El uso de la inteligencia
Por Empecemos por lo m¨¢s importante. Siempre he cre¨ªdo que dentro de las ¨¦pocas hist¨®ricas y de ampl¨ªsimos grupos humanos, los hombres est¨¢n aproximadamente dotados de los mismos recursos intelectuales. Es decir, que si en cualquier pa¨ªs europeo o en general mediterr¨¢neo, o derivado de ¨¦stos, en cualquier momento de la historia de los ¨²ltimos 2.000 ¨® 2.500 a?os, se hubiesen hecho test y mediciones de inteligencia los resultados estad¨ªsticos no habr¨ªan mostrado grandes diferencias. Dicho con otras palabras, que las dotes intelectuales del hombre hist¨®rico no var¨ªan ni han variado mucho. Y, sin embargo, las diferencias individuales de la inteligencia son enormes; y, lo que es m¨¢s, las distancias que separan la inteligencia real de unos y otros pa¨ªses, o de diversas ¨¦pocas en el mismo pa¨ªs, son igualmente inmensas. Hay lugares y momentos en que la inteligencia florece casi milagrosamente y con asombrosa frecuencia; hay otros en qu¨¦ la estupidez parece ense?orearse de grandes porciones de humanidad.Si esto es as¨ª, habr¨¢ que pensar que no se trata de las dotes intelectuales, poco variables, sino del uso de la inteligencia, de lo que el hombre hace -o no hace- con esas dotes de que naturalmente est¨¢ provisto. De la biolog¨ªa y la sicolog¨ªa habr¨ªa que volver los ojos a la sociolog¨ªa, la moral y la historia.
La inteligencia no es cuesti¨®n de aparatos -aunque, por supuesto, los necesita-; una vez dados, consiste en la apertura a la realidad, en la holgura que le permite penetrar en el hombre y reflejarse, en la presi¨®n de los proyectos aut¨¦nticos sobre las cosas. Por eso la inteligencia tiene ra¨ªces morales, de ellas se nutre, y -cuando la vida se falsifica y convierte en farsa de s¨ª misma, autom¨¢ticamente deja de ser inteligente. Esto explica el hecho, apa rentemente inveros¨ªmil y siempre tan penoso, de los hembres que sol¨ªan ser inteligentes y dejan de serlo, antes de que la edad im ponga una decadencia en los re cursos o aparatos. ?C¨®mo es posible -se pregunta uno- que este hombre, tan brillantemente dotado, que hasta tal ¨¦poca ha blaba o escrib¨ªa con talento, cuyos escritos contribu¨ªan a aclarar las cosas, haya dejado tan radicalmente de ejercer esa funci¨®n y utilice sus aparatos para enturbiar las aguas m¨¢s claras?
Hay unos cuantos motivos que hacen que se deje de usar adecuadamente la inteligencia. En algunas situaciones, los est¨ªmulos para ello son demasiado fuertes o insistentes, y el fen¨®meno se generaliza: se pasa de una crisis individual a una social; cuando se prolonga, se desemboca en una decadencia hist¨®rica. No creo que estemos todav¨ªa en esta ¨²ltima fase; pero el peligro es evi dente, y temo que estamos ya muy avanzados en el estadio preparatorio.
El mayor peligro es la confianza. El hombre bien dotado, cuyos resortes mentales funcionan con prontitud y frecuente acierto, se confia: cree que es inteligente. Y nadie lo es de manera segura y autom¨¢tica. El error nos acecha; es menester un constante esfuerzo para no caer en ¨¦l; las ocurrencias suelen traicionarnos, y hay que someterlas a la prueba de la cr¨ªtica; hay que contrastar en todo momento nuestras ideas con la realidad, y no hay que llamar ideas a nuestros humores, o nuestros deseos, o los t¨®picos que corren como cantos rodados. El ?inteligente? que deja de estar alerta est¨¢ en permanente riesgo de estupidez.
