Sesenta a?os despu¨¦s
MA?ANA SE cumple el sesenta aniversario de la Revoluci¨®n de Octubre. En la madrugada del 25 de octubre (seg¨²n el calendario juliano), o el 7 de noviembre (de acuerdo con el calendario gregoriano, hoy tambi¨¦n vigente en la URSS), los bolcheviques, bajo la direcci¨®n pol¨ªtica de Lenin y el mando militar de Trotski, se apoderaban de los centros neur¨¢lgicos de Petrogrado. Comenzaban lo que el periodista americano John Redd denominar¨ªa ?los diez d¨ªas que estremecieron al mundo?, que dar¨ªan nacimiento a un nuevo Estado y a un nuevo tipo de sociedad.Nadie pone en duda que el sistema sovi¨¦tico ha conseguido espectaculares logros en la industria pesada y extractiva, ha elevado el nivel de vida material y cultural de sus s¨²bditos en comparaci¨®n con el pasado zarista, y ha convertido el antiguo imperio ruso en una gran potencia militar. Sin embargo, esos aspectos positivos quedan ensombrecidos por el elevado costo social y humano de esas realizaciones durante la larga noche staliniana y por la esclerosis de un aparato productivo incapaz de aumentar los rendimientos agr¨ªcolas, articular un sector de servicios eficiente, y hacer progresar su industria una vez llegada al umbral de la calidad y la diversidad. Pero, sobre todo, la propiedad p¨²blica de todos loi medios de producci¨®n y la planificaci¨®n central gestionada de forma coactiva y jer¨¢rquica exigen un precio demasiado elevado: la p¨¦rdida de las libertades p¨²blicas y de los derechos c¨ªvicos, la omnipotencia y los privilegios de la burocracia estatal, la supresi¨®n de la libertad de expresi¨®n y la desinformaci¨®n de todo lo que ocurre en el exterior, la transformaci¨®n de la cultura en una escu¨¢lida dieta administrada por los oscuros funcionarios que ejercen la censura, la persecuci¨®n de los disidentes y su encarcelamiento en prisiones y manicomios. En el plano de las relaciones internacionales, el principio de la ?soberan¨ªa compartida?, aplicado a su zona de influencia pactada en Yalta, se ha plasmado en una nueva forma de imperialismo, verificada en las excomuniones de China y Yugoslavia y en las invasiones de Hungr¨ªa y Checoslovaquia.
El desaire recibido en esta Fiesta de cumplea?os por Santiago Carrillo, un invitado al que no se le permite entrar en el sal¨®n y se le deja en la cocina, muestra hasta qu¨¦ punto los dirigentes sovi¨¦ticos son incapaces de tolerar cualquier cr¨ªtica, sin importarles demasiado las consecuencias de sus actos. Porque el trato dado al secretario general del PCE puede producir una reacci¨®n en cadena de repercusiones altamente negativas para la imagen y la influencia de la URSS.
Posiblemente no se sabr¨¢ nunca si el se?or Carrillo ha sido sorprendido en su buena fe al acudir a Mosc¨² o preve¨ªa ya de antemano -y secretamente deseaba- lo que iba a suceder. -Tampoco ser¨¢ f¨¢cil averiguar si los sovi¨¦ticos le tendieron conscientemente una celada o si la visita del se?or Carrillo ha sido aprovechada por una fracci¨®n del Kremlin para fortalecer sus posiciones a costa de otra rival. En cualquier caso, el secretario general del PCE ha obtenido, cuando menos a corto plazo, una ganancia segura de su breve viaje.
