No ser¨¢ f¨¢cil la negociaci¨®n
Delegado del Consejo General de C¨¢maras de Comercio Industria y avegaci¨®n de Espa?a ante las Comunidades EuropeasAunque la adhesi¨®n de Espa?a a las Comunidades resulta necesaria, nuestra candidatura aparece, en cierto modo, problem¨¢tica por el contexto de tensi¨®n comercial en que se inserta y por los aparentes problemas que su aceptaci¨®n plantea. Esta situaci¨®n debe, no obstante, conducirnos a una reflexi¨®n serena, no apasionada, y a decir en Europa las verdades calladas.
El marco comercial inmediato
Las relaciones hispano-comunitarias no son ¨²nicamente el reflejo de posiciones filos¨®ficas o culturales, sino tambi¨¦n de la realidad tangible de intercambios comerciales, de competencia entre productos y de diversidad de intereses que se manifiestan tanto a nivel de las relaciones de hoy como a nivel de la presentaci¨®n de la candidatura de adhesi¨®n.
Las dos cuestiones b¨¢sicas con las que nos enfrentamos son: la resoluci¨®n del protocolo de adaptaci¨®n a nueve del acuerdo de 1970 y la aceptabilidad de la candidatura de adhesi¨®n.
Ambas cuestiones est¨¢n ¨ªntimamente relacionadas, porque en la medida en que la candidatura sea veros¨ªmil la ¨®ptica de la conclusi¨®n del protocolo ser¨¢ igualmente distinta, de la misma forma que ser¨¢ m¨¢s f¨¢cil llegar a un entendimiento positivo en materia de pesca.
Esta es, a mi juicio, una de las razones importantes que han movido al Gobierno espa?ol a presentar con tanta rapidez la candidatura de adhesi¨®n. El prisma de enjuiciamiento de las relaciones inmediatas debe, as¨ª, ser distinto.
Hagamos un poco de historia. En 1970, bajo el signo exclusivo de las relaciones comerciales y de relaciones mediterr¨¢neas, pero con el sobreentendido deseo de unas relaciones de otro orden, es decir, de relaciones de adhesi¨®n cu¨¢ndo los condicionamientos pol¨ªticos desaparecieran, Espa?a concluy¨® con los seis un acuerdo comercial preferencial, vigente desde el 1? de octubre de 1970.
En 1973 las Comunidades se ampliaron mediante el ingreso de Dinamarca, Irlanda y el Reino Unido, lo que provoc¨® la necesidad jur¨ªdica de adaptar nuestro acuerdo a los nuevos miembros y la exigencia econ¨®mica de obtener compensaciones comerciales.
Si la estructura y peso espec¨ªfico de las exportaciones agr¨ªcolas de Espa?a a los tres hubiese sido id¨¦ntica a la estructura e importancia de los intercambios con los seis, no se habr¨ªa planteado ning¨²n problema serio, bastando con trasponer a los tres el acuerdo en vigor.
Ahora bien, la situaci¨®n no era similar, por lo que se plantearon, ya desde 1972, negociaciones de compensaci¨®n, r¨¢pidamente transformadas, desde mediados de 1973, en otras tendentes a profundizar las mutuas relaciones comerciales, mediante la introducci¨®n del libre cambio industrial, acompa?ado de un margen superior de preferencia agr¨ªcola cuyo l¨ªmite era el de la no discriminaci¨®n.
En el curso de estas negociaciones apareci¨® el hecho fundamental de la transformaci¨®n pol¨ªtica de Espa?a y de su evoluci¨®n hacia un sistema institucional homologable con el resto de las democracias europeas, lo que ocasion¨® el replanteamiento general de la pol¨ªtica exterior de Espa?a y, por consiguiente, de las relaciones con la Comunidad.
Desaparecidos los condicionantes pol¨ªticos, el nuevo horizonte europeo de Espa?a no es sino el de la adhesi¨®n a las Comunidades como miembro de pleno derecho, y bajo esta ¨®ptica comenz¨® a enfocarse, incluso, la resoluci¨®n del contencioso inmediato: el protocolo de adaptaci¨®n a nueve del acuerdo de 1970, concebido no ya como la regulaci¨®n a largo plazo de las relaciones comerciales, sino como puente o relais que cubriera el interregno del presente con el futuro inmediato.