El segundo peligro es el rencor. El descontento de s¨ª mismo, incapaz al mismo tiempo de modestia, vuelve co ntra los dem¨¢s y contra la realidad entera el malhumor que su propio espect¨¢culo le produce. Entonces se cierra contra lo real; su af¨¢n es descalificarlo, negarlo, destruirlo; lo encubre con el pretexto de que hay que ? transformarlo ?. Se dir¨¢ que esa transformaci¨®n es necesaria y conveniente. S¨ª, sin duda, pero como todo se transforma aunque no queramos, y aunque quisi¨¦ramos que no se transformase el ?transformismo? universal y a ultranza resulta sospechoso. La primera funci¨®n de la inteligencia es ver la realidad, entender¨ªa, comprenderla en su efectivas conexiones. De esa visi¨®n, si es efectivamente tal, se siguen las transformaciones fecundas, creadoras, que parten de lo real para potenciarlo. Pero el que inmediata v autom¨¢ticainente quiere transformarlo ?todo? no pierde el tiempo en enterarse y utiliza su ?inteligencia? como una maza o, si es meno fuerte como un instrumento para embadurnar las paredes.Un tercer factor que induce el desuso de la inteligencia es el miedo: al propio pasado, a la descalificaci¨®n de los ?calificadores? vigentes, a decir algo que ?suene mal? o ?no se lleve?. E trist¨ªsimo el espect¨¢culo de hombres habitualmenteinteligentes, qye han dado pruebas sobradas de tener excelente cabeza y saber usarla, qu¨¦ ahora no se atreven. Se advierten las vacilaciones que sufren, y que se reflejan hasta en su estilo literario. Se ve que antes de hablar o escribir miran alrededor para ver si aquello que han empezado a pensar est¨¢ autorizado. Es la fuerza de todas las inquisiciones, que cuentan con los servicios de sus victimas: los que deber¨ªan simplemente resistirse, se convierten en sus d¨®ciles ?familiares?. La red se extiende entonces, de manera casi espont¨¢nea, y cada vez se cierra m¨¢s y es m¨¢s opresora. Y las m¨¢s peligrosas son, por eso mismo, las inquisiciones difusas, no institucionales (aunque tengan un n¨²cleo- institucional poco visible y que suele ser negado),? que el timorato siente a su alrededor en todas partes, incluso donde no act¨²an, donde por azar no est¨¢n.
Una forma particularme nte sutil de evitaci¨®n del uso de la inteligencia es el resentimiento. El hombre que es lo bastante inteligente para comprender que no lo es de verdad, capaz de distinguir de calidades lo suficiente para darse cuenta de que la suya es inferior, seguro de que loque escribe no quedar¨¢, si es modesto y tiene verdadera vocaci¨®n intelectual goza del ejercicio de la inteligencia, de la propia y de la ajena, all¨ª donde la encuentra y cualquiera que sea su nivel. Pero si es soberbio y le falta la vocacion, si no encuentra complacencia en la inteligencia misma, sino en sus consecuencias utilitarias, se llena de resentimiento y se vuelve contra la inteligencia mis ma, a la que finge despreciar.
A veces, este reentimiento va m¨¢s all¨¢ de lo estrictamente individual y afecta a una forma de inteligencia, tal vez a una disciplina entera. A lo largo de la historia se han producido diversas oleadas de negaci¨®n de la filosof¨ªa, cuando han tenido densidad suficiente el n¨²mero de sus cultivadores incapaces de alcanzarla. Ser¨ªa iluminador estudiar varias ¨¦pocas a la luz de esta idea; por lo general suceden a un tiempo de esplendor filos¨®fico, en que el prestigio de la filosof¨ªa ha ejercido su atracci¨®n sobre los, que no eran capaces de entrar efectivamente en ella, los que no lograban hacer su experiencia real. La reacci¨®n no se hace esperar, en forma de detracci¨®n de la filosof¨ªa, o en otra forma -m¨¢s remuneradora- de suplantaci¨®n de ella por cualquier otra cosa. Estamos en el centro de uno de estos per¨ªodos, y de ello tendr¨¦ que hablar en detalle otro d¨ªa.
Me interesaba aqui mencionar esta inversi¨®n del uso de la inteligencia, porque representa la transici¨®n hacia las formas sociales y no meramente. individuales. Hay un momento. en que los est¨ªmulos que he nombrado, y tal vez otros, convergen y se condensan de tal modo qu¨¦ condicionan una sociedad entera -o incluso un grupo de sociedades en presencia y mutuas relaciones, -como las que constituyen el mundo actual- . Entonces, instituciones enteras empiezan a volver la espalda a la inteligencia, se decreta su desuso: peri¨®dicos, revistas, editoriales, universidades, todo el sistema de ense?anza, las formas, sociales del arte, la literatura, el cine, tal vez los Estados, van entrando en esa ¨®rbita donde se gestan esos fen¨®menos hist¨®ricos que se llaman decadencias.
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