La casa de Blasco Ib¨¢?ez en Valencia a punto de derrumbarse
Hace deicis¨¦is a?os, el delegado de la Secci¨®n Central Naval del Frente de Juventudes y los abogados de la familia Blasco Ib¨¢?ez, firmaban un documento por el que los herederos del escritor recuperaban el chalet de la Malvarrosa. La casa de Vicente Blasco Ib¨¢?ez, exponente de las construcciones de recreo levantadas por la burgues¨ªa valenciana en la playa pr¨®xima al puerto, hab¨ªa estado ocupada por el Frente de Juventudes veinte a?os, sin pagar ni un c¨¦ntimo.El documento justificaba los destrozos de la casa por ?da?os producidos por gente maleante?, hechos que se hab¨ªan denunciado a la polic¨ªa y al juzgado. De las ¨²nicas reformas que se responsabilizaba el Frente de Juventudes (cerrar la galer¨ªa pompeyana con ventanas y a?adir a ambos lados del chalet nuevas dependencias), se dejaba constancia escrita. La rotura de cristales, instalaciones el¨¦ctricas y de agua, desaparici¨®n de los servicios higi¨¦nicos, eran da?os, seg¨²n el documento, provocados ?por una acci¨®n, al parecer, intencionada?. As¨ª se echaba tierra sobre la destrucci¨®n de la casa del creador de Los cuatro jinetes del Apocalipsis, hoy abrigo temporal de gitanos, reivindicado como futuro centro cultural con motivo del recuerdo, este 28 de enero, de los cincuenta a?os de la muerte de Blasco Ib¨¢?ez.
El arresto
Sus herederos lo cuentan as¨ª. Un d¨ªa de 1941, un delegado de Flechas Navales fue a visitar a Vicente Asensi, yerno de Libertad, hija del escritor, entonces exiliada. Le dijo que la alquilara o cediera, a lo que se neg¨®, por ser finca de recreo familiar. D¨ªas despu¨¦s, el gobernador de Valencia, Planas de Tobar, le llam¨® a su despacho, teniendo encima de la mesa una cachiporra y un boxer. Tras reprocharle su oposici¨®n al glorioso Movimiento lo arrest¨® en los calabozos. Hac¨ªa diecisiete d¨ªas que se hab¨ªa casado con la hija de Libertad. En una de las visitas en que ¨¦sta le llevaba comida, un guardia le confi¨® que mientras no dieran la llave del chalet de la Malvarrosa, su marido no quedar¨ªa en libertad. La llave estuvo al d¨ªa siguiente en la Secretar¨ªa de Gobernaci¨®n, sin que mediase firma de papel alguno. Vicente Asensi cumpli¨® el resto de condena en su casa y pag¨® 5.000 pesetas de multa, ?por haber hablado mal del Movimiento?, escrib¨ªa la prensa de entonces.Vicente Blasco Ib¨¢?ez hab¨ªa comprado los terrenos de la finca a la Alcoholera Espa?ola por quinientas pesetas. El contorno era muy generoso en vegetaci¨®n (huerta, palmeras, tamarindos, adelfas, ca?averales). Esta actuaba de contrapunto ambiental de la arena, sol brillante y amplio mar extendidos frente a la fachada. En la Malvarrosa, Sorolla dio luz a sus cuadros m¨¢s famosos de escenas playeras. Junto a la Alcoholera estaba la casa de perfumes de Julio Robillard. Estos embalsamaban con frecuencia el ambiente. Vicente Blasco instituy¨® as¨ª el nuevo nombre de ?La Malvarrosa? para aquel entorno, conocido desde antiguo como ?Playa de Levante?.
Las tres plantas del chalet ofrec¨ªan todas las caracter¨ªsticas de habitat de descanso de un escritor. Una gran biblioteca y un saloncito con el piano de su esposa, Mar¨ªa Blasco del Cacho, ocupaban la primera planta. Por una escalera, a la que tambi¨¦n se acced¨ªa directamente desde la calle, se sub¨ªa a la vivienda. Dormitorios, sal¨®n estilo Imperio, cocina y comedor con platos de cer¨¢mica y chimenea valencianos, eran las dependencias m¨¢s frecuentadas por los miembros de la familia.
Aunque en la planta segunda la galer¨ªa pompeyana, abierta a lo largo de la fachada, constitu¨ªa la pieza m¨¢s cotizada. Joaqu¨ªn Sorolla, ayudado por sus disc¨ªpulos Francisco Merenciano y Vicente Santaolaria, pens¨® aquel lugar como mirador al mar y ambiente sint¨¦tico de la vocaci¨®n universal del escritor. Dos grandes cari¨¢tides realizadas por Rafael Rubio, entonces profesor de Bellas Artes en Valencia, fueron situadas en las esquinas, mientras los disc¨ªpulos de Sorolla reprodujeron las pinturas pompeyanas de la casa del Veti y del Poeta. Y en el centro, una gran mesa rectangular de m¨¢rmol blanco de Carrara, tra¨ªda especialmente de Italia. En ella, la familia Blasco com¨ªa en verano frente al Mediterr¨¢neo.
