La XIV Bienal de Sao Paulo y el fracaso espa?ol
Se ha quebrado la racha, aquella buena racha de galardones que desde su und¨¦cima edici¨®n (1971) ven¨ªa la Bienal de Sao Paulo otorgando, sin soluci¨®n de continuidad, a nuestros pintores y escultores. A partir, en efecto, de esa fecha en que un artista espa?ol, Rafael Canogar, hac¨ªa suyo y nuestro, por vez primera, nada menos que el Gran Premio, no han dejado nuestros representantes de traerse para Espa?a las notorias menciones. Y as¨ª vemos c¨®mo en 1973 se concede el primer premio de pintura a Miguel Berrocal, y a Dar¨ªo Villalba, ese mismo a?o, el de pintura que en la edici¨®n siguiente retornar¨¢ a las manos de Jos¨¦ Luis Verdes.Repasada, incluso, la lista completa de las bienales paulinas, no creo que resulten precarias las atenciones que para nuestro arte m¨¢s o menos vanguardista han tenido los jurados sucesivos. Si una sola vez, seg¨²n dije, correspondi¨® a Espa?a el Gran Premio, en otras siete ocasiones acert¨® alguno de nuestros artistas a inscribir su nombre en el cuadro de honor. En 1957, Jorge Oteiza lograba el primer premio de escultura; en 1959, reca¨ªa en Modest Cuixart el de pintura, en 1963, obten¨ªa C¨¦sar Olmos el de grabado, y en 1965, reconquistaba Joan Ponc el de pintura. Vendr¨ªa luego el Gran Premio de Canogar, y tras ¨¦l, y sin soluci¨®n de continuidad, los otros tres antes rese?ados.
El c¨®mputo global de la Bienal de Sao Paulo arroja en nuestro favor, un saldo harto satisfactorio, superando, incluso en una pizca, la estricta media proporcional. De las catorce ediciones que hasta ahora se han producido (hecha tabla rasa de su orden cronol¨®gico), han cumplido a Espa?a ocho elocuentes recompensas.
En la reci¨¦n inaugurada XIV Bienal de Sao Paulo se ha roto un fracaso tan rotundo como previsible a tenor de unas cuantas razones. Y es la primera de ellas el afincamiento obstinado en la espa?ol¨ªsima virtud de la improvisaci¨®n. Todo se ha hecho con el pie en el estribo, en una edici¨®n como la del presente a?o, en la. que previsiones y cautelas contaban m¨¢s, posiblemente, que obras de perfecci¨®n. De antemano se barruntaba que en Sao Paulo hab¨ªa de prevalecer lo espectacular (aunque fuese de signo contestatario), y que lo sorprendente del montaje iba a primar sobre la excelencia o simple calidad de lo montado. Dir¨ªa yo (y los premios han venido a confirmarlo) que los de la Bienal trataban de traducir literalmente el manido dicho de McLuban: el medio es el mensaje.
Siendo ¨¦sta la Bienal de el que da primero da dos veces (con el consabido contracanto de el que se fue a Sevilla perdi¨® su silla), no se les ha ocurrido a los responsables de la representaci¨®n espa?ola idea m¨¢s feliz que fiarlo todo a la gracia de la ¨²ltima hora, o art¨ªculo mortis. Algunas de las obras llegaban a Sao Paulo la v¨ªspera misma de la inauguraci¨®n, quedando obviamente relegadas a salas residuales o al ir y venir de los pasillos, y hubieron de ser los propios artislas quienes en m¨¢s de un caso se preocuparan de hurtar asiento y acomodo a otros a¨²n m¨¢s rezagados En una .bienal en que el espect¨¢culo del montaje y la creaci¨®n del ambiente lo eran todo, los nuestros, salvo contada excepci¨®n, se presentaron de vac¨ªo, y de vac¨ªo han vuelto.
