Una actitud esquizofr¨¦nica
Uno de los mayores obst¨¢culos de la izquierda en el momento de formular su propuesta de una alternativa real al poder burgu¨¦s en los pa¨ªses de sociedad industrial avanzada es la existencia de una imagen-espantajo de la misma forjada y entretenida por el vasto conglomerado de fuerzas e intereses que, con u?as y dientes, defienden el statu quo.La burgues¨ªa utiliza, como es l¨®gico, los inmensos potenciales a su alcance a fin de provocar reflejos de rechazo respecto a la idea de cambio, insistiendo en los aspectos m¨¢s negativos del modelo sovi¨¦tico para hipostalizarlos a continuaci¨®n al concepto mismo del socialismo. Purgas, procesos, campos, persecuci¨®n de dirigentes, asilos siqui¨¢tricos, etc¨¦tera, constituyen para ella un arma formidable en su prop¨®sito de desacreditar al adversario a ojos de quienes pudieran tener la tentaci¨®n de escucharlo. La defensa de las llamadas libertades formales -empleo a prop¨®sito de terminolog¨ªa acu?ada por los partidarios de un economismo a ultranza- se convierte as¨ª en el argumento de choque de la propaganda burguesa, argumento frente al cual un vasto sector de la izquierda autotitulada marxista adopta una postura, meramente defensiva y condicionada, de callar y cerrar filas, cuando no de negar en bloque su evidencia abrumadora e insoslayable.
Existe todav¨ªa, en efecto, en el campo de la izquierda, una fuerte resistencia a dejarse arrastrar a una pol¨¦mica sobre este ingrato terreno, abandon¨¢ndolo as¨ª a la explotaci¨®n f¨¢cil y oportunista de sus enemigos. Peor a¨²n: desmintiendo los principios de defensa y ampliaci¨®n. de las libertades burguesas que figuran en sus programas, algunos grupos e intelectuales marxistas no dudan en alzar a menudo la voz en favor de quienes, en nombre del socialismo en el poder, persiguen y encarcelan a los que invocan aqu¨¦llos o ejercen su natural e irrenunciable derecho de manifestar su desacuerdo.
L¨ªnea divisoria
Esta actitud esquizofr¨¦nica -Dr. Jeckyll en casa, Mr. Hyde fuera de ella- traza la l¨ªnea divisoria entre quienes conciben el socialismo en t¨¦rminos de res puesta de cambio real y los que se sirven de ¨¦l como medio de desahogar sus frustraciones o, si se me permite el galicismo, su mala conciencia. Petkoff describe con gran acierto la ?falsa conducta revolucionaria? fundada en una idea del comportamiento revolucionario ?que no corresponde a la realidad, sino a lo que el revolucionario cree que es la realidad?, y arremete con raz¨®n contra esa izquierda, dice, ?tanto m¨¢s amenazadora cuanto m¨¢s insignificante ?, ?distante y elitesca?, ?puritana que no pura? que, refugi¨¢ndose en la freseolog¨ªa ultrarradical, ?termina por proponer una acci¨®n desoladora mente - est¨¦ril y por jugar un papel muy c¨®modo para los sectores dominantes?.
Resulta en verdad parad¨®jico y lamentable que, cuando los propios partidos comunistas ortodoxos de Europa occidental juzgan con creciente severidad las aberraciones y cr¨ªmenes del sistema represivo sovi¨¦tico, numerosos intelectuales de izquierda, situados fuera de dichos partidos, guarden un sospechoso silencio ante las violaciones de los derechos humanos m¨¢s elementales o aplaudan incluso las medidas de coacci¨®n empleadas contra los disidentes. Dejando ahora de lado el extra?o relativismo moral que ello implica, no cabe la menor duda de que actitudes de este tipo, al conformarse con el retrato-robot trazado por la propaganda adversa, juegan claramente a favor de los intereses de la burgues¨ªa. Las razones hist¨®ricas de esa falsa conducta se remontan, como es obvio,, al consabido argumento estalinista de acallar cualquier tentativa de discusi¨®n pol¨ªtica y aun ideol¨®gica con el pretexto de ?no procurar armas al enemigo?. As¨ª, como se?ala Petkoff, ?la defensa y justificaci¨®n del autocratismo en los pa¨ªses socialistas (?) ha conducido a la asimilaci¨®n del autocratismo como un supuesto rasgo propio de la condici¨®n revolucionaria ?. Pero en la medida en que los partidos comunistas han renunciado al dogma de la dictadura del proletariado y acomodan su estrategia de lucha al marco de las instituciones de la democracia burguesa, dicha realidad aparece demasiado estridente y tiende a avalar las acusaciones de la derecha acerca del doble juego o, si se quiere, la dulce piel de cordero con que, de cara a la obtenci¨®n del poder, se adorna la izquierda marxista.
