Nos dejasteis solos
Senador de la ?Entessa dels Catalans?
A Gregorio P. B., senador, El debate sobre la proposici¨®n de ley de Indulto de presos sociales tuvo un gran momento: el primer turno a favor, ocupado por Bandr¨¦s. Consisti¨® su grandeza en una feliz adecuaci¨®n entre fondo y forma. Ya no volvi¨® a recuperar la discusi¨®n, m¨¢s tarde, semejante altura, ni siquiera con la intervenci¨®n final del ministro de Justicia por otra parte, la m¨¢s h¨¢bil. Sin embargo, es esta ¨²ltima intervenci¨®n, m¨¢s concretamente una de sus frases, lo que, ya sin momento procesal para r¨¦plica en el campo parlamentario, me induce al presente comentario.
Claro que hubo tambi¨¦n su momento pintoresco: el gratuito y desafortunado ataque contra Catalu?a, de ecos que nosotros llamamos carpetovet¨®nicos. Un d¨ªa, precisamente, en que vascos y catalanes plante¨¢bamos un tema de inter¨¦s general para el Estado, sin ribete alguno nacional o clasista.
Por su parte, el ministro -en un tono m¨¢s condolido que desde?oso, ciertamente- dijo que, aun concedi¨¦ndose el indulto ahora, dentro de seis meses ser¨ªa otra vez defendible, con id¨¦nticos argumentos.
Creemos que el reproche, cuya buena fe no tenemos inconveniente en reconocer merece una puntualizaci¨®n.
La proposici¨®n Bandr¨¦s-Xirinacs hac¨ªa meses que circulaba, aun instalados en el edificio del Congreso. Conten¨ªa el borrador en su versi¨®n anterior un art¨ªculo, creo que el octavo, el cual preve¨ªa una f¨®rmula de ayuda econ¨®mica para los excarcelados. Fue precisamente: este p¨¢rrafo concreto, dirigido, naturalmente, a paliar el pavoroso problema de la reinserci¨®n social del delincuente, lo que retras¨®, al implicar disposici¨®n de fondos del Estado, los planes de Bandr¨¦s y Xirinacs, que vieron complicada su dif¨ªcil brega por los pasillos de las Cortes, al necesitar doble n¨²mero de firmas. Debo decir por mi parte! que, precisamente en raz¨®n de este art¨ªculo octavo, me negu¨¦ a firmar la proposici¨®n inicial, ello, no por creer la previsi¨®n de la ayuda econ¨®mica definitivamente disparatada, sino por opinar, a riesgo de equivocarme, que, en los momentos actuales, el mandato recibido de los electores me impon¨ªa el rechazo, sin perjuicio de suplir aquella ayuda, vista la gravedad y urgencia del problema, con un robustecimiento de las instituciones de rehabilitaci¨®n del preso al cual se ha perdonado o que ha extinguido condena.
El resto de la proposici¨®n no me creaba dificultades insalvables, de forma que conced¨ª mi firma cuando suprimieron el art¨ªculo controvertido. Es cierto que el indulto que se propon¨ªa era muy generoso, lo que favorec¨ªa la demagogia de los sectores de m¨¢s a la derecha -ahora parece claro que tal liberalidad fue un error t¨¢ctico de los iniciadores- Pero, como siempre, hicieron constar Bandr¨¦s y Xirinacs, el objetivo b¨¢sico era solamente la toma en consideraci¨®n por la C¨¢mara. Es decir, usando los t¨¦rminos reglamentarios, un debate de totalidad sobre ?el principio, esp¨ªritu y oportunidad? de la proposici¨®n, y no de su articulado, que pasar¨ªa a comisi¨®n para ser reelaborado. Y, en su caso, enmendado. No descartaban, pues, los dos primeros firmantes, que, en la comisi¨®n, una especial atenci¨®n a la seguridad de personas y bienes, tras la situaci¨®n de alarma, especialmente, que formas muy virulentas de criminalidad hab¨ªan suscitado, motivase la introducci¨®n de f¨®rmulas de buena t¨¦cnica jur¨ªdica que delimitaran el alcance del precepto sin desvirtuar, al cabo, el esp¨ªritu de la proposici¨®n de ley.
