Miura pega el petardo en Sevilla
ENVIADO ESPECIAL
Menudo petardo peg¨® la casa Miura en la ¨²ltima corrida de feria de Sevilla. La plaza se hab¨ªa llenado a reventar al reclamo de la miurada. Y lo que sali¨® por los chiqueros result¨® ser una especie de deshecho, que mentira parece haya sido remitido para la importante feria de abril por el ganadero de mayor fama mundial y aceptado por el equipo de veterinarios de la Maestranza.
No hubo dos toros iguales e iba el muestrario, en escalera, desde el peque?o y anovillado hasta el grand¨®n y con cuajo. Fuerza no tuvieron ninguna y mansedumbre, toda. Adem¨¢s, la mayor¨ªa estaban escobillados. El segundo de la tarde ten¨ªa en lugar de pitones dos escobas, lo cual ya fue demasiado incluso para las amplias tragaderas del p¨²blico sevillano (esta vez con sonoros refuerzos de afici¨®n llegada desde Madrid) y se arm¨® el esc¨¢ndalo.
Plaza de Sevilla
D¨¦cima y ¨²ltima corrida de feria. Cinco toros de Eduardo Miura, desiguales, mansos, flojos, escobilados casi todos. El segundo, por este motivo, devuelto al corral y sustituido por un toro de Mar¨ªa Teresa Osborne, terciado, serio, bien armado, manso. Ruiz Miguel: cinco pinchazos, estocada corta y rueda de peones. Rebas¨® en un minuto el tiempo reglamentario (aplausos y salida a los medios). Bajonazo rueda de peones y cinco descabellos (escasa petici¨®n, vuelta al ruedo). Roberto Dom¨ªnquez: estocada delantera, perpendicular, ca¨ªda, rueda de peones y descabello (pocas palmas). Med¨ªa atravesada a la carrera, rueda de peones y dos descabellos. Rebas¨® en minuto y medio el tiempo reglamentario (palmas y pitos). Jos¨¦ Antonio Campuzano: dos pinchazos y estocada corta ca¨ªda, perdiendo siempre la muleta. (Palmas y saludos.) Pinchazo bajo atravesad¨ªsimo -casi perpendicular al costado del toro- otros dos pinchazos bajos y estocada corta ca¨ªda (palmas).
Cierto tufo a fraude
Consecuencia primera de la grave transgresi¨®n reglamentaria del equipo que particip¨® en el reconocimiento -presidente incluido- fue la devoluci¨®n del toro al corral. Y consecuencia segunda -m¨¢s importante, desde luego- que el p¨²blico que hab¨ªa abarrotado la plaza para presenciar la lidia de seis miuras, hubo de conformarse -a la fuerza, claro- con la de cinco, porque el sobrero pertenec¨ªa a la ganader¨ªa de Mar¨ªa Teresa Osborne. Era. para que nos entendamos, como si pagas un plato de jam¨®n y junto al rico manjar te plantan un pedazo de tortilla. Es decir, que invadi¨® el ambiente un s¨²bito tufo a fraude, con todas las de la ley. Y bueno est¨¢ el espect¨¢culo para que vuelvan a ¨¦l las sospechas (no digamos las evidencias) a fraudes de mayo o menor cuant¨ªa. La feria de Sevilla, ya hablaremos de ello, ha sido casi de principio a fin un retorno abierto a los usos perniciosos de la tauromaquia de los a?os sesenta, y por ah¨ª se nos puede ir al garete la fiesta. ?Ojo al parche, porque San Isidro est¨¢ a la vuelta de la esquina!El sobrero dicho de Mar¨ªa Teresa Osborne, manso sin reservas, acab¨®. a la defensiva, en el tercio, y Roberto Dom¨ªnguez procur¨®, sin ¨¦xito, sacarle a los medios: Hombre, quiz¨¢ si le hubiera ofrecido la muleta por los adentros, si all¨ª consigue prenderlo, y ya, embebido, lo saca... Bueno, esto es una especulaci¨®n, pero resulta que Dom¨ªnguez, que nunca hab¨ªa pisado ese terreno ?de dentro? celosamente custodiado por el toro, lo hizo cuando desisti¨® de hacer faena, y fue para darse un garbeo marchoso. ?A qui¨¦n se le ocurre! Metido en la querencia, le acos¨® el osborne y tuvo que salvar por pies el cuerpo.
El resto, con las limitaciones y defectos se?alados, fue la cl¨¢sica miurada que hab¨ªa que entender. El ¨²ltimo toro result¨® dif¨ªcil, y Campuzano aguant¨® con valor numerosos atrangantones; pero los dem¨¢s. que desarrollaban sentido al estilo t¨ªpico de la divisa. eran manejables. Es decir, que los diestros deb¨ªan aprovechar a fondo las primeras embestidas, vanar los pases y hacer la suerte suprema cuando el toro les pidiese la muerte. Ruiz Miguel, tan avezado a lidiar corridas de este hierro, que con justicia se le puede llamar miurero, mirista, o, si cabe, miuricida, estuvo bullidor y valiente, cambiada de mano con frecuencia y consigui¨® dos meritorias faenas. Su error en la primera fue no entrar a matar cuando deb¨ªa, prolongar el trasteo innecesariamente, y se encontr¨® con que, en el volapi¨¦, le esperaba el toro con la cabeza por las nubes. ?Por aqu¨ª no pasas t¨²? -le o¨ª decir al mira, tal cual, pero con acento andaluz-. Al cuarto le hubiera cortado la oreja si llega a acertar con el descabello.
C¨®mo no torear un miura
Lo contrario de lo que se debe hacer a un miura fue, en cambio, la primera faena del Campuzano. Intentaba derechazos y derechazos o naturales y naturales, en series de diez o m¨¢s. como si se tratara de endilg¨¢rselos al borreguito comercial. Como es l¨®gico, al tercer pase, la gaita del toro hac¨ªa as¨ª, como un gancho, y pon¨ªa los pitones en el sobaco del torero, cuando no era en la patilla. Roberto Dom¨ªnguez, en el quinto (quiz¨¢ el m¨¢s claro de todos, toro serio, largo y alto) estuvo en esa su l¨ªnea de s¨ª pero no, me entrego, pero no me entrego, un paseo ahora y espere usted que luego dar¨¦ otro, hasta que el trasteo se hizo insulso y sin sentido, y reserv¨®n el toro, y le cost¨® un verano cuadrarle, para, adem¨¢s, matar muy mal. Los tres espadas mataron muy mal, al bajonazo y al atravesao. Ni por los toreros ni por la miurada fue la corrida del domingo broche de oro de la feria de Sevilla. Si acaso, de plomo, y vale.
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