Alejo Carpentier, premio Miguel de Cervantes 1977
En su primera edici¨®n correspondi¨® al poeta Jorge Guill¨¦nDiscurso de Alejo Carpentier
El Rey de Espa?a entreg¨® personalmente ayer el premio Miguel de Cervantes de Literatura, que premia en su segunda edici¨®n la obra del importante novelista cubano Alejo Carpentier. Dotado con cinco millones de pesetas, y destinado a escritores de habla espa?ola, es el m¨¢s importante de los premios literarios de este ¨¢mbito. El a?o pasado, en su primera edici¨®n, correspondi¨® al poeta espa?ol muchos a?os exiliado Jorge Guill¨¦n.La personalidad de Carpentier, escritor y diplom¨¢tico cubano, de formaci¨®n francesa y raigambre indigenista, fue definida en el acto de ayer por P¨ªo Cabanillas como ?universal, por su peripecia vital, que le lleva a conocer la civilizaci¨®n de nuestro viejo continente, y a contrastarla con las ra¨ªces aut¨®ctonas amerindias, por las que siente una visceral inclinaci¨®n, para desarrollar el concepto de american¨ªa como factor aglutinante de varias culturas: la europea, la americana y la ind¨ªgena, en un esfuerzo por hallar la identidad cultural hispanoamericana?.
Autor de numerosos ensayos de m¨²sica y cr¨ªtica literaria, sus novelas m¨¢s conocidas son El reino de este mundo, El siglo de las luces y El recurso del m¨¦todo, en las que una implacable reconstrucci¨®n hist¨®rica se vuelve cada vez m¨¢s compleja en funci¨®n de unas estructuras propias y abiertas y un lenguaje m¨¢s y m¨¢s barroco que impide cualquier mecanicismo de interpretaci¨®n. De su agudeza en la captaci¨®n de los cl¨¢sicos es, una muestra el discurso pronunciado ayer y que EL PAIS reproduce ¨ªntegramente.
Cervantes y la novela actual
Hace un a?o el gran poeta Jorge Guill¨¦n hubo de recibir, en este paraninfo de la muy ilustre Universidad Complutense donde ahora me hallo, la misma recompensa que, como coronaci¨®n de mi ya larga carrera de escritor, viene hoy a premiar mi propia obra. Y acaso por hallarme aqu¨ª, donde por fuerza he de evocar la presencia de quien admiro desde hace medio siglo, acuden a mi memoria estos versos del autor de C¨¢ntico:?... De un golpe vi la sala / Ara?as por cristal resplandec¨ªan/ Sobre una fiesta a¨²n sin personajes. ?
Fiesta hubo, un d¨ªa de oto?o ya muy lejano, en esta magn¨ªfica ciudad de Alcal¨¢ de Henares, situada por siempre entre los altos lugares de la cultura universal; junto a Stadford-on-Avon, o la Weimar de Goethe y Schiller, por haber nacido quien en ella naci¨®. Pero acaso tal fiesta se diera ?aun sin personajes?, como se dice en el verso de Jorge Guill¨¦n. Porque la fiesta verdadera, la grande, tuvo lugar el domingo de octubre del mismo a?o, en la ceremonia del bautismo de Cervantes, ya que, para quien la contempla con los ojos del novelista actual, fue fiesta de much¨ªsimos personajes -de tantos y tan renombrados personajes -que el mismo historiador Cide Hamete Benengeli, de haber estado presente, hubiera perdido la cuenta de ellos, por lo numerosos. Para m¨ª, para todos los que en nuestro idioma escriben novelas en esta ¨¦poca, al memorable y jubiloso bautismo asistieron, entre muchos otros, las se?oras Emma Bovary, Albertina de Proust, Ersilia de Pirandello y Molly Bloom, venida especialmente de Dubl¨ªn, con su esposo, Leopoldo Blomm y su amigo Stephen Dedalus, el pr¨ªncipe Mislikin, el c¨¢ndido Nazar¨ªn, taumaturgo sin saberlo, y hasta un Gregorio Samsa, de la familia de los Kafka -aquel mismo que, una ma?ana, hab¨ªa amanecido transformado en escarabajo-, pertenecientes todos a la futura Cofrad¨ªa de la Dimensi¨®n Imaginaria, fundada, con su llegada al mundo, por quien iniciaba entonces su existencia entre nosotros.
