Las Cortes encantadas
La ponencia constitucional trabaja detr¨¢s de una robusta puerta de palo rosa. Dentro est¨¢n siete sacerdotes con el chocolate y la mistela; fuera est¨¢ el pueblo con el botijo. El problema consiste en saber si la ponencia quiere el silencio o es que tiene miedo; si desea aislarse es que se esconde; si busca un refugio fecundo o es que huye de algo. No s¨®lo es una cuesti¨®n de matiz. Cuando alguien se ampara en la oscuridad es que se trata de hacer una cosa rara. En Derecho Penal la oscuridad es un agravante.Es la hora de los can¨®nigos y en el caser¨®n de las Cortes, a media tarde, hay un perfume de siesta antigua, de aquellas de pijama y orinal, con los pasillos desiertos y matizados por una penumbra de claraboya con ujieres dormitantes en las esquinas. Inexplicablemente no se oye cantar gregoriano en el coro de esca?os. Pero en esta soledad de ¨®leo craquelado sibte padres de la patria est¨¢n dentro de una alcoba forrada formando un corro de cabezas fren¨¦ticas con casco sobre una mesa llena de folios, como jugadores de rugby cuando traman una t¨¢ctica, habl¨¢ndose por la entrepierna.
Hasta ahora las Cortes tienen un aire de fiesta suspendida por la lluvia; dan la sensaci¨®n de haber sido una pasi¨®n popular que finalmente ha podido ser controlada con alivio; una l¨ªbido pol¨ªtica que se ha logrado drenar con una receta de sanguijuelas en la pantorrilla. Sin duda, alg¨²n brigada ha echado bromuro en las perolas del desayuno de esta democracia, porque hay un consenso t¨¢cito para ahogar cualquier clase de espontaneidad desde el principio. Hasta tal punto que los guardias han tenido que llevar preso y largarle un par de viajes al lumbar de un diputado para que esta mancha de aceite pesado se agite un poco. La izquierda tiene la pasividad de un gur¨² de Bombay, pero al final parece ser que ha ca¨ªdo en la cuenta de que no s¨®lo no sirve para nada, sino que encima le pegan. Y por un momento ha dejado de tocar la flauta que tiene a medias con Su¨¢rez, ha guardado la serpiente de pl¨¢stico, accionada cori pilas de control remoto, dentro del cesto y se ha decidido a levantar la voz. Tampoco muy alto, no sea que se vaya a enfadar alguien.
En las Cortes actuales permanecen muchos tics, muchos h¨¢bitos del franquismo: un miedo p¨¢nico al pueblo, eso para empezar, y un gusto desmedido por el esoterismo t¨¦cnico, por el informe, por el dictamen, por la cuesti¨®n previa por los gestos de sumos pont¨ªfices que est¨¢n en el ajo, de manera que ahora la opini¨®n p¨²blica asiste al espect¨¢culo de celmo los representantes del pueblo se est¨¢n convirtiendo en clase pol¨ªtica, en unos profesionales con esp¨ªritu de cuerpo, que s¨®lo reaccionan si les pegan.
Se pasa uno la tarde sentado en el bar de las Cortes, tomando t¨¦ entre m¨¢rmoles y tapices, y a veces cruza un ujier con cartapacio perfilado contra la macerada penumbra de un vitral, o alg¨²n se?or¨ªaperdido con la vejiga llena buscando el lavabo, mientras en el interior de una alcoba siete curas preparan el guiso de la Constituci¨®n, un sufl¨¦ de: derechas con incrustaciones de berzas de izquierdas, una tarta que los fieles suelen comprar despu¨¦s de: misa de doce, con unas grecas de realismo social. Despu¨¦s sale un portavoz de la sacristia y ensena a los periodistas una muestra de la confecci¨®n, da a probar amablemente una cucharadita para que los cronistas comprueben c¨®mo anda la cosa de sal.
Lo que est¨¢ claro es que la gente viene muy cabreada, porque no se la deja entrar en el real de la feria y no est¨¢ dispuesta a contemplar desde esta parte de la empalizada c¨®mo se divierten los se?oritos en la caseta del c¨ªrculo de la agricultura. En este caso tampoco ser¨ªa raro que el pueblo se decidiera a formar unas Cortes paralelas en las Ramblas o en el Rastro y que finalmente proclamara por el procedimiento de urgencia la Constituci¨®n de la acci¨®n directa y que los se?ores diputados, despu¨¦s de un dictamen, asomados a un ventanal neocl¨¢sico, comprobaran que el nivel de las aguas hab¨ªa inundado ya la pareja de leones de la escalinata.
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