Finales de novela rosa
Las novelas rosas siempre terminan bien. Las novelas naturalistas terminan mal. En la vida el bien y el mal se alternan, pero hay muchas gentes que tienden a pensar que todo debe de terminar bien. No s¨®lo los amores de Te¨¢genes y Cariclea o los de Persiles y Segismunda, despu¨¦s de grandes peripecias, o los del teniente apuesto con la se?orita agraciada y adinerada, despu¨¦s de unos cuantos saraos y paliques. Resulta, as¨ª que todos los programas pol¨ªticos tambi¨¦n terminan bien. Los grandes, de autores de alto coturno, y los peque?os, m¨¢s o menos concejiles. Hay libros famos¨ªsimos que empiezan con aparato enorme de ciencia y que acaban con una especie de serm¨®n. Los buenos triunfan, sean los cristianos, los proletarios o los patriotas. Los malos se hunden en los. inflemos. Seg¨²n cada doctrina es el que la sigue el que obtendr¨¢ el amor de la damisela, y color¨ªn colorado. Los buenos son los adeptos, los gn¨®sticos, los que est¨¢n en el secreto, como parece que lo estaba Posada Herrera en el Vaticano.Claro es que la ¨²nica forma de hacer propaganda es predicar, la propia virtud, o hablar de la propia sabidur¨ªa. Propaganda de la fe cient¨ªfica y pol¨ªtica o de la religiosa. Nadie podr¨ªa, en efecto, empezar un mitin con palabras como ¨¦stas: ?Repugnantes compatriotas, detestable gentuza que me escucha idiotizada. Yo soy m¨¢s facineroso, m¨¢s malvado y m¨¢s bestia que vosotros, lo cual es ya decir. Mi programa es claro. Quiero que gan¨¦is menos, que padezc¨¢is hambre, que este pa¨ªs se convierta en el m¨¢s miserable de la Tierra, en una erg¨¢stula de esclavos, en la que unos fieros sayones os torturen y os muelan a palos a vosotros y a vuestros asquerosos hijos. Que reinen el enga?o, el adulterio, el estupro y -el incesto, la enfermedad y las miserias de todas clases ... ? No, nadie con semejante programa obtendr¨ªa un voto, ni tan siquiera el del mis¨¢ntropo de Labiche ni el de aquel m¨ªster Ximenes, un espa?ol del que habla Chamfort, el cual, cuando en la corte de Luis XV o¨ªa cantar al ruise?or, al comienzo de la primavera, en un bello jard¨ªn, gritaba enfurecido: ? ?Maldito animal! ?
La experiencia indica, sin embargo, que aun que en los m¨ªtines no se haya hecho nunca ?propaganda? de tal clase, ciertos grupos pol¨ªticos han llegado a poner a veces a los hombres de su pa¨ªs en situaciones como la indicada: ??C¨®mo puede haber, entonces, disarmon¨ªa tan grande entre programas y pr¨¦dicas de un lado y hechos de otro? Por una falta constante de consideraci¨®n de la experiencia, por una deformaci¨®n continua de la imagen de la vida, individual y colectiva. Est¨²pida deformaci¨®n, porque cada uno de nosotros podr¨ªa ,allegar datos suficientes para demostrar a predicadores y propagandistas que los finales bonitos con el triunfo del bien son escasos, que la novela rosa o naturalista queda continuada por otros cap¨ªtulos, como aquellos de que gustaba don Manuel Fern¨¢ndez y Gonz¨¢lez, cuando' quer¨ªa prolongar la acci¨®n de una novela por entregas: ?De c¨®mo el capit¨¢n Matamoros no muri¨® en la contienda.? A veces no se muere, en efecto, aunque lo parezca; pero tampoco se termina haciendo manitas o con un beso de pel¨ªcula' del a?o veinte. Despu¨¦s de las vacas gordas pueden venir las flacas o al rev¨¦s. Contar una historieta anunciando siempre el pr¨®ximo engorde si se sigue a un ?jefe? es una pobre mentira. En esto los historiadores suelen ser m¨¢s honrados que los predicadores, oradores y propagandistas. Gibbon, que no era un hombre aquejado de tartufer¨ªa, dijo: ?La historia, en general, no es m¨¢s que el registro de los cr¨ªmenes ,las locuras y las equivocaciones de la humanidad.? Si esto resume el conocimiento del pasado, seg¨²n un hombre de genio, no sabemos por qu¨¦ el futuro siempre lo hemos de cortar como un trozo