Y es que con Miguel de Cervantes Saavedra -y no pretendo decir ninguna novedad con ello- hab¨ªa nacido la novela moderna.
Peri¨®dicamente se produce, en la historia literaria del inundo, algo que -us¨¢ndose de una expresi¨®n de hoy- suele calificarse de crisis de la novela. Pero no ser¨ªa propio hablar de crisis de la novela, sino de crisis de una determinada novel¨ªstica. El hecho no es nuevo. Es evidente que al haber cumplido su papel sirviendo de puente entre la ¨¦poca medieval y el humanismo renacentista, el libro de caballer¨ªa agoniza cuando Cervantes emprende su gran tarea desmitificadora. Cansados de encantamientos y peripecias inveros¨ªmiles, esos James Bond de otra ¨¦poca que eran los Amadises de Gaula y Florismartes de Hircania, sucumben bajo el peso de portentos harto acumulados, y se van humanizando en el Tirante el Blanco, ?tesoro de contento y mina de pasatiempos?, dice Cervantes, donde ?comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas y hacen testamento antes de su muerte, con todas estas cosas de que todos los de m¨¢s libros de este g¨¦nero carecen?.
Pero esta apertura hacia la realidad no basta, sin embargo, para salvar una novel¨ªstica llegada a una irremediable vejez. Y m¨¢s si tenemos en cuenta que ahora ha nacido ya una novel¨ªstica enteramente nueva: la picaresca.
Con la picaresca espa?ola -y esto jam¨¢s se repetir¨¢ bastante, y m¨¢s si pensamos que poco se tiene esto en cuenta fuera de Espa?a nace realmente la novela como hoy la entendemos. Novela con su novel¨ªstica. Novela que es invenci¨®n totalmente espa?ola, sin antecedentes extranjeros, y que, por su novedad, por su poder de calar a lo hondo de lo circundante y cotidiano, ser¨¢ pronto traducida a varios idiomas, hallando un sinn¨²mero de imitadores en Francia y en Inglaterra.
Novela con su novel¨ªstica -dije- Novel¨ªstica que constituye el movimiento literario m¨¢s prolongado de la historia literaria del Renacimiento para ac¨¢, si pensamos que, nacida del Lazarillo de Tormes crecer¨¢ durante m¨¢s de dos siglos, con perpetua ampliaci¨®n de su ¨¢mbito geogr¨¢fico, cerr¨¢ndose con la autobiograf¨ªa de Torres Villarroel, anunciadora de Las confesiones, de Rousseau, y hallando todav¨ªa una heredera en Am¨¦rica, con el Periquillo Sarniento, del mexicano Lizardi, a comienzos del siglo XIX.
Acaso el ¨¦xito prodigioso de la picaresca se deba al hecho de haber instalado el yo en la narraci¨®n, tras de siglos durante los cuales la novela, bajo sus m¨¢s diversas fases, fiel a sus or¨ªgenes orales, era contada siempre en tercera persona. Novela de arquetipos m¨¢s que novela de individuos verdaderos, donde el autor observa, frente a sus personajes, una suerte de ?distanciamiento? brechtiano, muestra -tal Maese Pedro- las figuras de un retablo donde ¨¦l mismo no habr¨¢ de aparecer. Con los maestros de la picaresca, en cambio, soy yo -el yo- quien se instala ante la realidad, narr¨¢ndola en primera persona. Pero ese yo forma parte de lo circundante y habitual. Nada a?ade, sustancialmente, a una realidad muy espa?ola, donde los Pablos de Segovia, los Marcos de Obreg¨®n, los estebanillos Gonz¨¢lez, carecen del espesor, de la densidad, la ejemplaridad suficientes para encarnar el genio de una raza. Un pueblo puede divertirse largamente con los anti-h¨¦roes, pero no se reconoce en ellos. Por esto, en tiempos de la picaresca, para hallar al espa?ol entero y verdadero, hay que buscarlo en el teatro, en el mando de Pedro Crespo, Perib¨¢?ez, los ?todos a una? -pueblo valiente- de Fuenteovejuna... Y hay, por tanto, una nueva crisis de la novela, en Espa?a, a mediados del siglo XVIII. En realidad, crisis de una novel¨ªstica que, con Torres Villarroel, deriva hacia el libro de ver¨ªdicas memorias.
