Catalanes en Madrid
Senador de Entesa dels Catalans por Tarragona
A mi vecino de esca?o, senador democr¨¢tico aragon¨¦s, que parece complacido por esta nueva contig¨¹idad.Por los pasillos de las Cortes, a ra¨ªz de un desafortunado incidente period¨ªstico, he o¨ªdo decir que el diario EL PAIS ofrec¨ªa tribuna a los pol¨ªticos catalanes para un intercambio prometedor de opiniones libres. Y en los mismos ambientes constato, por otra parte, graves deficiencias de interpretaci¨®n, por lo que se refiere a la posici¨®n pol¨ªtica de la minor¨ªa Entesa dels Catalans, que monopoliza pr¨¢cticamente la representaci¨®n del Principado en la ?Alta C¨¢mara?. Las presentes l¨ªneas intentan aclarar al lector espa?ol libre de prejuicios que es, en realidad, este grupo pol¨ªtico.
Entesa puede traducirse al castellano, seg¨²n el diccionario, como ?acuerdo?-, ?inteligencia? o ?trato?. La variedad de sentidos indica que nos hallamos ante una de estas palabras depositadas en el acervo ¨ªntimo de la lengua, delatoras casi siempre de sutiles rasgos de sicolog¨ªa colectiva. Toda la historia de Catalu?a es una b¨²squeda, tantas veces fracasada, de esta ?entesa?, de este ?pacto?.
El n¨²cleo originario de la minor¨ªa se compone de doce senadores, suma de los tres elegidos por mayor¨ªas en cada una de las cuatro demarcaciones electorales del Principado de Catalu?a. Todos ellos, beneficiarios de unas votaciones positivas de rango plebiscitario. El autor de estas l¨ªneas, entre diecis¨¦is candidatos, obtuvo el 49,6% de los votos. Los componentes de la candidatura de Barcelona rebasaron holgadamente a¨²n el 50%.
A este n¨²cleo, se han unido despu¨¦s de las elecciones, en Barcelona, L¨¦rida y Gerona, los tres senadores elegidos por minor¨ªas, a saber, el independiente Xirinacs, m¨¢s dos militantes de Convergencia Democr¨¢tica, el partido que encabeza Jordi Pujol. Y m¨¢s tarde, iniciadas las tareas parlamentarias, se han adherido a la minor¨ªa con sujeci¨®n al reglamento provisional de las Cortes, los senadores por designaci¨®n real Maurici Serrahima y Josep-Mar¨ªa Soc¨ªas, cuya significaci¨®n, notoria para los conocedores de la pol¨ªtica catalana, no creo que exija ahora examen m¨¢s detenido.
El nacionalismo es base com¨²n de los hombres de la Entesa inicial. Y en cuanto a patriotismo, tanto de ellos como de los adheridos posteriormente, ostentan todos un historial antiguo y sin tacha. Se trata de una caracter¨ªstica com¨²n a todo el grupo, compacta, rotunda y clara. Esta homogeneidad en una actitud c¨ªvica constituye la caracter¨ªstica fundamental de la minor¨ªa parlamentaria Entesa dels Catalans, y, a la vez, creemos, un excepcional acontecimiento hist¨®rico: en la actualidad, los diecisiete senadores ostentan la representaci¨®n v¨¢lida y pr¨¢cticamente un¨¢nime de Catalu?a en el Senado (1).Referi¨¦ndonos ahora de modo estricto a los doce senadores del grupo originario, es decir, a los tres hombres que en cada una de las cuatro demarcaciones electorales encabezaron las votaciones, siempre a gran distancia de sus inmediatos seguidores (a menudo, como en el caso de Tarragona, dobl¨¢ndoles en n¨²mero de votos), al com¨²n rasgo de catalanismo rotundo a?aden -a?adimos- una nota peculiar: representamos a la vez en una grand¨ªsima proporci¨®n el voto de los grupos de inmigraci¨®n asentados en las zonas industriales que circundan Barcelona, Tarragona y dem¨¢s centros fabriles catalanes. Para una interpretaci¨®n socio-pol¨ªtica correcta del hecho excepcional de la Entesa como minor¨ªa parlamentaria, este dato es tambi¨¦n fundamental.
Pero como el presente texto no tiene mayor alcance que el de expresar una interpretaci¨®n subjetiva determinada, la de su autor, miembro de la minor¨ªa parlamentaria, sin especiales facultades de representaci¨®n, ni portavoz titulado; al llegar aqu¨ª, prefiero descender al terreno de la an¨¦cdota, sin abdicar, por otra parte, en mis pretensiones informativas, aunque disculp¨¢ndome, al sumirme aun mas en tal subjetividad ante mis compa?eros de la Entesa.
A finales del verano de 1936, el autor de estas l¨ªneas hab¨ªa cumplido nueve a?os. Habitaba por entonces en un piso peque?o-burgu¨¦s del barrio portuario de Tarragona. Los balcones del piso se abr¨ªan a la calle principal que da acceso, desde los muelles, al centro de la peque?a ciudad. Me gustaba por entonces pasar largos ratos en el balc¨®n, jugando o mirando a la calle. No puedo decir, asomado: apenas mi barbilla alcanzaba la baranda de hierro, herrumbrosa y siempre f'r¨ªa.Desde aquella modesta miranda fui espectador de escenas que m¨¢s tarde aprend¨ª a considerar dram¨¢ticas: conducciones de detenidos hacia los viejos barcos convertidos en c¨¢rceles flotantes, entierros de v¨ªctimas de las luchas pol¨ªtico-sociales (la ?Casa del Pueblo? se hallaba en la misma acera, cien metros m¨¢s arriba), manifestaciones de j¨²bilo popular al llegar las noticias de que se hab¨ªa yugulado la sublevaci¨®n de los militares de Barcelona (la guarnici¨®n tarraconense no se sublev¨®). A pesar de mi poca edad, muchas de estas escenas se me grabaron fuertemente en el entendimiento.
