C¨¢diz y la desesperanza de un pueblo
Diputado del PSOELos lamentables incidentes ocurridos los d¨ªas pasados en C¨¢diz han situado a esta ciudad en la primera p¨¢gina de los medios de comunicaci¨®n del pa¨ªs. No hace mucho la expectaci¨®n se centraba en unas presumibles ocupaciones de fincas en aquella provincia y no quedan lejos a¨²n los duros enfrentamientos con las fuerzas de orden p¨²blico habidos en la misma el pasado oto?o a ra¨ªz del malestar generalizado que se produjo en la zona con el anuncio del cierre parcial de los astilleros.
La hospitalidad de este peri¨®dico me brinda la oportunidad de llamar la atenci¨®n sobre la gravedad de lo que en aquel rinc¨®n de nuestro pa¨ªs est¨¢ ocurriendo, m¨¢s all¨¢ de la actualidad moment¨¢nea de unas im¨¢genes o unos titulares. Nadie puede quedar tranquilo, y menos el Gobierno, con s¨®lo declaraciones condenatorias de unos hechos que todos lamentamos y repudiamos, pero que, no se olvide, pueden repetirse ma?ana, ni con la denuncia de grupos provocadores, cuya marginaci¨®n y aislamiento todos deseamos.
?Por qu¨¦ no preguntarse qu¨¦ est¨¢ pasando en una ciudad en la que ¨²ltimamente los conflictos laborales desembocan en un problema de orden p¨²blico? Achacar todo a la acci¨®n de ?elementos extra?os ? o, por el contrario, a torpes iniciativas gubernativas en materia de orden p¨²blico me parece poco riguroso y simplista. Por otra parte, hab¨ªa que calificar de fr¨ªvolo a quien para explicar lo ocurrido sermoneara en torno a una supuesta idiosincracia secular de nuestra gente.
Testigo del desarrollo de alguno de estos acontecimientos y, en especial, de los acaecidos los ¨²ltimos d¨ªas, s¨®lo he vislumbrado en la conciencia colectiva de los ciudadanos violencia o miedo, crispaci¨®n o inseguridad. Lanzada a esa espiral de violencia he visto a m¨¢s gente -hombres, mujeres e incluso ni?os- que a los profesionales de turno de la violencia. Esto me obliga a no conformarme con lamentaciones por lo ocurrido y a comentar en alto las razones de fondo, las causas que conducen a situaciones de irracionalidad como, ¨¦sta.
Decir que por esta tierra se pasa hambre, no es ni ret¨®rica, ni debilidad demag¨®gica, sino insultante realidad. Los ¨ªndices de paro nos sit¨²an a la cabeza del ranking nacional, triste privilegio que nos depara la espeluznante cifra de aproximadamente 50.000 parados. El horizonte sin expectativas de una poblaci¨®n que siente planear sobre sus cabezas las consecuencias de la crisis de la industria naval, pr¨¢cticamente ¨²nica fuente de producci¨®n y trabajo de algunas decenas de miles de familias, hace que se est¨¦ perdiendo a chorros la ilusi¨®n, la esperanza y tambi¨¦n la paciencia. En general, el deterioro de las condiciones de vida es alarmante mente progresivo. Dif¨ªcilmente podr¨¢ negarse que esta incertidumbre y desesperanza sea campo abonado para la violencia porque de un ej¨¦rcito de desesperados puede esperarse cualquier cosa, pero cada vez m¨¢s dif¨ªcilmente racionalidad.
Cunde la decepci¨®n
Junto a esta descripci¨®n de una situaci¨®n de hecho, de un estado de conciencia social, hay un aspecto fundamentalmente pol¨ªtico que no debe olvidarse: empieza a cundir la decepci¨®n, el desencanto. Ya andan por ah¨ª quienes comienzan a tararear los o¨ªdos de nuestra gente una morbosa cantinela de negros recuerdos y oscuros presagios: ?comed democracia?.No llego a entender el por qu¨¦ de ese pertinaz olvido, de esa sordera del Gobierno ante la desesperaci¨®n de un pueblo; olvido y despreocupaci¨®n, que no dudan en reconocer los mismos representantes gubernativos en nuestra provincia. En el intento de buscar una explicaci¨®n a esto uno tiene la tentaci¨®n de pensar que se tratase de una penalizaci¨®n al desaire que los ciudadanos de esta regi¨®n hicieron a la derecha en las elecciones o quiz¨¢ sea que, estando tan lejos del centro, a las puertas del centralismo s¨®lo llega el ruido de una est¨²pida versi¨®n de charanga y casta?uelas. Ojal¨¢ rectifiquen a tiempo y no tengan que estremecerse ante la explosi¨®n de un polvor¨ªn que puede estallar en cualquier momento. Hasta aqu¨ª las reflexiones en torno a una situaci¨®n, que explica, aunque no justifique, determinados acontecimientos. Por tanto, que nadie se sienta sorprendido ma?ana. Es hora de que cada cual asuma su responsabilidad.
Los representantes, a los que mayoritariamente eligi¨® el pueblo, estamos asumiendo nuestra parte de inc¨®moda responsabilidad, porque es inc¨®modo sentirse impotente, al ser oposici¨®n, para responder hoy a esas espectativas, a esas exigencias razonables, es inc¨®modo verse constre?ido a pedir calma, di¨¢logo y esperanza a personas embriagadas por una justa indignaci¨®n, a interpelar infructuosamente a un ejecutivo que parece insensible a lo que all¨ª est¨¢ ocurriendo.
El Gobierno no puede demorar m¨¢s su deber de actuar con rapidez e imaginaci¨®n. No es tiempo de escusas o dilaciones, aunque el mal venga de muy atr¨¢s y las soluciones no sean f¨¢ciles.
Un plan de actuaci¨®n urgente, como el que se anuncia para otras regiones, una extensi¨®n y dignificaci¨®n del seguro de desempleo, que acoja tambi¨¦n a los trabajadores agr¨ªcolas, un programa de industrializaci¨®n alternativa o de reconversi¨®n para la bah¨ªa gaditana, que vive exclusivamente del sector naval en crisis, una acci¨®n valiente, al menos un gesto, para modificar algo la insolente e injusta realidad del campo, es algo que se puede hacer, que se debe hacer ya.
No estoy ensayando un discurso catastrofista, sino racionalizando, todav¨ªa es posible, el grito y la rebeld¨ªa mezclados en la irracionalidad de unos acontecimientos.
En manos de ustedes, se?ores del Gobierno, est¨¢ la posibilidad de reavivar ese rescoldo de esperanza que a¨²n queda.
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