Porque resulta indudable que la credibilidad del eurocomunismo se ha consolidado tras el incidente de Mosc¨². El distanciamiento de los comunistas espa?oles respecto a la Uni¨®n Sovi¨¦tica no es una a?agaza t¨¢ctica, como los profesionales del an¨¢lisis paranoico suelen afirmar. Aunque la ruptura no sea, al menos por ahora, tan abierta y expl¨ªcita como en el caso de Yugoslavia o China, es evidente que los gobernantes sovi¨¦ticos han retirado su confianza al dirigente comunista espa?ol. El ¨²nico riesgo que corre el PCE es que los servicios exteriores de la URSS dediquen todos sus esfuerzos y recursos a romper su unidad. Pero no parece que se trate de un peligro inmediato. Las tentativas realizadas por Enrique Lister y Eduardo Garc¨ªa de fundar el ?verdadero? partido de la ?verdadera? clase ? verdaderamente ? obrera se han saldado hasta ahora con un fracaso.
Desde una perspectiva hist¨®rica, el actual enfriamiento y la eventual ruptura entre los comunistas sovi¨¦ticos y espa?oles tienen una l¨®gica propia. La Uni¨®n Sovi¨¦tica
prefiere partidos comunistas fuertes; pero exige que, a la vez, sean obedientes. Para Mosc¨², un Partido Comunista d¨¦bil y sumiso es mil veces mejor que un partido poderoso e independiente de Mosc¨². Porque esos ?destacamentos de vanguardia de la clase obrera? son para la Uni¨®n Sovi¨¦tica fundamentalmente piezas de su estrategia internacional como Estado. La ruptura de la Uni¨®n de la Izquierda en Francia puede ser explicada tal vez en otros t¨¦rminos; pero la hip¨®tesis de que los sovi¨¦ticos prefieren a Giscard antes que a Mitterrand es seductora. El recuerdo de los meses iniciales de la segunda guerra mundial, cuando la alianza entre Hitler y Stalin hizo que los comunistas europeos se declararan neutrales frente a los nazis, se halla todav¨ªa demasiado vivo para buscar otras pruebas.En cuanto al PCE, su distanciamiento con la Uni¨®n Sovi¨¦tica le permite aspirar al objetivo de todo partido pol¨ªtico: aumentar su fuerza parlamentaria, controlar zonas de poder, engrosar su militancia y conquistar alg¨²n d¨ªa puestos en el Gobierno. La experiencia de la posguerra europea ha demostrado sobradamente que los partidos comunistas, marginados por sus vinculaciones con Mosc¨², bloqueaban la vida pol¨ªtica de Francia o de Italia sin constituir una alternativa real de poder: vetada su participaci¨®n en el Gobierno desde 1947 por factores internacionales, constituyen, sin embargo, una fuerza demasiado poderosa para ser ignorada.
Por esa raz¨®n, la actitud hacia la URSS adoptada por el PCE puede ser un elemento dinamizador de la pol¨ªtica espa?ola. Se trata s¨®lo de un comienzo, pero es importante. Los comunistas espa?oles han iniciado una traves¨ªa en el desierto que les puede llevar, como en un cuento de Borges, al arranque mismo de su historia: el momento de ruptura de la socialdemocracia europea en dos bloques de ?hermanos enemigos? que han luchado entre s¨ª -y siguen luchando- como s¨®lo pueden hacerlo quienes llevan la misma sangre o participan de la misma ideolog¨ªa.
Pero el reencuentro de socialistas y comunistas en la libertad y la democracia tardar¨¢ todav¨ªa mucho en producirse, si es que alguna vez ocurre. Uno de los numerosos ejemplos que ilustran la profundidad de los enconos de esa familia dividida es la defensa que hace el se?or Carrillo de la Revoluci¨®n de Octubre y sus cr¨ªticas a los socialistas que -como el ?renegado Kautski?- condenaron en 1917 la toma del poder por los bolcheviques, a la vez que lanza virulentas diatribas contra la sociedad sovi¨¦tica actual, hija y heredera de esa forma concreta de conquista del poder que se asociar¨¢ para siempre con el nombre de Lenin y la Revoluci¨®n de Octubre. ?C¨®mo se pueden condenar los Iodos de esa sociedad cerrada que es la URSS y bendecir, sin embargo, los polvos que est¨¢n en su origen?
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