La ra¨ªz del problema: no aplazar los cambios estructurales
Estamos ya tocando fondo en el proceso pol¨ªtico-econ¨®mico y el pa¨ªs, como en su momento predijimos (EL PAIS, 21 de noviembre de 1976: ?El precio de la reforma?), est¨¢ ya exang¨¹e, al borde de las coordenadas del subdesarrollo. El precio de la reforma pol¨ªtica hecha con sordina y toda clase de precauciones nos ha colocado en el umbral de una verdadera debacle econ¨®mica. La iniciativa de Su¨¢rez, mantenida en todo momento en el proceso pol¨ªtico-econ¨®mico, no puede sustraerse de la responsabilidad del costo social que el proceso reformista ha conllevado, y aunque ha llamado en su socorro a t¨¦cnicos de capacidad indiscutible las decisiones del restablecimiento econ¨®mico han de ser, y no puede ser de otra forma, pol¨ªticas y puramente pol¨ªticas. El pa¨ªs requiere que se acometan los cambios estructurales en profundidad y no el que se repita un plan de estabilizaci¨®n franquista o ?giscardiano?, que son pa?os calientes a un organismo que lo que necesita es una verdadera operaci¨®n quir¨²rgica.La declaraci¨®n del Gobierno en el d¨ªa 11 de julio viene a caer de nuevo en las alharacas giscardianas de presentar una serie de cambios aparentemente atrevidos, pero en el fondo no menciona ninguno de los problemas estructurales que el pa¨ªs tiene necesidad de abordar. De hecho, la consecuencia inmediata de la declaraci¨®n del Gobierno, sin duda destinada a agradar a la izquierda, va a ahuyentar los capitales y a disminuir la propensi¨®n a la inversi¨®n sin, por otra parte, reducir ni la inflaci¨®n ni la propensi¨®n al consumo.
El pa¨ªs vive prisionero de un cr¨¦dito angosto, de un mercado de capitales raqu¨ªtico, de una falta total de transparencia contable, de una ausencia de recursos fiscales modernos debidamente inscritos en un marco de justicia social, de unas estructuras agr¨ªcolas desproporcionadas y descapitalizadas. El pa¨ªs se agota pagando royalties por productos de f¨®rmulas similares que inundan nuestros mercados sin significar un aporte social. La descapitalizaci¨®n de nuestras empresas, la falta de inversi¨®n, las dr¨¢sticas reducciones de los capitales extranjeros est¨¢n imposibilitando un relanzamiento que el pa¨ªs pide y necesita. El querer ampararse en que la inflaci¨®n es importada o en el costo de los crudos de petr¨®leo o en cualquier otro pretexto no conduce m¨¢s que a querer aplazar sine die los cambios estructurales que el pa¨ªs reclama. Pero tambi¨¦n el presentar un plan de recaudaci¨®n de impuestos sin un contexto previo de revisiones del marco institucional en que se mueve nuestra econom¨ªa, sin un plan de ajuste y sin, lo que es m¨¢s grave, un equipamiento de la maquinaria administrativa que posibilite una adecuada ejecuci¨®n, es algo as¨ª como empezar la casa por el tejado. La lectura del ministro Camu?as en televisi¨®n pudo asustar sin necesidad la incipiente confianza del empresario y del inversor.
Por otra parte, las manipulaciones constituyentes llevadas a cabo desde el Poder para propiciar un marco pol¨ªtico constitucional han venido a reconducirnos a un esquema de fuerzas similar al de los dem¨¢s pa¨ªses latinos, con una bipolaridad que lleva dentro de s¨ª la carga de una dial¨¦ctica de antagonismos pugnaces que pueden terminar tambi¨¦n en un enfrentamiento pol¨ªtico de consecuencias nefastas para nuestra econom¨ªa. El presidente Su¨¢rez, en su intento electoral, ha fracasado en la construcci¨®n de una mayor¨ªa suficiente para un adecuado Gobierno y ha creado un instrumento de tipo institucional -la UCD- cuyo funcionamiento s¨®lo puede estar asegurado en la medida en que se obtiene una holgada proporci¨®n de votos, como ha sido el caso del ?gaullismo? o del ?PRI Mexicano?. Pero con un equilibrio de fuerzas tan justo como al que ha abocado las elecciones del 15 de junio, el panorani a pol¨ªtico cambia sustancialmente porque una democracia dirigista no puede llevarse a cabo con una oposici¨®n importante, ya que se ve obligada constantemente a hacer medidas de agrado, como las que comentamos, que no se inscriben en una pol¨ªtica coherente. Este es tambi¨¦n el caso del ?compromiso hist¨®rico? italiano, que b¨¢sicamente consiste en obtener el visto bueno del Partido Comunilta para cada una de sus decisiones econ¨®micas.