Faltaba a la picaresca, pese a la importancia capital de su aportaci¨®n, esa cuarta dimensi¨®n del hombre que es la dimensi¨®n imaginaria. Y esa era la dimensi¨®n que Cervantes nos hab¨ªa tra¨ªdo con su Quijote, novela que pasa por encima de la mejor picaresca sin inscribirse en ella, a pesar de serle coet¨¢nea, indiferente a los cambios de gustos, de estilos, de climas de modas, cl¨¢sica al nacer, igualmente respetada por las generaciones venideras -destinada a alcanzarnos, a ser nuestra contempor¨¢nea y a darnos lecciones que est¨¢n muy lejos a¨²n de haberse agotado.
Cervantes, con el Quijote, instala la dimensi¨®n imaginaria dentro del hombre, con todas sus implicaciones terribles o magn¨ªficas, destructoras o po¨¦ticas, novedosas o inventivas, haciendo de ese nuevo yo un medio de indagaci¨®n y conocimiento del hombre, de acuerdo con una visi¨®n de la realidad que pone en ella todo y m¨¢s a¨²n de lo que en ella se busca. Primer amante verdadero de la literatura moderna, Don Quijote proyecta sus propios fantasmas en la figura de Dulcinea -pirandelliano juego de apariencias- alzando una vulgar realidad al nivel de su propia escala imaginaria. A partir de ese momento, todo est¨¢ permitido al ente creador. Se ha plantado en un universo donde la manzana deja de ser una fruta cualquiera para transformarse en la manzana de Newton, Clavile?o acabar¨¢ volando a una velocidad supers¨®nica, un trivial suceso policiaco engendra El Rojo y el Negro, y del sabor de un bizcocho mojado en una taza de t¨¦, surge toda la humanidad de Marcel Proust -como de buenos y rpalos libros de caballer¨ªa naci¨® el cosmorama, espa?ol y universal, del Quijote.
Todo est¨¢ ya en Cervantes. Todo lo que har¨¢ la perdurabilidad de muchas novelas futuras: el enciclopedismo, el sentido de la historia, la s¨¢tira social, la caricatura junto a la poes¨ªa y hasta la cr¨ªtica literaria, all¨ª donde el cura del escrutinio famoso parece haberlo le¨ªdo todo, y el mismo Gin¨¦s de Pasamonte, a ratos perdidos de ladr¨®n, escribe sus memorias. Y el novelista, impaciente por hablar en primera persona, se introduce dentro de su propia obra, en el octavo cap¨ªtulo, al pasar la narraci¨®n a un tercero por un sorprendente proceso de suspenso cinematogr¨¢fico, novelista novelado, alguacil alguacilado... Y, en cuanto a forma, el Quijote se nos presenta como una serie de geniales Variaciones a base de un tema inicial, en trabajo parecido al de las Variaciones musicales inventadas por el maestro Antonio de Cabez¨®n, el organista ciego e inspirado vihuelista de Felipe II, que fue el creador de esa t¨¦cnica fundamental del arte sonoro. Y las grandes Variaciones de Cervantes anuncian esas otras variaciones espa?olas que, en lo pl¨¢stico, ser¨¢n las tauromaquias de Goya o las innumerables glosas hechas por Picasso a Las Meninas de Vel¨¢zquez. Pues tambi¨¦n habr¨ªa que recordar que el arte mayor de la Variaci¨®n musical tuvo su origen en Espa?a, al igual que la novela, tal como hoy la entendemos.
En un art¨ªculo de 1921 Ortega y Gasset se muestra poco optimista en lo que se refiere al porvenir de la novela, aconsejando a los j¨®venes que vuelvan los ojos, m¨¢s bien, hacia el teatro... ?Y esto en los inicios de la d¨¦cada que ver¨ªa aparecer a Proust, Joyce, Thomas Mann, Faulkner, en tanto que nacer¨¢ en ella, pujante y recia, la novel¨ªstica hispanoamericana!...
