Graciano, el guardi¨¢n del Cerro de los Angeles
Las primeras noticias que se recuerdan sobre Graciano fueron difundidas por un grupo de buscadores de ovnis en diciembre de 1973. Aquella noche, los cuatro platillistas acudieron al Cerro de los Angeles, centro geom¨¦trico de Espa?a, en respuesta al rumor de que un objeto volante de extra?as caracter¨ªsticas hab¨ªa si do visto en la zona, y a un mensaje supuestamente llegado del cosmos que dec¨ªa acudid al Cerro de los demonios, obtenido en una sesi¨®n de espiritismo previa. A las tres de la madrugada llegaron a lo alto del cerro, cuya cumbre do mina una enorme imagen de Cristo, enclavada sobre la estructura de la bas¨ªlica, y una explanada que inevitablemente hace pensar en una pista de aterrizaje. El grupo lleg¨® en un peque?o coche y esper¨® acontecimientos.Diez minutos despu¨¦s, cuando la oscuridad era m¨¢s cerrada y la temperatura ambiental hab¨ªa descendido hasta los cero grados cent¨ªgrafos, una figura negra y humanoide apareci¨® de pronto y comenz¨® a merodear alrededor del coche. A pesar de que permanec¨ªa en movimiento continuo, guardaba cuidadosamente una distancia aproximada al veh¨ªculo de unos quince metros. Cuando uno de los componentes del grupo trat¨® de salir del coche, la figura se encar¨® con ¨¦l sin perder la distancia y dijo ?Temprano viene el diablo al suicidio: victoria y veredicto?.
Al parecer, la figura, que ten¨ªa un sospechoso acento asturiano, portaba un objeto alargado y puntiagudo, algo as¨ª como un grueso bast¨®n o una sofisticada pistola de rayos l¨¢ser. Prudentemente, los platillistas resolvieron mantenerse Pr¨®ximos al aparecido, aunque en ning¨²n caso perder lo que comenzaron a llamar la distancia de. seguridad. En determinado momento, la figura comenz¨® a separarse lentamente, y el grupo la sigui¨®, respetando siempre una tierra de nadie de quince metros; entonces enarbol¨® el grueso bast¨®n o pistola de rayos l¨¢ser y volvi¨® a decir: ?Si vuestros jefes os env¨ªan en son de paz, ser¨¦is bien recibidos; en caso contrario, morir¨¦is. ?Victoria y veredicto!?. A continuaci¨®n se escondi¨® en el grupo escult¨®rico fusilado durante la guerra civil, que est¨¢ frente a la bas¨ªlica, al final de la pista o explanada. Entre las figuras de piedra, deterioradas por los disparos, la figura negra, que ahora permanec¨ªa en una inmovilidad total, se confundi¨® inmediatamente. En consecuencia, los platillistas decidieron esperar al amanecer, mientras observaban el otro grupo, el de esculturas, a la espera de que se operase alguna transformaci¨®n en ¨¦l.
Durante toda la noche, el conjunto se mantuvo inm¨®vil. Al amanecer, la luz fue diferenciando las figuras mutiladas de la figura entera. La figura completa estatura media-, mono azul oscuro, boina y paraguas- era Graciano.
Despu¨¦s se supieron m¨¢s cosas sobre ¨¦l. Viv¨ªa en el bosque que bordea el cerro, en un igloo construido con trozos de cart¨®n y piezas de pl¨¢stico industrial. Su misi¨®n all¨ª era esot¨¦rica, providencial y mesi¨¢nica. Como ¨¦l mismo dijo: ?Mi misi¨®n aqu¨ª es guardar el Cerro de los bombardeos. He venido porque me han llegado referencias de que los rojos, adem¨¢s de sus bombas convencionales, han descubierto una que puede ser definitiva: libera bacterias paralizantes del cerebro?. Seg¨²n ¨¦l, todo ser vivo al que afectase la explosi¨®n de uno de estos ingenios, dar¨ªa un encefalograma plano.
