Naci¨®n, nacionalidades y regiones
LA APROBACION por la Comisi¨®n del Congreso del art¨ªculo segundo del anteproyecto de Constituci¨®n es prueba de que la voluntad negociadora y el esp¨ªritu de consenso de las diferentes formaciones pol¨ªticas eran actitudes sinceras y consecuentes. El art¨ªculo que se refiere a la articulaci¨®n entre la unidad de la naci¨®n espa?ola y el reconocimiento de los derechos de las ?nacionalidades hist¨®ricas?, constitu¨ªa piedra de toque para comprobar si las protestas de buena voluntad eran simple propaganda o posiciones de principio. Los votos negativos de Alianza Popular muestran que, aunque las manifestaciones de los nost¨¢lgicos del franquismo puedan hacer creer a veces que su derrota en las elecciones les ha obligado a poner su reloj en hora, siguen siendo incapaces de reconciliarse con los hechos y de comprender los fen¨®menos hist¨®ricos y sociales a cuya represi¨®n contribuyeron durante largos a?os.La abstenci¨®n del diputado del PNV pone de manifiesto, en el lado opuesto, la ?doble alma? de los herederos de Sabino Arana: si la raz¨®n les ense?a que el independentismo es una perspectiva ilusoria y -desde la aparici¨®n de ETA- la consigna movilizadora de sus m¨¢s enconados enemigos pol¨ªticos, el temor a perder base electoral les hace retroceder a la hora de llevar hasta las ¨²ltimas consecuencias su postura.
El reconocimiento y la garant¨ªa del ?derecho a la autonom¨ªa de las nacionalidades y regiones? que integran nuestra naci¨®n com¨²n es una f¨®rmula que no s¨®lo consagra principios generales de descentralizaci¨®n administrativa,sino que distingue entre dos tipos diferentes de comunidades dentro de Espa?a. Los argumentos filol¨®gicos sobre el t¨¦rmino ?nacionalidades? pertenecen al campo de la discusi¨®n acad¨¦mica y carecen de relevancia a la hora de debatir cuestiones pol¨ªticas. Con independencia de los or¨ªgenes del vocablo, lo cierto es que catalanes y vascos vienen utiliz¨¢ndolo para designar a sus propias comunidades hist¨®ricas, caracterizadas por un idioma, una cultura, un sentimiento de identidad colectiva y una voluntad de lucha para hacer valer sus reivindicaciones. La pedrea de preautonom¨ªas regionales cantada en el sorteo electoral por el Gobierno no confunde m¨¢s que a los , que est¨¢n dispuestos -en la mayor¨ªa o en la oposici¨®n- a colaborar en esa ceremonia de la confusi¨®n. En algunos casos, como Galicia, cuyo idioma y cultura han seguido vivos a trav¨¦s de los siglos, cabe extra?arse de que ese sentimiento de identidad colectiva y ese esp¨ªritu de lucha para afirmarlo no existan o s¨¦ hallen latentes. En otros, como el Pa¨ªs Valenciano, la pregunta puede referirse a las causas del debilitamiento a lo largo de los a?os de ese sentimiento y de esa voluntad en relaci¨®n con el antiguo principado. Y en lo que a Canarias se refiere, el agravamiento de las dificultades insulares en las ¨²ltimas d¨¦cadas y la amenaza de agresi¨®n exterior plantean problemas espec¨ªficos en el terreno auton¨®mico. Pero, en cualquier caso, la historia pasada y reciente de Catalu?a y del Pa¨ªs Vasco, la conciencia colectiva de esos territorios expresada en las elecciones generales de junio de 1977 hace incluso enfadosa la discusi¨®n sobre su evidente diferencia respecto a las dem¨¢s divisiones administrativas y sobre la necesidad de que dispongan de instituciones de autogobierno peculiares.
Lo que no significa, sin embargo, que l¨¢s autonom¨ªas para Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco sirvan para aumentar la considerable brecha que separa ya a estos territorios, en niveles de ingreso y en equipamientos colectivos de sanidad y educaci¨®n, del resto de Espa?a. La referencia en el art¨ªculo 2 del anteproyecto de la Constituci¨®n al reconocimiento y garant¨ªa de la ?solidaridad? entre nacionalidades y regiones dar¨¢ en el futuro plena legitimidad a los planes de ordenaci¨®n del territorio y de ayuda a las zonas subdesarrolladas, destinados a eliminar las lamentables desigualdades de renta y de oportunidades entre las diferentes zonas geogr¨¢ficas de nuestro pa¨ªs.
Los recelos y las susceptibilidades explican que la obvia descripci¨®n de la unidad espa?ola vaya escoltada, en el art¨ªculo 2 del anteproyecto, por adjetivos y enf¨¢ticas redundancias. Se dir¨ªa que a los abogados de los t¨¦rminos ?indisoluble? e ?indivisible? les falt¨® seguridad y convencimiento en la causa que defienden. La unidad de Espa?a es un hecho que no necesita ret¨®rica para mostrar su evidencia; siglos de convivencia en com¨²n, la existencia de un mercado qu¨¦ proporciona salidas protegidas arancelariamente, a la producci¨®n de la periferia y mano de obra barata a sus industrias, y la constante acci¨®n unificadora de la Administraci¨®n en todas las ¨¢reas de la vida ciudadana valen m¨¢s que un mill¨®n de palabras.
Ahora quedan, aprobados ya los principios, los problemas m¨¢s vidriosos. Reconocer el derecho A la autonom¨ªa de las nacionalidades y regiones es bastante menos complicado que negociar los instrumentos que garanticen los ¨¢mbitos de competencias y las instituciones de autogobierno de unas y otras.
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