Portentoso virtuosismo de la Academia de Saint Mart¨ªn in the Fields
De nuevo el Festival de Primavera que organiza Loewe-Iberm¨²sica ha conseguido abarrotar el Real, a pesar de lo elevado de sus precios. El hecho se comprende porque el conjunto ingl¨¦s es uno de los mejores del mundo. Es dif¨ªcil concebir una mayor perfecci¨®n t¨¦cnica: el virtuosismo del conjunto es tan grande como el de cada instrumentista; la afinaci¨®n es excelente; el sonido, redondo, sensible, aterciopelado, basado fundamentalmente en el equilibrio de todas las partes. Pero no acaba aqu¨ª la cosa, porque la Academia de St. Martin posee por s¨ª misma una extraordinaria musicalidad, una sensibilidad y un buen gusto poco corrientes: su m¨¢xima es la elegancia y la moderaci¨®n. Con semejante material no merece la pena fijarse en detalles t¨¦cnicos, sino solamente en la m¨²sica que ¨¦stos son capaces de hacer.Programa enteramente barroco con una sola excepci¨®n mozartiana. En primer lugar, el Concierto grosso Op. 6 n¨²mero 11, de Haendel, el m¨¢s extenso y complejo de la serie, tocado con pulcritud y elegancia, aunque ech¨¢ramos en falta una colocaci¨®n que destacara la diferencia entre el concertino y el ripieno, lo que dar¨ªa lugar a una mayor claridad estructural; es casi seguro que Corelli, cuyo esquema sigue Haendel de cerca, deseaba cori spezzati, bien distantes el uno del otro. Destaquemos la preciosa versi¨®n del andante, flexible y l¨ªrica.
A continuaci¨®n, el Tercer concierto de Brandemburgo, por varias razones lo menos afortunado de la velada. En primer lugar parece innecesario introducir un adagio de sonata para viol¨ªn y continuo en lugar de los dos acordes de la cadencia frigia que separan los allegros extremos. En Bach todo est¨¢ muy medido. Cuando un compositor como ¨¦l, que utiliza siempre la forma de concierto veneciano de tres movimientos (salvo en el primero de Brandemburgo, en forma de suite), reduce el adagio a una cadencia (que, eso s¨ª, puede ser ornamentada) es por algo: ya est¨¢n suficientemente contrastados los dos allegros con su oposici¨®n de ritmo binario y ternario. Versi¨®n del concierto poco tensa, con poca acentuaci¨®n y din¨¢mica. Las intervenciones individuales, siendo buenas, no alcanzaron la altura del resto de la tarde, y la presencia excesiva del primer viol¨ªn perturb¨® el equilibrio de una obra en que cada instrumento es concertino y ripieno por igual.
Barroco y clasicismo
La maravilla fue el divertimento K. 136, de Mozart. Si los m¨²sicos de la Academy hacen buen barroco, donde se encuentran realmente c¨®modos es en el clasicismo; all¨ª pocos son capaces de igualarlos. Versi¨®n virtuosa, camer¨ªstica, con una belleza de sonido insuperable. Elegancia, moderaci¨®n, tensiones presentes, pero relajadas, con una exquisita din¨¢mica, sin pasar de un mezzoforte; con ese saber no dar importancia a las cosas. Todos ellos consiguieron algo muy dif¨ªcil: mantener la ligereza de un divertimento sin trivializarla y lo consiguieron por la ¨²nica v¨ªa posible que es la del lirismo.
Por ¨²ltimo, las Estaciones vivaldianas, en las que lona Brown puso de manifiesto su categor¨ªa, no s¨®lo de concertino, sino tambi¨¦n de solista. Su t¨¦cnica, su sonido, su fraseo son los de una artista de los pies a la cabeza. Vivaldi muy moderado, bien construido, de buen gusto. Si tomamos en serio las palabras de Marin Mersenne cuando afirma que ?los italianos representan tanto como pueden las pasiones y sentimientos de su alma mientras los franceses se contentan con acariciar el o¨ªdo?, estar¨ªamos, sin duda, m¨¢s cerca de Francia.
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