La vida de Graciano consist¨ªa, pues, en mirar al cielo y esperar. ?Dios es el juez y yo el verdugo: para ejecutar sus ¨®rdenes me basta, por prescripci¨®n divina, con decir Victoria y veredicto y con hacer una uve con los dedos. ?
Sin embargo, sus afirmaciones ten¨ªan una cierta coherencia. Bastaba permanecer un par de horas cerca de ¨¦l para comprobar que, de improviso, cuando mirada con m¨¢s decisi¨®n a las estrellas y parec¨ªa transfigurarse en astr¨®logo o en hombre del tiempo, siempre -llegaban los aviones. A simple vista se distingu¨ªan lo T-6, los ¨²ltimos junkers y los primeros H¨¦rcules, cuyos camuflajes los hac¨ªan parecer chillona corbatas voladoras. Aparente mente enfilaban hacia la cumbre del cerro, pero Graciano dirig¨ªa sus dedos hacia ellos mientras repet¨ªa su ensalmo a grandes voces y entonces se operaba el prodigio: giraban bruscamente en torno al Cristo y perd¨ªan altura Graciano comentaba con su acento de Avil¨¦s ?Van a caer un poco m¨¢s all¨¢: caen despacio porque yo tampoco quiero que sufran.? Y hac¨ªa un relato de los casos en los que la invocaci¨®n fall¨® a medias y los aviones se desplomaron entre fogonazos y nubes de.alquitr¨¢n. Era una especie de ¨¢ngel exterminador con paraguas.
Nadie quiso decirle nunca que, a pesar de lo bienque le sal¨ªa la conminaci¨®n en apariencia, aquellos aviones hac¨ªan simplemente su'maniobra habitual para aterrizar en la base de Getafe. Se respetaba su fantas¨ªa como se respetan los cuentos de aldea: por la emoci¨®n que encierran.
El a?o que apareci¨® en los alrededores del Cerro, el guarda forestal Antonio Jim¨¦nez Prieto comprob¨® que dorm¨ªa a la intemperie, con la ¨²nica protecci¨®n de un desgajado trozo de pl¨¢stico de supermercado. ?Fue aquel un a?o de grandes fr¨ªos, como ¨¦ste, y le llov¨ªa y le nevaba encima. En ocasiones, yo no pod¨ªa reprimir la curiosidad: en las noches m¨¢s crudas me aproximaba sigilosamente al encame donde dorm¨ªa. El siempre estaba vigilante: cuando menos lo esperaba, se alzaba y dec¨ªa a gritos: ?V¨¢yase, que estoy vivo! Un d¨ªa, muchos d¨ªas, le dije que se cobijara en el bunker republicano que est¨¢ en la ladera, pero ¨¦l jam¨¢s acept¨®. Luego se hizo su caba?ita en forma de media naranja, abri¨® un cuenco en el suelo, y all¨¢ viv¨ªa mirando al cielo. ? Angel G¨®mez, el due?o del quiosco de bebidas del cerro, asiente y no se atreve a sonre¨ªr.
Hoy, Graciano ha desaparecido. De su presencia y su caba?a quedan una oquedad y un mont¨®n de cenizas, como si se le hubiera invertido la frase cabal¨ªstica y el l¨¢ser se le hubiera rebelado. Antonio presenci¨® el desenlace. ?No fue el rayo l¨¢ser: fue don M¨¢ximo Barbero, el se?or cura ?uevo, que sospech¨® que Graciano era un esp¨ªa. Movi¨® el asunto y consigui¨® una orden para que la Guardia Civil lo desalojase. Todav¨ªa recuerdo la cara del sargento, que era un buen hombre, cuando Graciano lo mir¨®, despu¨¦s de conocer la orden, y le dij¨® Dentro de tres d¨ªas exactos morir¨¢ usted carbonizado: ?victoria y veredicto! ?
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