Pero ahora, despu¨¦s de la votaci¨®n, con solamente diecis¨¦is votos a favor, tan pobre resultado me parece un mal indicio en cuanto al equilibrio normal de aspiraciones que la diversidad ideol¨®gica deber¨ªa crear en una asamblea democr¨¢tica. La balanza, esta vez, se hab¨ªa desnivelado brutalmente. Lo que demanda, creo yo, alg¨²n grado de an¨¢lisis period¨ªstico.
Siempre que en una comunidad humana grupos discriminados encuentran obst¨¢culos para dirigirse a los ¨®rganos de poder, se producen situaciones de riesgo, por lo menos, para la propia comunidad. En los campos de concentraci¨®n, en las c¨¢rceles, surge la tragedia en el momento en que la queja, la protesta, la reclamaci¨®n de alguien, encuentra cegado el camino del Gobierno. Como en una trombosis del cuerpo social, se detiene el riego oxigenante de una parte o del todo org¨¢nico, y sobreviene la necrosis. En las dictaduras, incluso con plena independencia de la crueldad o del despotismo de los aut¨®cratas, solamente con silenciar la voz de los sometidos se permiten todas las expansiones de los ?mandos intermedios?, con la consiguiente violaci¨®n de los derechos humanos. La incomunicaci¨®n, la mordaza, producen por s¨ª solas las m¨¢s graves lesiones de los superiores bienes de la persona.
Cuando quien est¨¢ enfermo es todo el organismo social, la situaci¨®n represiva impide tomar conciencia incluso de la misma enfermedad, igual, prosiguiendo el s¨ªmil, como el ser humano pierde el tacto, y con ¨¦l, la sensaci¨®n de dolor, en un miembro cuyo riego sangu¨ªneo se ha obstaculizado.
Si se produce una mejora coyuntural y se van liberando gracias a ella los ¨®rganos de expresi¨®n y de comunicaci¨®n, proceso que venturosamente vivimos, al tomar r¨¢pida delantera la mejor¨ªa en estos ¨®rganos sobre el resto de tejidos enfermos, se producen desequilibrios y oscilaciones de gran brutalidad, pues no por ello el organismo ha superado el estado m¨®rbido, siquiera en parte, pero ahora el dolor viv¨ªsimo en las regiones m¨¢s lesionadas ya no es paliado por embotamiento alguno.
Los motines en las c¨¢rceles del Estado espa?ol, con sus terribles resultados de muertes y mutilaciones, tienen sin duda un origen complejo. Pero no cabe duda de que, entre sus causas, se halla algo parecido a cuanto acabamos de decir: alguno de los mecanismos vejatorios se ha anulado; otros, persisten. Y el precio de tales anomal¨ªas se resume en la teor¨ªa siniestra del dolor humano.
No somos tan ciegos que neguemos, al se?or ministro, su parcela de raz¨®n. Y nos consta que la Administraci¨®n, siquiera, podr¨ªa sofocar f¨¢cilmente las convulsiones de unos pocos miles de presos; ?no lo vino haciendo durante largos a?os? Ahora no lo hace. Y hace honor a la Administraci¨®n el que renuncie, por fin, a ciertos m¨¦todos, de cuya siniestra eficacia jam¨¢s dudamos.
Los firmantes de la proposici¨®n de indulto est¨¢bamos convencidos de que la clemencia, sabiamente impartida, habr¨ªa mitigado aquel dolor humano.
Pero, a nivel menos trascendental, existe por lo menos otra raz¨®n para recabar del Gobierno una norma de perd¨®n.