Postulados
El derecho al desacuerdo, las libertades.de prensa, publicaci¨®n, reuni¨®n, etc¨¦tera, figuran hoy en la casi totalidad de los programas de los partidos de izquierda en el amplio espectro del panorama pol¨ªtico espa?ol. No obstante, la conducta de muchos te¨®ricos y escritores marxistas contradice con frecuencia dichospostulados y refuerza las denuncias de hipocres¨ªa lanzadas desde el campo reaccionario. Hace algunos anos, por ejemplo, al producirse la detenci¨®n de Herberto Padilla, numerosos intelectuales espa?oles que combat¨ªan valientemente contra la censura franquista, en lugar de denunciar, como dice Petkoff, ?esa paranoia rid¨ªcula que ve en cualquier poeta inconforme una amenaza para el sistema y un agente de la CIA?, aplaudieron las medidas coercitivas empleadas contra el escritor por las autoridades cubanas, desmintiendo as¨ª, en la realidad de los hechos, su propuesta de una sociedad pluralista, de un socialismo libre y democr¨¢tico. Pero lo ocurrido con motivo de la desdichada intervenci¨®n de SoIyenitsin del pasado a?o es todav¨ªa m¨¢s lastimoso. Para un observador imparcial, el espect¨¢culo del escritor ruso -justamente traumatizado de por vi da tras sus experiencias del un verso sovi¨¦tico- dirigi¨¦ndose a un pueblo reci¨¦n escapado a su vez del trauma de la guerra civil y de la interminable pesadilla de un r¨¦gimen como el de Franco, resultaba a la vez tr¨¢gico y grotesco: algo as¨ª como un leproso que in tentara convencer a un grupo de apestados de la benignidad o inexistencia de su enfermedad. Pero en vez de situar este di¨¢logo imposible en su verdadero con texto, la reacci¨®n de la izquierda fue, salvo raras excepciones, airada y temperamental, de acuerdo con los falsos patrones de la falsa conducta revolucionaria. La lectura de los editoriales y art¨ªculos de nuestros reci¨¦n liberados peri¨®dicos no pudo ser m¨¢s desconsoladora: quienes hab¨ªan sufrido en su carne y esp¨ªritu las heridas de la represi¨®n franquista, no s¨®lo justificaban la actitud de las autoridades sovi¨¦ticas contra el escritor, sino que ped¨ªan poco menos que se le impusiera silencio. La ¨ªndole reaccionaria del pensamiento de Solyenitsin no era sino un pretexto utilizado para escamotear el problema esencial, esto es, si el escritor ten¨ªa derecho o no de denunciar los atropellos y abusos del sistema sovi¨¦tico y si dicha posici¨®n merec¨ªa ser reprimida. De la lectura de nuestros periodistas y escritores de izquierda, el lector espa?ol no pod¨ªa menos de concluir de que, en abierta contradicci¨®n con sus programas, la izquierda respond¨ªa de modo negativo a la primera cuesti¨®n y afirmativamente a la segunda. La teor¨ªa derechista del disfraz sal¨ªa as¨ª fortalecida y la sinceridad democr¨¢tica de los partidos marxistas perd¨ªa credibilidad. Dicha contradicci¨®n no se resolver¨¢ sino el d¨ªa en que la izquierda asuma la iniciativa de denunciar los errores y cr¨ªmenes realizados en nombre del socialismo, privando as¨ª a la derecha de uno de sus argumentos m¨¢s eficaces y contundentes. La defensa de los disidentes sovi¨¦ticos y de Alemania del Este, del Comit¨¦ de intelectuales polacos contra la represi¨®n, de los firmantes de la carta del 77, etc¨¦tera, deber¨ªa ser patrimonio de la izquierda y no de la burgues¨ªa. Al tomar conciencia de ello, las fuerzas que aspiran a una revoluci¨®n pol¨ªtica y social no debe obedecer a meras razones de t¨¢ctica y oportunismo: como dice muy bien Petkoff, el problema no consiste en suavizar el socialismo para que no asuste (es triste comprobar que, al cabo de un siglo de existencia, el proyecto generoso de Marx sigue asustando a¨²n, no ya a la burgues¨ªa, sino a las clases medias, intelectuales, campesinos e incluso a un gran sector del proletariado), sino en algo mucho m¨¢s importante, la conciencia clara de que el socialismo es org¨¢nicamente indisociable de la libertad y de la democracia; es decir, de que el socialismo es democr¨¢tico o no es socialismo.
Disconformidad
A ra¨ªz de la continua ola de procesos de intelectuales disidentes en la URSS y, sobre todo, de la intervenci¨®n militar de Brejnev en Checoslovaquia, los partidos comunistas occidentales han manifestado con creciente audacia su disconformidad con los excesos polic¨ªacos y violaciones de la ?legalidad socialista? de sus hom¨®nimos del bloque sovi¨¦tico, insistiendo en el hecho de que la alternativa pol¨ªtica que postulan no se inspira en dicho modelo, pero no han empezado a plantearse sino en fecha muy reciente, por boca del secretario general del PCE, Santiago Carrillo, las preguntas verdaderamente esenciales respecto al car¨¢cter real de las llamadas dernocracias populares del Este, preguntas que el ex dirigente del PC checoslovaco J¨ªri Pelikan resum¨ªa de esta manera: ?Se trata de sociedad es aut¨¦nticamente socialistas? ?Pueden existir estos reg¨ªmenes sin la censura, sin la represi¨®n. y sin el monopolio absoluto del poder?
Los mitos tienen la piel muy dura, y el de la creencia en la pureza y bondad esenciales de la URSS, ?por encima o m¨¢s all¨¢ de sus faltas y extrav¨ªos, es -como observ¨® en una ocasi¨®n Octavio Paz- una superstici¨®n dif¨ªcilmente erradicable?.
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