Un buen d¨ªa, bajo mi observatorio, vi aparecer unos seres de apariencia ex¨®tica, incluso para el espectador habitual de un barrio cosmopolita. Hombres maduros, mujeres, ni?os, ataviados todos de la manera m¨¢s pintoresca. Calzones, medias, pa?uelos, refajos, como en un cuadro de costumbres del siglo XVIII. Los personajes no circulaban: se agrupaban sin rumbo claro, y nos contemplaban, a los tarraconenses, con escasa ilusi¨®n, aunque con alguna curiosidad de la misma naturaleza que la nuestra hacia ellos. M¨¢s exactamente: su mirada erraba con una triste expresi¨®n de extra?eza, en el sentido m¨¢s literalmente afligido de esta palabra.
Se trataba, me explicaron poco despu¨¦s los mayores, de una expedici¨®n de labradores extreme?os, huidos de las columnas de los sublevados que, procedentes del sur, se dirig¨ªan a Madrid. Los fugitivos, embarcados despu¨¦s de dram¨¢ticos avatares en puertos remotos, hab¨ªan desembarcado ahora en mi tierra como refugiados de guerra.
-Ahora s¨¦ que en la mirada alucinada de muchos de aquellos seres persist¨ªa a¨²n el reflejo de im¨¢genes sangrientas. Quiz¨¢ hermanos, amigos, hab¨ªan quedado para siempre en la plaza de toros de Badajoz o en qui¨¦n sabe cu¨¢les otras tristes encrucijadas.Pues bien: los refugiados de aspecto forastero, b¨¢rbaro, tambi¨¦n en el sentido etimol¨®gico del adjetivo, se quedaron por el momento en Tarragona, y m¨¢s adelante, compartimos con ellos los refugios antia¨¦reos improvisados, cuando los aviones bombardearon y destruyeron nuestras casas (entre ellas, el piso peque?o-burgu¨¦s de mis balcones). Los j¨®venes que iban con el grupo, codo a codo con los mozos catalanes, marcharon al frente; los que no cayeron en la carnicer¨ªa del Ebro, m¨¢s tarde, cuando la gran derrota, otra vez codo a codo, formaron con los catalanes las interminables columnas de la retirada, bajo la metralla de aquellos mismos aviones; juntos, unos y otros, pasaron primero el tiempo de c¨¢rcel o de campo de concentraci¨®n, m¨¢s adelante, los a?os del hambre, hasta que, muy despacio, muy despacio, las cosas mejoraron y llegaron tiempos menos duros.
Ahora, los nietos, escuchan en los entoldados a Llach y a Raimon, y en los m¨ªtines, por las plazas y campos de f¨²tbol de Catalu?a, gritan a voz en cuello: Llibertad, amnist¨ªa, Estatut d'Autonomia!, y cantan Els Segadors. El nomia!, y cantan El Segadors. El himno, lo cantan con un animoso aire peculiar, que muchos de nosotros no alcanzamos a darle: se han enterado de que estos segadors, segadores, no eran m¨¢s que campesinos, como sus abuelos, que iban a jornal, a la siega, v¨ªctimas muy antiguas de lo que ahora pomposamente decimos: el paro estacionario. Como muchos de ellos, a¨²n hoy, van al sur de Francia, a la vendimia.
Mi compa?ero de esca?o, Candel, ha dedicado toda una gran vocaci¨®n a los inmigrantes andaluces. A m¨ª me gusta recordar adem¨¢s la llegada de aquellas pobres gentes de Extremadura, hoy carne ya de nuestra carne catalana. Para sus nietos, ya, las v¨ªctimas reci¨¦n llegadas del paro andaluz son ?unos nuevos catalanes?, aspirantes solamente a la plenitud de una nueva vida, democr¨¢tica, sin explotadores, libre.Unos y otros, en realidad, han venido a compartir una gran herencia, de glorias catalanas, y de errores, no menos catalanes... El pasado tornasolado de mi naci¨®n.
Los senadores de la Entesa traemos su voto. Y nos sentimos, a nuestra vez, en este Madrid tan diferente, capital y corte, en donde solicitar la amnist¨ªa es hacer el payaso, nos sentimos de alg¨²n modo ?los nuevos castellanos?, pues esperamos, quiz¨¢ con excesiva ingenuidad, despu¨¦s de tantos a?os de est¨²pida persecuci¨®n de nuestra cultura, de nuestro ser, hallar unas nuevas generaciones que no nos sean hostiles, que quieran buscar con nosotros un ma?ana democr¨¢tico y libre.
Libres, quiz¨¢ estos ?nuevos castellanos? dir¨ªan entonces, s¨®lo entonces: Nuestra herencia es vuestra herencia.
Sin desalentarnos ni perder la paciencia, otra vez. Como en 1888,1898,1907,1911,1917, 1932, en 1977 llegamos a Madrid a dialogar en paz, a intentar el pacto, esto que nosotros llamamos la entesa...
(1) El cuarto senador elegido por Tarragona (cuarto por orden de votos) pertenece a la Uni¨®n del Centro . En cuanto digo, jam¨¢s cuestiono ni la validez y plenitud de su representaci¨®n, ni mucho menos, su patriotismo: simplemente, carezco de t¨ªtulos para sujetarle a consideraciones que podr¨ªa ¨¦l despu¨¦s leg¨ªtimamente matizar, no ya impugnar. Ruego al amigo y doblemente colega que interprete seg¨²n lo expuesto el presente art¨ªculo.
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