Circunstancias adversas
Sin embargo, la conclusi¨®n de este protocolo no ha sido, ni sigue si¨¦ndolo, tarea f¨¢cil, por diversas circunstancias:
Inicialmente, los comunitarios no creyeron ni en la rapidez con que se ha producido el cambio, ni en la serenidad del mismo (sobre todo porque ten¨ªan presente el caso de Portugal), y ante sus l¨®gicas dudas prefirieron atar cabos en su beneficio, por si Espa?a no estuviera en condiciones o no quisiera solicitar la adhesi¨®n. Espa?a no acept¨® las propuestas.
Italia, en segundo lugar, se estima lesionada por la red de acuerdos mediterr¨¢neos, se considera la ¨²nica pagana y bloquea cualquier concesi¨®n adicional agr¨ªcola a terceros, sin la previa adopci¨®n de un programa de compensaci¨®n en favor de Italia, programa que a¨²n est¨¢ pendiente de debate serio en el Consejo de Ministros de la CEE.
Cubierta en materia agr¨ªcola por la postura de Italia, Francia, por ¨²ltimo, ha introducido un planteamiento industrial diciendo, primero, que el acuerdo de 1970 estaba desequilibrado en favor de Espa?a y pidiendo, adem¨¢s, un desarme adicional industrial, por parte de Espa?a, como medio id¨®neo para prepararse progresivamente a una de las exigencias b¨¢sicas de la adhesi¨®n, a saber, la libre circulaci¨®n de mercanc¨ªas..
Por la conjunci¨®n de estos tres factores, en el curso de los ¨²ltimos meses, la Comisi¨®n ha sido incapaz de redactar un mandato de negociaci¨®n aceptable por sus Estados miembros y por Espa?a.
En efecto, lo que conven¨ªa a Inglaterra no conven¨ªa a Italia ni Francia, y lo que conven¨ªa a Francia e Italia no pod¨ªa convenir, de ninguna manera, a Espa?a.
Para salvar la situaci¨®n y la necesidad jur¨ªdica de extender a nueve el acuerdo de 1970 se ha llegado a una soluci¨®n pragm¨¢tica que no es sino un parche transitorio que permite, mediante decisiones aut¨®nomas, que Espa?a aplique a Inglaterra, Dinamarca e Irlanda el contenido del acuerdo de 1970, y viceversa. Pero esta soluci¨®n no resuelve el problema b¨¢sico de compensaciones a Espa?a, ni suprime el trato discriminatorio en productos agr¨ªcolas, ni establece un marco duradero para las relaciones comerciales hasta el momento de la adhesi¨®n.
Por ello, despu¨¦s del verano volver¨¢n a comenzar las negociaciones que permitan concluir un protocolo o un acuerdo relais, dentro de la ¨®ptica de la adhesi¨®n. De ah¨ª la importancia de la introducci¨®n de la candidatura cuanto antes, para empezar a reflexionar como partenaires y no como terceros.
Sin embargo, habr¨¢ que ver, en los pr¨®ximos meses, si las Comunidades y sus Estados miembros manifiestan en sus actos un comportamiento que corresponda a nuestras necesidades y prop¨®sitos y que contribuya a disipar el clima de tensi¨®n comercial existente, que plantea, en la base, un problema mucho m¨¢s delicado, al que la Comunidad debe prestar extraordinaria atenci¨®n porque, en la medida en que se es cre¨ªble, se es deseable, y, hoy, la Comunidad, o al menos algunos de sus Estados, no tienen un comportamiento muy fiable.
Este problema es crucial y puede tener un alcance insospechado, pudiendo contribuir al alejamiento pol¨ªtico y econ¨®mico de Europa.
Crisis de fiabilidad
El ?tira y afloja? de las negociaciones, la aplicaci¨®n sistem¨¢tica de injustificadas cl¨¢usulas de salvaguardia, el ego¨ªsmo que revela la parquedad de ciertas concesiones agr¨ªcolas ocasionan una crisis de fiabilidad.
