El Parlamento y la pol¨ªtica del consenso
Presidente del Partido Carlista
Desbancar al Gobierno, es decir, ser alternativa de Gobierno, no debe ser la ¨²nica meta de la Oposici¨®n ni su meta principal. La funci¨®n esencial y permanente de la Oposici¨®n es otra. Es ejercer la funci¨®n cr¨ªtica en nombre del pueblo y p¨²blicamente, para realizar el debate decisorio y realizarlo al nivel de la opini¨®n p¨²blica.
Pol¨ªtica del consenso y funci¨®n cr¨ªtica
La pr¨¢ctica sistem¨¢tica del consenso es renunciar a esta funci¨®n critica permanente. Se ejerce entonces solamente de un modo accesorio, sobre temas de cierta espectacularidad y de poco fondo, cara a la galer¨ªa, buscando aplausos o votos, no resolviendo los problemas. Sirve m¨¢s para desorientar a la opini¨®n p¨²blica que para explicitarle las problem¨¢ticas.
La democracia parlamentaria, por el contrario, debe servir para evidenciar los problemas, hacerlos comprensibles a la opini¨®n p¨²blica y llegar a unos compromisos positivos, resultado de una reflexi¨®n contradictoria. Su funci¨®n esencial y permanente es, entonces, establecer un contacte, entre la sociedad (la opini¨®n p¨²blica) y el poder (el Gobierno).
Ning¨²n Parlamento democr¨¢tico se apoya en el consenso como m¨¦todo
La admiraci¨®n oficial que suscita el consenso parlamentario es, por lo menos, sospechosa.
No conozco ning¨²n Parlamento democr¨¢tico que funcione por este procedimiento. Y esto por una raz¨®n muy profunda. No es el Parlamento ni una c¨¢mara de registro de la voluntad del ejecutivo, ni un parapeto del Gobierno frente a la opini¨®n p¨²blica, ni una simple tribuna de los partidos para asegurar sus peculiares intereses electorales o de poder.
El Parlamento es, y debe ser, un instrumento de discusi¨®n dial¨¦ctica, para llegar a compromisos constructivos entre el pueblo y el poder, para realizar ese debate decisorio y necesario.
Los parlamentos de todos los reg¨ªmenes autoritarios o totalitarios, todos ellos, funcionan por consenso, porque son parlamentos fantasmas, de pretexto. En estos sistemas no se va al Parlamento a discutir seriamente sobre la pol¨ªtica del poder, por lo menos p¨²blicamente, que es para lo que sirve esa instituci¨®n y es la raz¨®n por la cual se llama precisamente ?parlamento?.
El debate p¨²blico de las contradicciones que existen en la sociedad, a trav¨¦s de unos instrumentos oficiales de di¨¢logo, permite al ejecutivo conocer las tensiones existentes e, inmediatamente, dar a conocer su pol¨ªtica a la opini¨®n p¨²blica, permite al legislativo regular sus propuestas, respaldar al Gobierno, criticando eficazmente y, en ¨²ltimo t¨¦rmino solamente, cambiar de Gobierno.
Por todo lo anterior, considero sospechoso y no necesariamente admirable, la actual pol¨ªtica de consenso. Adem¨¢s, cuarenta a?os de un admirable consenso bastan para permitir a un espa?ol manifestar estas reservas.
El ambiguo consenso actual
El consenso actual es, adem¨¢s, ambiguo. Respaldar a un poder que se debate en una serie de dificultades muy serias y luchar por hacer progresar la democracia, es un deber. Pero el consenso actual, precisamente, no respalda esta pol¨ªtica del Gobierno. Impide, incluso, que se lleve a la pr¨¢ctica esa pol¨ªtica, por lo menos en cuanto al fondo. Un poder que quiere llegar al fondo de la revoluci¨®n democr¨¢tica, al pasar de la dictadura a la democracia parlamentaria, necesita, evidentemente, utilizar la resistencia de la Oposici¨®n, para poder justificar sus progresos democr¨¢ticos, frente a un sector conservador, a¨²n con importantes residuos en sectores del poder. Necesita que la Oposici¨®n haga patente la presi¨®n popular e imponga unos cambios que, a todas luces, la sociedad espa?ola precisa. La actual Oposici¨®n parlamentaria no s¨®lo da la sensaci¨®n de traicionar la funci¨®n cr¨ªtica, es decir, el proceso democr¨¢tico, sino, incluso, la misma lucha democr¨¢tica de amplios sectores del pueblo y del mismo Gobierno.
?Con un consenso nos callamos las cr¨ªticas de fondo y las necesidades del pueblo y no asumimos nuestras responsabilidades ni nos comprometemos, hasta que ma?ana, por sus propios errores, el poder se encuentre ante tantas dificultades que no tenga m¨¢s remedio que dimitir.? Esto parecen decir aquellos parlamentarios que, desde la Oposici¨®n, se niegan a ir hasta el fondo de la cr¨ªtica.
?Acaso creen esos parlamentarios que, cuando el Gobierno tenga que dimitir, ser¨¢n capaces de resolver lo que se habr¨¢ hecho entonces insoluble? ?Acaso creen que los errores que pudieran llevar u obligar al Gobierno a dimitir, no van a ser precisamente los que pueden hacer ?dimitir la democracia?? ?Acaso creen que renunciar a esta funci¨®n cr¨ªtica es sin¨®nimo de esp¨ªritu de servicio y no corren el riesgo de servicio? Ma?ana, cuando llegue esta Oposici¨®n al poder, ?no querr¨¢ ver en la actual mayor¨ªa -entonces Oposici¨®n- esa actitud cr¨ªtica que clarifica y hasta justifica determinada trayectoria pol¨ªtica?
Cuando la valent¨ªa consiste en oponerse para construir con el Gobierno y no en contra de aqu¨¦l la democracia, es decir, la participaci¨®n popular, es cobard¨ªa escapar de este deber y torpedear precisamente lo que es la meta com¨²n de todos en estos momentos: la democracia parlamentaria. Renunciar a la funci¨®n cr¨ªtica equivale precisamente a secar en esta democracia toda savia participativa, todo contenido democr¨¢tico.
Un gran estadista, llegado a viejo, despidi¨® a unos de los miembros influyentes de su consejo privado, que apoyaba servilmente todas sus opiniones. A la pregunta de este ¨²ltimo sobre el por qu¨¦ de este despido, contest¨® el primero: ?Cuando un viejo necesita un bast¨®n para andar, el peor servicio que se le puede prestar es doblarse bajo el peso del anciano?. Ese estadista se llamaba Luis XIV.
Ning¨²n hombre de estado aprecia el servilismo, incluso cuando en un momento dado lo encuentre c¨®modo o tenga que utilizarlo. Ning¨²n grupo pol¨ªtico se prestigia cuando, por temor al compromiso o por ambici¨®n de poder, se niega a aceptar las consecuencias ingratas de su mandato.
El miedo no guarda la huerta
El miedo a una involuci¨®n no debe llevar a practicar de antemano esta involuci¨®n, privando al juego democr¨¢tico de su contenido.
Decimos s¨ª a este contenido dial¨¦ctico que lleva al di¨¢logo y a una posible y noble alternativa. Decimos no al consenso a cualquier precio, fruto de una actitud pasiva o servil, que traiciona las metas democr¨¢ticas del pueblo y del mismo Gobierno.
La valent¨ªa consiste, descartando voluntariamente el temor, en construir un sistema democr¨¢tico parlamentario s¨®lido, es decir dial¨¦ctico. Lo han logrado casi todos los pa¨ªses occidentales. No existe ninguna raz¨®n para que no lo logremos hoy nosotros.
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