El derecho a esta vida
Pueden creerme si les digo que nuestros diputados tienen unos sentimientos de la mejor calidad. Todos odian la injusticia, todos aborrecen la sangre, todos sabr¨ªan rizar el me?ique civilizadamente, como hacen con sus argumentos al elevar la taza de t¨¦ a los labios. Incluso a Manuel Fraga, que se empe?a en realizar un papel duro en esta pel¨ªcula, se le notan ciertas palpitaciones de ternura en el ventr¨ªculo cuando dispara con la dial¨¦ctica baja contra los moralistas de la izquierda. En la comisi¨®n constitucional se trataba ayer del derecho de asilo para los extranjeros y del derecho de los espa?oles a la vida, a la integridad f¨ªsica, con la condena de la tortura y de los tratos inhumanos. Nadie que sepa pelar una naranja con cuchillo y tenedor ser¨ªa capaz de oponerse directamente a estos principios. Pero los grupos de izquierda de la comisi¨®n, junto con la minor¨ªa catalana, han pretendido a?adir la abolici¨®n expresa y constitucional de la pena de muerte. Nadie que sepa manejar un cubierto de pescado seria capaz de declararse en p¨²blico como no abolicionista. Fraga lo ha hecho. Seg¨²n dijo el pr¨®cer, la pena de muerte, una vez al a?o no hace da?o, si con ella se evita una masacre. Dura lex, sed lex, ha exclamado el gran vaquero a la sombra del ¨¢rbol del ahorcado, que era cuatrero y terrorista. La UCD ha matizado, como siempre.Precisamente, el debate sobre la pena de muerte se ha establecido en una cuesti¨®n de matiz, que es la sangre del procedimiento de UCD. Peces-Barba ha esgrimido todas las razones morales, hist¨®ricas, cient¨ªficas y sociol¨®gicas con citas y ejemplos ilustres que constituyen ya una literatura cl¨¢sica contra la muerte impuesta desde la racionalidad del Estado. Lo mismo Sol¨¦ Barber¨¢, Mart¨ªn Toval, Sol¨¦ Tura y Gast¨®n Sariz. Despu¨¦s Roca Junyent, que tiene el coraz¨®n a la izquierda, la cartera a la derecha y, en medio, una inteligencia muy fina, ha analizado el argumento pol¨ªtico en favor de la abolici¨®n enviando sutiles tarascadas contra Alianza Popular que han alcanzado, tambi¨¦n, a P¨ªo XII. Felipe Gonz¨¢lez ha reducido el problema a una cuesti¨®n moral, a un pleito en el interior de la conciencia de cada diputado. Este es un reto hist¨®rico. Aqu¨ª no hay matices legales, coyunturas pol¨ªticas, ni posturas relativas. Se quiere la pena de muerte o no se quiere. Y, en este caso, hay que dejarlo escrito en la Constituci¨®n. Lo contrario es una falacia.
Pero la UCD tiene en la comisi¨®n unos profesores hilanderos que pertenecen a la derecha rubia que no mata, aunque sea capaz de hacer punto de cruz con el pragmatismo. V¨¢zquez Guill¨¦n ha llevado la voz de este grupo: constitucionalizar la abolici¨®n de la pena de muerte seria envarar definitivamente un problema que necesita la flexibilidad del legislador ordinario. Oscar Alzaga y Herrero de Mi?¨®n han colgado la arteria coronar¨ªa en la percha. Aqu¨ª no se trata de abolir o no abolir, sino de constitucionalizar o no constitucionalizar distinguiendo entre la ternura y el procedimiento. Y como son, m¨¢s, han ganado. El art¨ªculo 14 de la Constituci¨®n ampara-el derecho de los espa?oles a esta vida. El art¨ªculo 15, con la libertad religiosa, nos garantiza la otra. Los espa?oles lo queremos todo.
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