Pero estos testimonios de la vida cotidiana del pol¨ªtico republicano han desaparecido hoy. El franquismo arras¨® todo vestigio cultural de sus detractores. Durante a?os, los responsables de la vida municipal valenciana han recurrido al s¨ªmbolo de este escritor para subrayar folkl¨®ricamente la descripci¨®n que hace de las costumbres de la sociedad valenciana, mientras desaparec¨ªa su casa natalicia de la calle Jaboner¨ªa Nueva o se destru¨ªa el edificio donde se fund¨® el diario Pueblo, en la calle Don Juan de Austria. Los muros de esta ¨²ltima casa conocieron al Vicente Blasco pol¨ªtico y periodista, escribiendo los folletines del diario, que luego se transformar¨ªan en novelas, o saliendo camino de la c¨¢rcel de San Gregorio por alguna de sus intervenciones pol¨ªticas defendiendo el federalismo. La creaci¨®n literaria m¨¢s meditada estaba reservada para el despacho de la tercera planta de ?La Malvarrosa?. Desde su mesa de escribir, Blasco buscaba en el movimiento del mar el ritmo adecuado que ilustrara novelas como Ca?as y barro, o Entre naranjos.
Una norma de pudor
Las cari¨¢tides fueron suprimidas por los Flechas Navales, quiz¨¢ por tener el torso desnudo. Las columnas estriadas de la galer¨ªa desaparecieron para ocupar su espacio grandes ventanales con persianas, y no mejor destino ha tenido la mesa de m¨¢rmol, sostenida en el centro actualmente por ladrillos que ha colocado uno de los gitanos que habitan la casa, pues de lo contrario amenaza con partirse. La familia la ha donado al Museo de Cer¨¢mica de Valencia, en donde se encuentra el despacho del escritor, pero hasta el momento no ha sido trasladada.As¨ª se explica el desencanto del visitante que al acceder a esta casa, reivindicada por muchos valencianos como Casa de la Cultura, encuentra un gitanillo que pide propina por avisarte del peligro de caer por uno de los agujeros abiertos en el suelo del segundo piso. El chaval explica que su padre puso los ladrillos bajo el m¨¢rmol de Carrara, mientras su madre poco antes no justificaba el inter¨¦s que puede tener recorrer una casa transformada en cobijo temporal de transe¨²ntes marginados por la sociedad. Los desperdicios se amontonan entre las altas hierbas de lo que fue un espl¨¦ndido jard¨ªn. La ropa tendida de los ¨¢rboles se seca al sol mediterr¨¢neo, mientras los moradores y sus animales dom¨¦sticos lo toman con impotencia sobre sillas desvencijadas en el rellano de entrada por el paseo de la playa.
El proyecto de transformaci¨®n de este chalet abandonado topa con las divergencias familiares de los herederos. Muerto el matrimonio, la herencia qued¨® dividida entre sus tres hijos, Mario, Sigfrido y Libertad. Pero el hermano mayor, Mario cedi¨® posteriormente su parte a los otros dos, que en la actualidad mantienen posturas encontradas en la venta de la casa. Mientras Sigfrido est¨¢ dispuesto a vender su parte al Ayuntamiento, Libertad se opone, para proponer una soluci¨®n intermedia de dividir el terreno, de forma que en la parte de su hermano se levante el centro cultural deseado. Seg¨²n Libertad, pensar en una propiedad particular de la familia para homenaje a Vicente Blasco es absurdo.
El Frente de Juventudes no pag¨® un c¨¦ntimo y extingui¨® todo s¨ªmbolo cultural y ornamental de esta casa. La familia en el exilio y desunida s¨®lo accedi¨® a este edificio cuando la pol¨ªtica de hechos consumados lo hab¨ªa transformado en un chalet m¨¢s de los que ocupan la primera fila de la playa de Valencia. Hoy, sus habitantes no pueden ser m¨¢s que gentes marginadas, ignorantes del tiempo hist¨®rico que esta casa posee, evitando que sus muros y techos se derrumben un poco m¨¢s, o que la mesa de m¨¢rmol ceda definitivamente. Ma?ana ser¨¢ lo que la resurgente conciencia valenciana decida. El retorno de Vicente Blasco Ib¨¢?ez es una deuda contraida por los valencianos, que s¨®lo ser¨¢ saldada con una nueva visi¨®n hist¨®rica de su vida y recuperaci¨®n de todos los objetos y espacios que acompa?aron sus sesenta a?os.
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