Una obra maestra
Suele afirmar Resnais que lo imaginario puede ser filmado como los objetos. Su filme Providence viene brillantemente a demostrarlo. A la sombra del Ulises, de Joyce, y a la vez de Pirandello, el talento de David Mercer, autor de esta historia, ha puesto a su disposici¨®n el medio y la ocasi¨®n de demostrarlo.En su vieja mansi¨®n, llamada Providence, un viejo escritor, a punto de morir, se defiende de su fin pr¨®ximo con las dos ¨²nicas armas a su alcance: el vino y los recuerdos. En la noche que precede al d¨ªa de su cumplea?os, recuerda y revive su postrer novela, imaginando que los personajes son sus mismos familiares, los unos muertos ya, los otros a punto de llegar al d¨ªa siguiente. Libres y a la vez dominados por su creador van haciendo cambiar la historia a su capricho, seg¨²n se identifican o trasforman, rompiendo su relaci¨®n con la realidad para volver sumisos al camino tradicional cuando el autor interviene, orden¨¢ndolo.
Providence
Gui¨®n de David Mercer.Direcci¨®n: Alain Resnais. Fotograf¨ªa: Ricard Aronovitch. M¨²sica: Miklos Rozsa. Int¨¦rpretes: Dick Bogarde, Ellen Burstyn, John Gielgud, David Warner. Ellaine Stricht. Francia, 1976. Dram¨¢tico. Local de Estreno: Minicine 3.
Cuando rompe el alba, la pesadilla del escritor concluye, al tiempo que los hijos llegan. Es un ep¨ªlogo pat¨¦tico y, en cierto modo, feliz, antes del final definitivo.
M¨¢s all¨¢ del humor amargo, la fantas¨ªa, o la met¨¢fora, corre una vena de gran farsa grotesca a trav¨¦s de la cual los personajes se buscan, interrogan o asedian, entre divagaciones cultas o procaces. La moral, la guerra, la hipocres¨ªa, nacen y mueren a lo largo de esa noche, en la mente contradictoria del escritor, de sus dos hijos dispares y opuestos, de su mujer, a lo largo de un sue?o preludio de la muerte que en el castillo acecha.
Como gran parte de la literatura actual y aun del cine de nuestros d¨ªas, Providence es un desaf¨ªo profundo y a la vez brillante, de gran altura intelectual, lanzado al espectador en forma de historia que a¨²n siendo muchas a la vez, lineales, paralelas o contrapuestas, van tomando forma inteligible seg¨²n ahondamos en ellas.
Casi veinte a?os despu¨¦s de Hiroshima, mon amour se dir¨ªa que su autor vuelve a un mundo de liberaci¨®n total, de imaginaci¨®n, belleza y sabidur¨ªa, intrincado y a la vez armonioso, como ese bosque que rodea: a la casa y sirve de pr¨®logo y camino hasta el lugar donde la acci¨®n se desarrolla. Mundo complejo, fascinante y s¨®rdido a un tiempo, encerrado en s¨ª mismo como su anciano protagonista, cerebral y vivo como ¨¦l, contradictorio, sarc¨¢stico, cordial al tiempo que enemigo.
Sobre im¨¢genes de una belleza excepcional, en la que la fotograf¨ªa subraya la acci¨®n con sus tonos on¨ªricos, al comp¨¢s de la m¨²sica solemne y melanc¨®lica, Resnais crea su propio universo visual a partir del tema de la muerte, una historia donde vuelve a encontrar, tras otros filmes menores, su aut¨¦ntica categor¨ªa de maestro del cine.
Dick Bogarde en su papel de abogado fr¨ªo, racional, cumple a la perfecci¨®n como segundo protagonista de igual modo que Ellen Burstyn en el personaje amable de la historia. Mas, por encima de todos, la sombra de John Gilgud, su presencia, su arte conciso y a un tiempo brillante, se impone con categor¨ªa inapelable. El es el escritor. En su gesto y su voz, la iron¨ªa, el desd¨¦n, el dolor o el miedo, alcanzan un valor con vagas resonancias cl¨¢sicas muy cercanas a Shakespeare, a quien quiz¨¢ alude el t¨ªtulo del filme y el lugar donde la acci¨®n sucede, t¨ªtulo y facultad de unos pocos nombres se?alados, elegidos, capaces de crear y liberar a sus personajes y a sus espectadores, de alzar sobre un arte cada vez m¨¢s superficial, tosco y vac¨ªo, obras de la categor¨ªa universal de Providence.
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