En su vertiente interna, es decir, nuestra, puede hablarse de decepci¨®n pol¨ªtica. En efecto, despu¨¦s de haberse dicho en m¨²ltiples ocasiones ?que Europa sin Espa?a estaba incompleta y que una Espa?a democr¨¢tica podr¨ªa y deber¨ªa integrarse en las CE?, se tiene la impresi¨®n de que ciertas fuerzas pol¨ªticas europeas tienen un doble lenguaje: el que utilizan en nuestro pa¨ªs cuando vienen a sostener la acci¨®n de sus hom¨®logos y el que emplean frente a su electorado nacional o ante las instituciones comunitarias.
De aqu¨ª nace la primera decepci¨®n exterior: cuando nos encontramos en el umbral de la democracia, salvo excepciones, no o¨ªmos m¨¢s que declaraciones de prudencia procedentes de hombres pol¨ªticos de grandes pa¨ªses europeos. Estas declaraciones son preocupantes porque obedecen a concepciones meramente mercantiles o ego¨ªstamente electorales. Las declaraciones de los llamados peque?os pa¨ªses, aunque prudentes, las considero positivas porque su an¨¢lisis quiere impedir la disoluci¨®n de Europa en una vasta zona de libre cambio y exigen el refuerzo de la integraci¨®n y la existencia de una voluntad pol¨ªtica.
En Francia, por ejemplo, los dirigentes del Gobierno y de la Oposici¨®n han expresado en numerosas ocasiones su deseo de que Espa?a se adhiera a la CEE, pero hoy el Gobierno se calla o lo dice entre dientes; el se?or Chirac se manifiesta claramente en contra, por las implicaciones agr¨ªcolas, y el se?or Mitterrand declara en Espa?a que s¨ª, en Europa que menos y presiona en contra en Bruselas.
La raz¨®n de este comportamiento es obvia: la pr¨®xima cita electoral en Francia, en la primavera de 1978. Debido al estrecho margen mayoritario con que se mueven los bloques, todos los l¨ªderes pol¨ªticos van a la captaci¨®n del elector.
La segunda decepci¨®n exterior procede de la propia situaci¨®n de la integraci¨®n europea porque no se ve la voluntad pol¨ªtica de progresar en el camino de la uni¨®n europea. En efecto, desde la aparici¨®n de la crisis energ¨¦tica, los pa¨ªses de la Comunidad han acentuado sus divergencias y eminentes oradores han venido a decirnos que Europa est¨¢ en crisis, han dicho incluso que est¨¢ moribunda, lo que hace que l¨®gicamente nos interroguemos sobre la duraci¨®n y conveniencia de un matrimonio que estamos dispuestos a pactar y consumir.
El conjunto de estos factores internos y externos y de presi¨®n econ¨®mica cuando, desaparecidos los condicionantes pol¨ªticos, hemos manifestado nuestra intenci¨®n de adherir a las Comunidades de acuerdo con nuestra propia voluntad, que coincide, adem¨¢s, con lo que pol¨ªticamente nos vienen manifestando desde hace a?os los Gobiernos, instituciones, partidos pol¨ªticos y organizaciones sindicales de la Europa comunitaria, hacen que no veamos muy claro que las fuerzas pol¨ªticas europeas apoyen de forma decisiva la candidatura espa?ola, necesaria, sin embargo, para la estabilizaci¨®n pol¨ªtica y para el planteamiento de un programa econ¨®mico en funci¨®n de nuestra primera realidad tangible, que es el entorno europeo de nuestro comercio y de nuestra econom¨ªa.
Espa?a, ante su delicada situaci¨®n econ¨®mica, necesita ser ayudada por la Europa comunitaria, y la mejor ayuda que ahora puede d¨¢rsenos es de tipo comercial.
De no hacerlo as¨ª, la Comunidad dejar¨¢ pasar una ocasi¨®n hist¨®rica y justificar¨¢ la desconfianza de nuestros ministros econ¨®micos y de nuestros operadores industriales a la hora de profundizar las relaciones econ¨®micas en el pr¨®ximo oto?o.
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