de' queso o d¨¦ tarta, por donde m¨¢s nos guste y en la proporci¨®n deseada. Imaginemos que todos los espa?oles somos cadetes de Segovia, como en una novela de don Adolfo de Sandoval, y todas las mujeres damiselas llenas de encantos, virtudes y hermosas rentas. Pero esto es s¨®lo bueno para un rato de expansi¨®n y en el caso de que a uno le seduzca la vida de las viejas ciudades con academias y guarniciones. No es serio, hoy, en 1977, predicar la venida de los higos chumbos y hablarnos del triunfo del Bien, con may¨²scula, sobre el Mal, a condici¨®n de seguir un progamita. ?Como si nuestra experiencia no valiera nada! ?Es que en un siglo que ha registrado las dos guerras m¨¢s brutales de la historia, las tiran¨ªas m¨¢s sangrientas y est¨²pidas, genocidios, luchas fratricidas, ruinas y destrucciones sin cuento, tenemos que seguir chup¨¢ndonos el dedo? No somos se?oritas de. 1880, lectores de George Ohnet, que han aprendido a hacer encaje de bolillos, a tocar sonatinas de Duseck y a recitar algunos versos de Campoamor. Los espa?oles somos nativos de una tierra en la que alg¨²n grullo con ingenio invent¨® aquello de:
Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos:
que Dios protege a los malos
cuando son m¨¢s que los buenos. Podr¨ªa pedirse ¨¢ todos los metidos en la vida p¨²blica m¨¢s realismo y no que sigan cont¨¢ndonos su proyecto de novela rosa, con el pr¨ªncipe encantador que llega al final. No hay f¨ªsicos para eso, cr¨¦ase lo que se crea.
P¨¦rez y P¨¦rez fue un hombre de ¨¦xito: no cabe duda. Pero hay otros modelos que imitar en la literatura espa?ola, un poco m¨¢s ajustados a lo que es esta tierra, ensangrentada m¨¢s veces que dulce y placentera. No usemos de recetas viejas y poco ¨²tiles seg¨²n la experiencia, no repitamos t¨®picos gastados por el uso, como f¨®rmulas de salvaci¨®n. Hay palabras de aliento que pueden usarse siempre durante una tarea, en un campo, desconocido; pero no pongamos la esperanza en f¨®rmulas simples. Debemos profundizar m¨¢s en el conocimiento de nuestro pa¨ªs, justipreciar nuestras limitaciones y fallos, nuestra violencia y nuestra pobreza. No creer o fingir que creemos (lo cual es peor) en lo que nos conviene. Don Lucas Mallada, con su martillo de ge¨®logo en mano y pateando Espa?a, fue mejor pol¨ªtico que el que dijo que Espa?a era un pueblo de monjes y soldados o el que afirm¨® que era una ?Unidad de Destino en lo Universal?. La afici¨®n a los destinos de los espa?oles s¨ª es clara. Que les guste el monj¨ªo hoy no lo parece; pero que esta pen¨ªnsula tiene demasiadas piedras es una verdad como un templo. ?Somos ni?as casaderas y catec¨²menos para que nos sigan contando historietas rosa sobre el porvenir, siempre que crean los en el se?or X?
F¨ªgaro le cantaba a Querub¨ªn en la ¨®pera inmortal: ?Ed in vece del fandango una marcia per il fango.?
Ahora estamos en plena era de promesas de alegres fandangos, de fines de novela rosa, con tal de que seamos seguidores de tal jefe, dentro de tal grupo. Un poco de previsi¨®n de ?marcia per il fango? vendr¨ªa bien: no s¨®lo para los menesterosos, claro es. Pero no. Vivimos en un mundo irreal, en el que todo se arreglar¨¢ cambiando unas ?estructuras? (mu¨¦vanse las manos adecuadamente) y modificando otras. M¨¢s a la derecha. M¨¢s a la izquierda. En esta especie de organizaci¨®n dom¨¦stica y tradicional de los partidos, convendr¨ªa que, adem¨¢s, para matizar con el m¨¢s refinado de los virtuosismos, se nos describiera en qu¨¦ piso est¨¢ cada grupo pol¨ªtico: si, por ejemplo, queda en el ¨¢tico izquierda o en el principal derecha. Mas, ?ay! Existen gentes que gobiernan. la luna porque -como dec¨ªa un picador cordob¨¦s hablando de cierto erudito, paisano suyo- est¨¢n en ella..., pero la administran como si fuera un cortijo.
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