Montaje
Vale, al respecto, la pena parar la atenci¨®n en el montaje (no otra cosa que montaje es lo exhibido por el grupo argentino de Los Trece) que ha merecido el Gran Premio, o al de aquellos otros (un par de equipos brasile?os) que lo rozaron, o de quien, como el polaco-brasile?o Frans Krajberg, habiendo obtenido un acc¨¦sit, renunci¨® a ¨¦l en plena patealeta, al tiempo que retiraba de la Bienal sus obras, merecedoras, a juicio suyo, del m¨¢ximo galard¨®n. En todos estos ejemplos, y en otros muchos m¨¢s, el montaje, meditado con holgada antelaci¨®n y exquisitamente desarrollado en las salas previamente elegidas, superaba con creces la mayor o menor entidad de las obras a ¨¦l confiadas. Otro dato aleccionador se centra en el hecho de que hayan abundado, de acuerdo con la t¨®nica general de la muestra, los grupos y equipos (un buen montaje suele ser obra de un buen equipo).
La segunda raz¨®n de nuestra poco venturosa representaci¨®n en Sao Paulo ha de buscarse en el obcecado empe?o que nuestros responsables y rectores han mostrado en acomodar (forzando el calzador) las obras de los artistas elegidos a las ocho secciones en que la Bienal se explicita: arqueolog¨ªa de lo urbano, recuperaci¨®n del paisaje, arte catastr¨®fico, arte video, el muro como soporte de obras, arte no catalogado, exposiciones antol¨®gicas, grandes confrontaciones. Que estas categor¨ªas resulten tan acad¨¦micas como las tradicionales de escultura, pintura, dibujo y grabado, es algo evidente. No lo es menos, sin embargo, que exceden con creces, y calidad de cada quien al margen, las posibilidades de los artistas espa?oles presentes en Sao Paulo.
S¨®lo con calzador podr¨ªan las obras de Juan Romero, Cruz Novillo y Jos¨¦ Ram¨®n Azpiazu entrar en la noci¨®n m¨¢s alta de poes¨ªa espacial, y s¨®lo por gracia de sutil bizantinismo les ser¨ªa aplicable lo de arte catastr¨®fico a las contundentes creaciones de Manolo Raba, a las escenograf¨ªas de Cruz Hern¨¢ndez y S¨¢nchez Calder¨®n, a los rasgos expresionistas de Ram¨®n de Vargas y a los cueros repujados de Mart¨ªn de Vida les. ?Cabe llamar video-art al juego de los dos proyectores con que viaj¨® a la Bienal Elvira Alfageme? ?No hay, acaso, una decena de expertos espa?oles en el g¨¦nero? ?Admitir¨¢n la com¨²n definici¨®n de recuperaci¨®n del paisaje expresiones tan diametralmente dispares como la de Orensanz y Francisco Molina, la de Genovart y las de Baixeras y Montoya? ?Qu¨¦ tienen, en fin, que ver con la arqueolog¨ªa de lo urbano las escenas pop de Gomila, las propuestas de Benedi y Barrientos, y, los laudables, ejercicios de Ricardo, Crist¨®bal?
La tercera y ¨²ltima raz¨®n del desastre de Sao Paulo (para arte catastr¨®fico, el que all¨ª nos representa) ach¨¢quese sin, titubeos a nuestros conspicuos responsables, organizadores y comisarios. Concurrir, en el cap¨ªtulo de exposiciones antol¨®gicas, al lado de Alfred Jensen, Rufino Tamayo, implica riesgo y exige buen tino. Ni entro ni salgo en el grado de representatividad que al elegido August Puig pueda corresponderle en la cuenta y recuenta de nuestro arte, a nivel, como hoy se dice, de Estado espa?ol. Lo quede ning¨²n modo puede explicarse, si no es por v¨ªa de imperdonable improvisaci¨®n y negligencia, es que nuestro hombre se vea excluido de las salas destinadas a exposiciones antol¨®gicas y haya de conformarse con algo as¨ª como el cuarto trastero.
Babelia
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