Se nos dec¨ªa en la universidad, hace muchos a?os, por voces docentes nada sospechosas, siquiera a media voz, que la justicia espa?ola ten¨ªa tres defectos, s¨®lo tres ?peque?os? defectos: era cara, era lenta... y era injusta. Pero otras muchas cosas ten¨ªan y tienen defectos, dentro del Estado espa?ol, a pesar de lo cual, los pueblos que lo integran prosiguen -quiz¨¢ un algo renqueantes- el solemne paso de la historia.
El milagro cotidiano se ha venido produciendo gracias a ciertos mecanismos compensatorios que acuden a favor del cuerpo social, tambi¨¦n aqu¨ª al igual que en los seres vivos, siempre m¨¢s o menos de acuerdo con aquel principio cl¨¢sico: ?similia, similibus curantur?.
As¨ª, en Hacienda, si los tipos impositivos eran altos, se desmerec¨ªa la base, y en paz. Y si las normas urban¨ªsticas preve¨ªan una pl¨¦tora de inc¨®modas -para algunos- zonas verdes, los planes se sepultaban en piadosos legajos de olvido.
Y si las penas del c¨®digo eran sever¨ªsimas, siempre, es curioso, para ciertos delitos, y aun la prisi¨®n preventiva lleg¨® a ser preceptiva para cierta clase de procesados; y la sustanciaci¨®n del sumario, interminable, y las suspensiones de vista, reiteradas, y el tr¨¢mite de los recursos, eterno, existi¨® siempre paralelamente el bien entendido de que, de vez en vez, un indulto vendr¨ªa a suavizar la persecuci¨®n contra los enemigos pol¨ªticos, de una parte, y compensar¨ªa en cierto grado, de otra parte, las sever¨ªsimas cautelas que protegen la propiedad privada.
Ahora nos llegan tiempos de cambio, por lo menos, de reforma, y ciertamente, algunas cosas han cambiado. Pero los presos comunes o sociales de las c¨¢rceles corren un grave peligro: ellos que primeramente ya sufrieron las consecuencias del funcionamiento rudimentario de una m¨¢quina de administrar justicia claudicante, podr¨ªan ahora empalmar sin soluci¨®n de continuidad con nuevos sistemas m¨¢s perfectos, en los que las IBM, los psiquiatras, en suma, toda la rotunda eficacia tecnocr¨¢tica, los alcance y los trocee aun antes de haber vislumbrado, siquiera, el rayo de luz de la libertad.
Y quiz¨¢ la discusi¨®n adolec¨ªa, el otro d¨ªa, en el Senado, de falta de informaci¨®n. Quiz¨¢ unos cerebros electr¨®nicos correctamente programados nos confirmar¨ªan lo que algunos sospechan: que un expediente de crisis o de regulaci¨®n de empleo en alg¨²n coloso industrial -proceso que no pasa, es bien cierto, ni por el Senado ni por el Congreso de Diputados- puede incrementar m¨¢s la inseguridad social que la liberaci¨®n de unas centenas de delincuentes sociales.
En gran n¨²mero de casos los senadores catalanes hab¨ªan tenido norma y ejemplo a su derecha -inmediata- y, en problemas a nivel estatal, se avinieron a muchos planteamientos progresivos, democr¨¢ticos, esperanzadores, del GSS. Esta vez, sin embargo, de todas partes llegaban reproches contra nuestra m¨®rbida receptividad, nuestra flaqueza sensiblera; nosotros, amasajo de fibras sentimentales, jam¨¢s podr¨ªamos ser ?una alternativa de poder?.
Y as¨ª fue como nos dejaron solos.
Pero en mi calle opinan diferente: est¨¢n de acuerdo en que, para llegar a ser gobernante, en efecto, hay que saber mantener el pu?o firme. Pero creen tambi¨¦n que es virtud de hombre de Estado mantener las convicciones hasta el fin, sin permitir que los titulares de un par de semanarios suplanten la profunda, piadosa, fe de los electores.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.