Su¨¢rez pens¨®, all¨¢ en los idus de marzo, al concebir la ley Electoral, que la Uni¨®n del Centro -entonces Centro Democr¨¢tico- iba a gobernar sobre unas C¨¢maras atomizadas con representaciones fragmentarias de lo que entonces se llamaba ?la sopa de letras?. Pero, al provocar la uni¨®n de sectores m¨¢s conservadores, incidi¨® sobre la din¨¢mica pol¨ªtico-social, originando por reacci¨®n el agrupamiento de las fuerzas partidarias del cambio en torno al Partido Socialista Obrero Espa?ol.
El vivo deseo popularmente compartido de independizar la pol¨ªtica del pa¨ªs de la oligarqu¨ªa tradicional condujo a los espa?oles a votar algo que no les hiciese depender de una manipulaci¨®n pol¨ªtica interior con una tem¨¢tica importada pero sujeta a intereses de grupos nacionales. La naci¨®n quiere un establecimiento claro de las prioridades, de las necesidades y de las exigencias. El pueblo espa?ol, en ¨²ltima instancia, no quiere seguir acurri?ando beneficios nominales de una moneda devaluada de hecho y de derecho , y por tanto, las exigencias de una mutaci¨®n habr¨¢n de aflorar. La naci¨®n quiere su soberan¨ªa y de esta forma quiere ejercitarla.
El situar en el mapa pol¨ªtico espa?ol a una izquierda-testigo no legitima la validez pol¨ªtica de una democracia, ni la congruencia de unas medidas econ¨®micas, si no se otorga completa viabilidad social. Si la sociedad sigue ocluida y manejada por unos cuadros para hacer pervivir un sistema de corte patemalista, si se mantiene en nuestra econom¨ªa el sistema operativo de nuestra estructura bancaria con sus ?circuitos privilegiados? y toda la gama de medidas obstructivas de los mercados de capitales funcionando bajo un r¨¦gimen de escasez y carest¨ªa del dinero, seguiremos estando en un sistema autoritario, sin que importe el que la izquierda deje o no deje de aprobar unas ciertas medidas. La presencia de la izquierda es un componente m¨¢s de una estructura democr¨¢tica pero no es el ¨²nico. Una izquierda maximalista pudiera contribuir muy eficazmente al mantenimiento de una estructura de Poder restrictiva y malthusiana como la espa?ola. La soberan¨ªa no pertenece a los partidos, por muy fuertes y bien intencionados que ¨¦stos pudieran ser, sino a la naci¨®n. Y la naci¨®n, para manifestarse, necesita como elemento b¨¢sico estructural la libertad total entendida como reflejo activo de las fuerzas soci¨¢les y no como regulaci¨®n formal desde un poder omnipresente. La libertad no es un divertimento para periodistas sino un ejercicio sustancial para los ciudadanos. En Espa?a hemos pasado de un elitismo a otro y de un triunfalismo a otro triunfalismo. Los parches econ¨®micos con qu e se pretende apuntalar un sistema decr¨¦pito son s¨®lo viables en un contexto en que la derecha quiere ganar la partida por apuntarse a un reformismo puramente verbal. ?O es que vamos a movernos ahora en un marco que no es el capitalismo europeo? ?O es que tal vez ahora s¨®lo hay que hacer una reforma fiscal sin tocar los bancos, las cajas de ahorros, el Tribunal de Cuentas, el control del gasto p¨²blico? ?No hay mil cosas profundas que hacer en este pa¨ªs y permitir a los ciudadanos el ajuste a m¨®dulos nuevos planteado con realismo?
La ra¨ªz del problema est¨¢ en que la naci¨®n entera sumi¨® su compromiso hist¨®rico de abordar los cambios estructurales que el pa¨ªs necesita y no en aplazarlos una vez m¨¢s, ad calendas grecas, aunque para ello se utilice la coartada de la reforma fiscal.
El actual Gobierno, a pesar de su composici¨®n heterog¨¦nea, est¨¢ suficientemente equipado y respaldado para emprender las reformas econ¨®micas de base a que nos referimos y que tal vez actualmente no menciona para evitar el desagrado de los sectores m¨¢s conservadores. Pero en estos momentos, en que se empieza una andadura pol¨ªtica y econ¨®micos, no basta con lo que habitualmente se llaman ?medidas?, sino con un programa global que d¨¦ a nuestro sistema financiero, pol¨ªtico y econ¨®mico la coherencia y el alcance que necesita para desterrar de nuestro pa¨ªs la ¨ªnjusticia fiscal y la falta de cauces c¨ªvicos para el control del gasto p¨²blico. No se trata de mirar a derecha e izquierda para ver a qui¨¦n se agrada o a qui¨¦n se molesta, sino en implantar un plan objetivo que al menos nos coloque en las cotas en que se encuentran los pa¨ªses de la Europa occidental.
En ¨²ltima instancia, los espa?oles no estamos esperando medidas m¨¢s o menos sorprendentes ni m¨¢s o menos atrevidas cuyo efecto pudiera ser la p¨¦rdida de confianza en la actividad econ¨®mica, sino el advenimiento de un sistema m¨¢s justo de reparto social.
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