSOE (con una probable relaci¨®n de casi 1 / 100 entre afiliado y elector, contra 1/25) en 1936, supone ante todo, la catalizaci¨®n de una corriente de izquierda y democr¨¢tica, pero de contornos todav¨ªa imprecisos, sin correlaci¨®n exacta con la implantaci¨®n org¨¢nica de dicho partido. Pero hay que a?adirle la corriente PSP y el hecho de que el PCE haya pasado del 2,5 %, en 1933, al porcentaje actual, a pesar de los in negables problemas a que tuvo que hacer frente. (Sin embargo, partido m¨¢s de militantes que de clientela electoral, la relaci¨®n afiliado/elector apenas ha cambia do en menos de cuarenta a?os; es decir, ha crecido m¨¢s en militantes, que en votos.)
En definitiva, no parece que la izquierda ni la derecha sean como las de 1936. Ni una ni otra quiere cortar puentes ni di¨¢logo; sus proyectos de sociedad son, probablemente, m¨¢s definidos, pero en ellos hay tambi¨¦n un lugar para el adversario.
Una aproximaci¨®n por circunscripciones y capitales al resultado electoral ofrece nuevos y sugestivos matices. Hay hechos impresionantes: Madrid, que ya en 1893 vota mayoritariamente a la izquierda, que vota mayoritariamente socialista en 1923 y en 1933, ofrece hoy (a pesar del aluvi¨®n del personal de servicios, burocracia ante todo, que el r¨¦gimen instal¨® en la capital) una mayor¨ªa de votantes de izquierda. Las aglomeraciones urbanas como Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, han mantenido su tradici¨®n de izquierda. Hay que matizar; en Barcelona, como en toda Catalu?a, la mayor¨ªa es hoy netamente catalana, pero tambi¨¦n de opci¨®n socialista, en sus variantes de PSC (por el cual entra el PSOE en Catalu?a, donde apenas tuvo nunca implantaci¨®n) y PSUC (comunistas catalanes). La fuerza hegem¨®nica catalana ha pasado de la peque?a burgues¨ªa de Esquerra a la clase obrera y sus partidos. En Vizcaya el progreso PSOE refleja tambi¨¦n una toma de posici¨®n pro autonom¨ªa mucho m¨¢s neta que en tiempo de los recelos de Prieto; en cambio, los comunistas no superando el 7,8 % de 1933 marcan un retroceso con respecto a sus resultados generales. No es el caso de Sevilla, tradicional basti¨®n del PC que obtiene el 13 % en toda la provincia, mientras que en 1933 tuvo ese porcentaje en la capital, pero el 4 % en la provincia. Sin embargo, lo sensacional y nuevo es el 36 % PSOE, en una zona donde jam¨¢s tuvo implantaci¨®n s¨®lida ni clientela electoral, consiguiendo ahora todo lo que antes fue electorado de partidos republicanos.
An¨¢loga observaci¨®n puede hacerse de Valencia, donde el 29 % del PSOE y el 10 % del PCE transforman el mapa electoral de anteguerra, ocupando el puesto de los republicanos all¨ª donde los partidos obreros ten¨ªan entonces posiciones m¨ªnimas. Cabe pensar, tanto en Sevilla como en Valencia, en un desplazamiento de parte de la influencia ejercida antes por la CNT.
En fin, el crecimiento de la izquierda en Zaragoza (brillantemente demostrado por el triunfo de la candidatura unitaria para el Senado) parece acompa?ar al empuje demogr¨¢fico de dicha ciudad.
En cambio, las zonas agrarias de ambas Castillas siguen la tradici¨®n de ser escenario de cacicadas y ?alcaldadas? y basti¨®n de la derecha. Y Andaluc¨ªa sigui¨® su .tradici¨®n de izquierda; de nada sirvi¨® a los propietarios de olivares de Ja¨¦n ofrecer quinientas pesetas por voto; los aceituneros prefieron darlos de balde al PSOE y a los otros partidos obreros (PCE y PSP) quienes, como en C¨®rdoba y M¨¢laga, totalizaron m¨¢s de la mitad de votos y de esca?os.
