El pe¨®n Curro Alvarez, en funciones de director de lidia
El inter¨¦s de la corrida se centr¨® en el cuarto de la tarde, que era m¨¢s bien peque?o y contrastaba con las moles que, antes y despu¨¦s, aparecieron por los chiqueros. Pero toro-toro, sin ning¨²n g¨¦nero de dudas, con la seriedad caracter¨ªstica, el trap¨ªo exigible, hasta de sobra; astifinas defensas. De manera que estamos en que cada ganader¨ªa tiene su tipo, y si los de Albarr¨¢n salieron grandones, ese cuarto de Marib¨¢?ez, sobrero, sali¨® chiquito, pero macizo y mat¨®n.Y el marib¨¢?ez, manso a modo, se ense?ore¨® en un principio, hasta que le tom¨® en su capote el pe¨®n Curro Alvarez, y all¨ª no hubo m¨¢s mando que el del torero. La vuelta al redondel oblig¨® a dar el toro, para poder picarle, porque, despu¨¦s de que derrib¨® con aparato en el primer puyazo, al sentir el escozor del hierro hu¨ªa despavorido. Pero poco pod¨ªa huir, pues r¨¢pidamente le met¨ªa Alvarez el percal en la cara, le somet¨ªa, y, casi siempre, al relance, volv¨ªa a colocarle bajo el caballo.
Plaza de las Ventas
Buena entrada. Cinco toros de Luis Albarr¨¢n, bien presentados, con cuajo, c¨®modos de cabeza; cuatro de ellos cojos, el primero fue devuelto al corral por este motivo; cumplieron en el primer tercio -salvo el ¨²ltimo, manso- y en l¨ªneas generales resultaron manejables. Y un sobrero de Marib¨¢?ez (cuarto), terciado, serio y bien armado, manso y peligroso. Juan Jos¨¦: Cinco pinchazos (aviso con un minuto de retraso), otro pinchazo y descabello (silencio). Bajonazo descarado (pitos). Antonio Rojas: Dos pinchazos, otro hondo y ca¨ªdo y descabello (silencio). Dos pinchazos y descabello (silencio). Ra¨²l S¨¢nchez: Estocada volc¨¢ndose y descabello (escasa petici¨®n y vuelta). Media atravesada, pinchazo y tres descabellos (palmas).
Unas precisiones conviene hacer a esta tarea denodada del subalterno, y es que no tore¨® nunca a una mano, y que a veces se meti¨® en recortes, lo cual no le est¨¢ permitido. C¨¢nones y reglamento dicen que los individuos de la cuadrilla torear¨¢n a una mano y sin recortar las embestidas, de manera que Curro Alvarez se pas¨® en sus funciones. Pero de ninguna forma le buscar¨ªamos las vueltas por este motivo, ya que, en realidad, lo que hizo no fue ejercer de pe¨®n, sino de director de lidia; supl¨ªa la ostensible inhibici¨®n de su jefe, de quien era la responsabilidad de la brega.
Juan Jos¨¦, que en su otro toro, manejable, se dej¨® enganchar mucho la muleta, en el curso de una faena sin relieve, a este sobrero no quiso ni verlo durante el primer tercio. A la chita callando, se perd¨ªa entre la tropa de toreros que segu¨ªan al picador por el tercio, como en procesi¨®n, mientras dejaba que Curro Alvarez diera la cara y le lidiara el manso. Luego en banderillas, cuando Alvarez, crecido en su' torer¨ªa, acept¨® el dif¨ªcil terreno del toro para banderillearle al sesgo, Juan Jos¨¦ sali¨® del anonimato para hacerle gestos como queriendo decir: ??Ya est¨¢ bien de lucirse, macho! ? ?Y qu¨¦ quer¨ªa? ?Lo duro de la brega para el pe¨®n y lo mollar de las ovaciones para ¨¦l? Entre taurinos ya es t¨®pico el elogio al pe¨®n que no exhibe su eficacia, sino que la pr¨¢ctica entre sombras, cual de inc¨®gnito. En cambio a m¨ª me parece magn¨ªfico que un pe¨®n quiera lucirse; que su pundonor y su afici¨®n le hagan buscar los aplausos por el camino de la gallard¨ªa y el lucimiento. Si con ello roba parabienes a su jefe (lo que no suele ocurrir), all¨¢ el jefe con su aguante y sus responsabilidades.
Pero es el caso que Curro Alvarez no hizo ni caso a los gestos de Juan Jos¨¦. El toro le esperaba escarbando, con mucho peligro. Fueron unos instantes tensos cuando Alvarez se meti¨® en el terreno de la fiera, le gan¨® la cara, aguant¨® el derrote y clav¨® los palos en todo lo alto.
El peligro del marib¨¢?ez aument¨® en el ¨²ltimo tercio: era un marrajo a la defensiva, que tiraba cornadas, con el que no cab¨ªa m¨¢s que el ali?o, y eso es, precisa mente, lo que hizo Juan Jos¨¦. Muy diferente ese toro, en comportamiento, al que tuvieron los albarranes, todos manejables, si bien, como cojeaban, sus taras locomotrices les hac¨ªan quedarse cortos en la muleta. Todos cojos -dec¨ªamos- salvo el ¨²ltimo, un impresionante pavo de 675 kilos, cobard¨®n, que no se empleaba. Con ¨¦ste, Ra¨²l S¨¢nchez estuvo voluntarioso en su conocida l¨ªnea de valor; y al tercero se lo pas¨® con m¨¢s tosquedad que arte, pero muy cerca, que esa es su ley, si bien lig¨® tres naturales de temple, largura y mando, que constituye ron un inesperado marchamo de calidad. Al segundo, Antonio Rojas le di¨® un pase con la izquierda a muleta plegada, en el centro del ruedo, construy¨® una faena anodina de mucho pico, que fue a menos, y sufri¨® una voltereta. Con el quinto, aplomado y distra¨ªdo, se eterniz¨® en una porf¨ªa in¨²til.
El primer albarr¨¢n fue devuelto al corral. por cojo. Los dos siguientes, no menos cojos, resultaron volatineros y se pegaron fuertes costaladas, por hacer el pino con los pitones. De no ser por sus voluminosas anatom¨ªas y serias caras, cualquiera pudo decir que se trataba de una corrida para figuras..., sin figuras.
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