Peligrosos sociales
DESDE EL verano de 1970, usted es un peligroso social; al menos, mientras no demuestre lo contrario. Hasta esa fecha, al menos, la vieja ley de Vagos y Maleantes pod¨ªa ser sorteada mediante la acreditaci¨®n de un trabajo fijo, o, simplemente, la no comisi¨®n de delitos. Pero la promulgaci¨®n de la a¨²n vigente ley de Peligrosidad Social vino a Institucionalizar el principio que, a la postre, inspiraba la filosof¨ªa del r¨¦gimen anterior: que los ciudadanos son, ante todo sospechosos.Con su capa de modernidad jur¨ªdica y con expl¨ªcitos; prop¨®sitos tutelares sobre la sociedad, los legisladores del setenta perge?aron una de las leyes m¨¢s reprobables desde el punto de vista cristiano, que pretend¨ªan esgrimir: jur¨ªdicamente Inaceptable por cuanto la mera potencialidad de delinquir puede ser objeto de privaci¨®n de libertad, y, finalmente, digna de la apat¨ªa snoral y ¨¦tica de los ¨²ltimos a?os en los que se arremet¨ªa contra la sociedad permisiva y se relegaba a los desvanes del pensamiento toda filosof¨ªa elaborada en torno al concepto de la tolerancia.
A todo ello habr¨ªa que sumar argumentos menos intelectuales y m¨¢s concretos. Vaya en honor de algunos altos funcionarios del Ministerio de Justicia su trabajo, l¨®gicamente subterr¨¢neo y an¨®nimo, por impedir una ley que sencillamente ni se pod¨ªa cumplir con arreglo a sus intenciones (buenas o malas) ni se cumple en estos momentos. Y as¨ª, la ley de Peligrosidad Social si es mala por paternalista e intr¨ªnsecamente represora en las libertades privado es, adem¨¢s, un papel mojado. Porque siendo una ley que pretende reeducar, lo ¨²nico que hace es encarcelar.
La letra de la ley se expande en elevadas consideraciones sobre la reinserci¨®n social de prostitutas, homosexyales, alcoh¨®licos, drogadictos y otros marginados sociales. Pero dada la vetustez de la red penitenciaria espa?ola y la carencia de personal cualificado para atender esos te¨®ricos centros de recuperaci¨®n social, s¨®lo existentes en la mente de los legisladores del setenta, las meretrices, los dips¨®manos, los bisexuales o los fumadores de marihuana acaban, si caen bajo esa ley, literalmente en una penitenciar¨ªa. Los marginados no se reinsertan as¨ª en la sociedad: son marginados definitivamente y educados en la delincuencia.
Contra esta ley han elevado sus voces los abogados y, ahora, los grupos marginales y extraparlamentarios. Grave error el de los partidos con representaci¨®n en el Congreso de Diputados al tener este y otros temas an¨¢logos por balad¨ªes o de menor inter¨¦s. Son los que configurar¨¢n los c¨®digos al nuevo modelo de sociedad ya en marcha, con todos sus titubeos y errores iniciales, pero, que ah¨ª est¨¢ y no puede ser despreciado.
Y en estos casos lo que los Gobiernos deben arbitrar es la dotaci¨®n de med¨ªos de educaci¨®n social; no mecanismos punitivos para colocar tras una reja a los marginados. Es harto f¨¢cil castigar o pretender reeducar a quienes abando,nan los caminos de la sociedad convencional. Lo aut¨¦nticamente progresivo, y tambi¨¦n dif¨ªcil, es erradicar las situaciones de marginaci¨®n. Acaso la prostituci¨®n femenina sea un ejemplo bastante claro. Encarcelar peri¨®dicamente a las peripat¨¦ticas no resuelve nada y puede hacerse a bajo costo. Empero, promocionar el papel laboral de la mujer y extraerla de su ghetto cultural exige esfuerzos intelectuales y legislativos superiores al del ya c¨¦lebre alcalde de Rota, que lleg¨® a afirmar que en su ciudad no hab¨ªa prostituci¨®n porque estaba prohibida por la ley.
Dir¨ªamos en suma que la derogaci¨®n de la ley de Peligrosidad Social, ahora bandera de los marginados, no es esencialmente un problema pol¨ªtico: ante todo es un asunto que afecta a la cultura, a la atenci¨®n por los dem¨¢s, a la tolerancia, en suma.
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