Centralismo o pluricentralismo
Senador de UCD por Toledo
Hoy se extiende como una onda expansiva que no sabemos a d¨®nde ha de llevarnos, el deseo, m¨¢s o menos emocional, de alcanzar las m¨¢s altas cotas de autonom¨ªa regional. Es un impulso vago, pero poderoso, que proviene de la creencia de que buena parte de nuestros males nacen del centralismo; del odioso e inverecundo centralismo que, al parecer, ha impedido que germinaran las delicadas simientes de la vida regional y local.
El Moloch del centralismo ha encamado en un sujeto administrativo que se llama Madrid. Pocas veces hemos visto pronunciarse con odio m¨¢s contumaz la palabra Madrid y podr¨ªamos proferir, parafraseando a nuestro mayor fil¨®sofo, un ?Delenda est Madrid?, que arrebatar¨ªa a muchos sin saber por qu¨¦. Madrid tiene la culpa de todo, Madrid es el gran tirano que es necesario derrocar.
Yo no me voy a erigir, para llevar la contraria, en abogado del centralismo, causa que, hoy por hoy, parece perdida, pero la verdad es que me produce cierta sorpresa e inquietud tan un¨¢nime condenaci¨®n, sin ning¨²n tipo de an¨¢lisis objetivo y juicioso. Estos movimientos pasionales, a los que tan dado es nuestro pueblo en sus espasm¨®dicos vaivenes, nos produce p¨¢nico. Ayer Madrid era un motivo de orgullo para las mismas gentes que hoy lo condenan iracundas. Eran las mismas las que empujaban a Madrid, a golpe de millones de habitantes, hacia su desmesura y cat¨¢strofe urban¨ªstica. Pero hab¨ªa que celebrar al tierno infante, que, inocente ¨¦l, sumaba los dos o tres millones de vecinos, con el bautismo c¨ªvico oficiado por un alcalde ufano y pretencioso.
Pero tambi¨¦n me pregunto qu¨¦ es Madrid, sino algo que ha salido de todos los espa?oles, donde todos han puesto y ponen sus pecadoras manos, sin que acertemos a descubrir qu¨¦ beneficio obtienen los naturales de la villa.
Puede hablarse de privilegio de una clase social, de una casta determinada, de unos magnates favorecidos por tales o cuales leyes o sistemas econ¨®micos, pero ?en qu¨¦ medida se beneficia una ciudad, que al servicio de un colectivo nacional, ha empezado por sacrificar su propia naturaleza y tranquilidad? Todo lo contrario de lo que ahora est¨¢ de moda decir; que Madrid es un vampiro que chupa la sangre de las pobres provincias. Pero, de hecho, afirmaciones as¨ª encienden a las gentes, siempre dispuestas al ?Fuenteovejuna, todos a una?. Todos, pues, contra Madrid.
No es que yo tenga, como madrile?o, el deseo de defender a Madrid en cuanto s¨ªmbolo del centralismo, pero s¨ª me preocupa que estos anatemas enturbien la realidad de las cosas. Seg¨²n manifestaciones del Gobierno (ABC, 5 de agosto de 1977), el proyecto de ley de autonom¨ªas que prepara la UCD permitir¨¢ que las diversas regiones que componen el Estado espa?ol, soliciten el grado de autonom¨ªa que deseen, siempre y cuando se respete la unidad nacional y algunos aspectos como el orden p¨²blico, ej¨¦rcito y relaciones laborales. Me parece que es llevar las cosas un poco lejos y dejar un margen excesivo a las previsibles solicitudes. Porque nos tememos que en una carrera de emulaciones, no habr¨¢ regi¨®n que quiera quedarse atr¨¢s y ser menos que las dem¨¢s.
En ese caso, yo me pregunto si la unidad nacional es un a cosa tan abstracta que queda a salvo con un Gobierno central, mantenedor del orden p¨²blico; con un ej¨¦rcito defensor de las fronteras y con algunos aspectos de las relaciones laborales. Bueno, y todo, lo dem¨¢s, ?qu¨¦? Una patria es una casa amplia y de todos, donde todos nos sintamos igualmente: espa?oles en una regi¨®n o en otra. Pero ahora ya empezamos a percibir esas ego¨ªstas miradas de soslayo que un machego puede lanzar a un madrile?o ?usurpador? o un sevillano a un promotor vizca¨ªno, como si fuera un ser de otro planeta. Todo esto es achicar la casa heredada, empeque?eci¨¦ndola y cambiar la asfixia -que no niego- de un absorbente centralismo por la asfixia de las peque?as habitaciones mal ventiladas.
Estamos queriendo construir Europa, y vamos, paso a paso, avanzando con dificultades ¨ªmprobas. Un convenio econ¨®mico, la eliminaci¨®n de un arancel, nos cuestan angustias de parto. ?Cu¨¢ndo se podr¨¢ pensar en una moneda ¨²nica, y cu¨¢ndo en una ciudadan¨ªa europea? ?Cu¨¢ndo un cirujano de Madrid podr¨¢ operar en Magencia, y un letrado romano defender un pleito en Belfast?
Pues bien, en este peque?o o minicontinente que es la pen¨ªnsula ib¨¦rica, unos pueblos hermanos, despu¨¦s de muchas fatigas, despu¨¦s de una vida en com¨²n que dura siglos, despu¨¦s de avances y retrocesos, hemos llegado a esa superaci¨®n de mezquindades y ego¨ªsmos que ha hecho posible la casa de todos. Una casa que a todos nos enriquece porque en ella podemos potenciar nuestras comunes actividades y porque en ella se ampl¨ªa el ¨¢rea de nuestra libertad. La libertad, no lo olvidemos, parte de un concepto espacial, y por eso el preso, el hombre que ha dejado de ser libre, es el que est¨¢ encerrado entre cuatro paredes y cuatro m¨¢s estrechas, m¨¢s duras para su cautiverio.
El dif¨ªcil, el delicado equilibrio, consistir¨ªa en establecer esas ansiadas autonom¨ªas, esa descentralizaci¨®n, sin merma de la libertad de todos, pues si el centralismo puede ser opresor -?qui¨¦n lo duda?- hemos pensado en lo que puede significar el cambiar un centro pol¨ªtico por una pluralidad de ellos, igualmente prepotentes.
No basta pues la unidad te¨®rica de una bandera (con muchas banderitas alrededor), de un ej¨¦rcito, de una diplomacia..., hace falta algo m¨¢s, mucho m¨¢s, para no romper esa unidad de la convivencia, esa unidad sutil de la hermandad, que no se logra creyendo que los derechos propios se defienden luchando contra los derechos de los dem¨¢s desde peque?os centros insolidarios de poder, que no comprenden la unidad superior que a todos debe acogernos.
Hasta ahora, lo ¨²nico que vemos son movimientos autonomistas que piensan con mentalidad negativa. Seg¨²n esto, el grado de decadencia o postraci¨®n de determinadas regiones se debe al expolio de las m¨¢s afortunadas, nunca a defectos o condiciones de estructura propias. Para salvarse o mejorar no ven m¨¢s soluci¨®n que ir contra el otro y esto no creo que nos conduzca m¨¢s que a una nivelaci¨®n hacia abajo, que puede dar al traste con nuestro futuro de gran pa¨ªs, con nuestra riqueza y con nuestra libertad.
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