El a?o que se va
EL A?O que hoy termina marca el comienzo de la reconstrucci¨®n democr¨¢tica de la sociedad espa?ola. El refer¨¦ndum del 15 de diciembre de 1976 aprob¨® la ley para la Reforma Pol¨ªtica, cuya realizaci¨®n se ha llevado a la pr¨¢ctica a lo largo de 1977. La legalizaci¨®n de todos los partidos pol¨ªticos (con la excepci¨®n de los grupos independentistas vascos, decisi¨®n cargada de consecuencias negativas), la amnist¨ªa total (con lamentables limitaciones en lo que se refiere a los oficiales republicanos y de la UMD) y la celebraci¨®n de las elecciones generales a Cortes fueron tres importantes pasos en el camino de convertir a nuestro pa¨ªs en una comunidad libre. Aunque con mayor timidez y menos prisas, tambi¨¦n otras parcelas de vida democr¨¢tica entran en v¨ªas de normalizaci¨®n. El Gobierno ha dictado normas para la celebraci¨®n de elecciones sindicales, que tendr¨¢n lugar a comienzos del pr¨®ximo a?o, y ha enviado a las Cortes un proyecto de ley para las elecciones municipales. El restablecimiento provisional de la Generalitat de Catalu?a, pese a la hipoteca que implica el pacto de intereses entre el se?or Tarradellas y el partido del Gobierno, significa el reconocimiento de los derechos de esa vieja comunidad hist¨®rica a las instituciones de autogobierno y al estatuto de autonom¨ªa. En cuanto al Pa¨ªs Vasco, el a?o se cierra con la interrogante de si los intereses nacionales terminar¨¢n por sobreponerse a los de la UCD. Si la respuesta es afirmativa, el r¨¦gimen de preautonom¨ªa, que incluir¨ªa a las tres provincias vascas y mantendr¨ªa abiertas las puertas para el ingreso de Navarra, ser¨¢ establecido por decreto-ley en los primeros d¨ªas de enero.El ¨²ltimo trimestre de 1977 ha sido el escenario temporal de los pactos de la Moncloa, que revisten una gran importancia para la soluci¨®n de la grave crisis que sacude los cimientos de la econom¨ªa espa?ola.
Conviene resaltar, sin embargo, que los pactos de la Moncloa no significan tan s¨®lo un acuerdo para contener las alzas salariales al ritmo de los aumentos de los precios. Las contrapartidas pol¨ªticas aceptadas por el Gobierno son de vital importancia para el definitivo desmantela miento del antiguo r¨¦gimen. La reforma del C¨®digo Penal ordinario y del C¨®digo de Justicia Militar, las modifica ciones en la normativa de reuni¨®n y asociaci¨®n, la dero gaci¨®n de las limitaciones a la libertad de expresi¨®n y la reorganizaci¨®n de las fuerzas de orden p¨²blico y de sus atribuciones son algunos de los compromisos adquiridos por el presidente Su¨¢rez en nombre de su partido, que queda emplazado as¨ª para convertirlos en leyes en las Cortes. Los grandes lineamientos de la pol¨ªtica educativa son igualmente prometedores para la elevaci¨®n de la calidad de la vida de nuestro pa¨ªs y para una mayor igualaci¨®n de los ciudadanos en la distribuci¨®n de opor tunidades. Finalmente, la reforma de la Seguridad Social no s¨®lo permitir¨¢ mejorar la calidad de las prestaciones, sino que, adem¨¢s, pondr¨¢ bajo control democr¨¢tico ese gigantesco tinglado de intereses.
La negociaci¨®n de los pactos de la Moncloa y la sujeci¨®n de los partidos -de todos los partidos- a la disciplina de sus direcciones han relegado a las Cortes a un modesto lugar en el escenario pol¨ªtico. Las sesiones plenarias han sido escasas y no demasiado ejemplares. El error de establecer un sistema bicameral, en el que los dos cuerpos deliberantes tienen similares competencias, fuerza al Senado a elegir entre dos opciones igualmente penosas: secundar obedientemente las decisiones del Congreso, o discutir enfadosamente las mismas cuestiones con iguales resultados. De todas formas, las comisiones han comenzado sus trabajos y sus deficiencias y retrasos son una l¨®gica consecuencia de la necesaria etapa de rodaje. La ponencia encargada del anteproyecto constitucional ha terminado su cometido en plazos aceptables; el paso de comedia de su confidencialidad es ya s¨®lo una an¨¦cdota de la que hay que aprender la inutilidad de tales procedimientos.
La democracia no es una medicina milagrosa que elimine los conflictos. Tampoco puede lograr que, de la noche a la ma?ana, los terroristas abandonen sus m¨¦todos o los agitadores retuncien a aprovechar el descon tento ciudadano. Ni est¨¢ en sus manos conseguir, en el plazo de pocos meses, que las fuerzas de orden p¨²blico tomen conciencia, desde quienes dan las ¨®rdenes hasta quienes las ejecutan, de que el orden de una sociedad democr¨¢tica se mantiene mediante procedimientos diametralmente distintos a los que utilizaba la derecha. Los atentados terroristas y los muertos y heridos en las manifestaciones a lo largo de 1977 son un triste recordatorio de que el legado del autoritarismo todav¨ªa no ha sido enterrado.
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