En fin, que la historia no est¨¢ inm¨®vil lo demuestra el caso de Navarra; por vez primera la derecha tradicional no tuvo mayor¨ªa. Bien es verdad que la Navarra agraria del viejo tiempo es hoy un pueblo de mayor¨ªa de poblaci¨®n y producci¨®n industriales.
Hacer m¨¢s observaciones seria caer en lo prolijo; sin embargo, es indispensable recordar que estas elecciones se hicieron: 1, despu¨¦s de cuarenta a?os de dictadura y contrainformaci¨®n; 2, con todo un aparato de poder y administraci¨®n local en manos de la derecha y extrema derecha; 3, privando de voto el 95 % de 750.000 ciudadanos espa?oles, residentes en Europa, cuya inmensa mayor¨ªa, ajuzgar por su inserci¨®n sociol¨®gica, hubiera votado por alguna de las candidaturas de izquierda.
La historia no ha pasado en balde; y si, por ejemplo, las transformaciones econ¨®micas, las aglomeraciones urbanas, el cambio de mentalidad de la Iglesia, de la mujer, etc¨¦tera, han sido factores de apertura, en cambio el martilleo de los mass media du rante cuarenta a?os, la ignoran cia total de la praxis democr¨¢tica, el miedo alimentado sin escr¨²pulos por la derecha, la ausencia de un engranaje administrativo democr¨¢tico, etc¨¦tera, han sido factores de retraso, as¨ª como de con fusi¨®n, en unas campa?as electorales masificadoras y tocando los resortes elementales del personalismo, a falta de planteamientos pol¨ªticos de alcance.
?Qu¨¦ consecuencias parecen desprenderse de las elecciones del 15 de junio? En primer lugar, que m¨¢s del 90 % de los espa?oles coincide en dar su consenso a la democracia y a sus reglas de juego. Por consiguiente, se ha evidenciado la impostura hist¨®rica de una dictadura que, en nombre de unos pretendidos valores eternos hab¨ªa privado de sus derechos c¨ªvicos a la inmensa mayor¨ªa del pa¨ªs.
En segundo lugar, se ha confirmado la tradici¨®n de pol¨ªtica avanzada en ciertas zonas (las m¨¢s industrializadas por un lado, pero tambi¨¦n, las del campo andaluz y del pa¨ªs valenciano; Catalu?a y Euskadi, pero tambi¨¦n Madrid) y de conservadurismo de ambas mesetas, de atraso de praxis pol¨ªtica en vastas zonas gallegas.
En tercer lugar, la evidencia de la voluntad de autonom¨ªa y autodeterminaci¨®n de los pueblos de Catalu?a y Euskadi, m¨¢s firmes que nunca en afirmar un hecho hist¨®rico, que quiso ser negado durante cuarenta a?os de vejaciones sin cuento.
En cuarto lugar, la sustituci¨®n de la derecha inmovilista, aquella de ?orden, religi¨®n, propiedad, familia y trabajo?, por una m¨¢s moderna, que admite el di¨¢logo y la movilidad. Al mismo tiempo, el territorio de una izquierda peque?o-burguesa, m¨¢s o menos jacobina, parece ocupado hoy por un socialismo, sin duda heterog¨¦neo y poco definido, pero que puede llegar a ser una fuerza de primer orden si no cae en la tentaci¨®n de un bipartidismo en que fuese el solo protagonista de izquierda. La opci¨®n ?socialismo?, sin exclusivismos partidistas puede llegar a ser la de la mayor¨ªa de los espa?oles.
Y, por ¨²ltimo, el resultado electoral wrifirma la voluntad popular de que, tras el vac¨ªo jur¨ªdico de cuatro decenios cubierto con remedos de leyes sedicentemente fundamentales, Espa?a vuelva a tener una Constituci¨®n que sea, a la vez, marco de convivencia y herramienta de progreso. Tambi¨¦n ah¨ª la historia nos ense?a que una Constituci¨®n no puede ser ni un instrumento de partido ni un simple enunciado de buenas intenciones. Las ilusiones rotas en otros tiempos (cuando los docea?istas de C¨¢diz, cuando Calatrava y Mendiz¨¢bal el 37, cuando la monarqu¨ªa democr¨¢tica el 69, cuando la ?rep¨²blica de trabajadores de toda clase? del 31) pueden convertirse en lecci¨®n provechosa para el 77. Pero ¨¦sta s¨ª que es otra historia...
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