Y hay cr¨ªticos de mal ag¨¹ero que ahora se?alan una nueva crisis de la novela... Crisis, s¨ª. Pero crisis de una novel¨ªstica psicol¨®gica que ya daba muestras de agotamiento hacia los a?os veinte; crisis de una novela hecha a base de los ya muy repertoriados conflictos de orden sentimental y afectivo. Pero en tanto el novelista de hoy mire hacia lo ¨¦pico y contingente de su ¨¦poca no se podr¨¢ hablar de ?crisis de la novela ?, y mucho se equivocan quienes dicen que el cine y la televisi¨®n est¨¢n en camino de suplantar al libro, cuando nuestra ¨¦poca asiste, por el contrario, a una multiplicaci¨®n de las empresas editoras para cubrir la demanda de un p¨²blico cada vez m¨¢s ¨¢vido de lectura.
No hay ni habr¨¢ crisis de la novela mientras la novela sea novela abierta, novela de muchos, novel de buenas y fuertes variaciones -valga el t¨¦rmino musical- sobre los grandes temas de la ¨¦poca, como lo fue en su tiempo la ejemplar novela, a la vez local y universal, de Miguel de Cervantes Saavedra Como dec¨ªa don Miguel de Unamuno: ?Hemos de hallar lo universal en las entra?as de lo local; y, en lo limitado y circunscrito, lo eterno. ?
No tuvo Espa?a mejor embajador, a lo largo de los siglos, que don Quijote de La Mancha, hombre -nos dice su creador- ?que solamente disparataba en toc¨¢ndole a la caballer¨ªa, y en los dem¨¢s discursos mostraba tener claro y desenfadado entendimiento?... Pronto conocido en toda Europa, don Quijote cruz¨® el oc¨¦ano para mostrarse a todo lo largo y ancho del Nuevo Mundo. Y, por encima de luchas y vicisitudes, sobrevolando los antagonismos hist¨®ricos, sigui¨® transitando sin trabas por las tierras de Am¨¦rica. Bol¨ªvar lo evocaba a menudo en los ¨²ltimos d¨ªas de su prodigiosa existencia. Y Jos¨¦ Mart¨ª, el esp¨ªritu m¨¢s universal y -enciclop¨¦dico de todo el siglo XIX americano, ten¨ªa a su creador por uno de los caracteres m¨¢s dignos y bellos de la Historia: ?Temprano amigo del hombre -dec¨ªa Mart¨ª- que vivi¨® en tiempos aciagos... y con la dulce tristeza del genio prefiri¨® la vida entre los humildes.?
De ni?o yo jugaba al pie de una estatua de Cervantes que hay en La Habana, donde nac¨ª. De viejo hallo nuevas ense?anzas, cada d¨ªa, en su obra inagotable... Y ya que citaba al comienzo de estas palabras unos versos de Jorge Guill¨¦n, al gran poeta de C¨¢ntico vuelvo, pensando que bien podr¨ªa aplicarse a don Quijote, universal y eterno, los versos que le fueron, inspirados por una lectura del Poema del Cid: Le crece el coraz¨®n... / Ya cuantos llega su irradiaci¨®n de h¨¦roe,/H¨¦roe puro siempre, h¨¦roe invulnerable. Autoridad paterna con su rayo solar.
Habiendo tenido el insigne honor de recibir de manos de Su Majestad el Rey de Espa?a el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, debo manifestarle mi profundo y emocionado agradecimiento, as¨ª como a la ilustre Academia Real de la Lengua Espa?ola, a los representantes de las distintas academias espa?olas y latinoamericanas que, por unanimidad de criterios, hicieron posible que yo me encuentre hoy aqu¨ª, en tan alta c¨¢tedra, y al excelent¨ªsimo se?or ministro de Cultura, en nombre m¨ªo y en el de mi pueblo, por esta recompensa impar que viene a coronar mi ya larga vida consagrada al cultivo de las letras... Ninguna frase podr¨ªa expresar mejor mi estado de ¨¢nimo en estos momentos que aquella en que nos dice Cervantes: ?Una de las cosas que m¨¢s debe dar contento a un hombre... es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa ... ? Viviendo estoy. Impreso y en estampa fui. Buen nombre tuve, pero acaso, gracias a ustedes, mucho mejor lo tenga ahora.
Por ello: ?Gracias!...
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