Vuelve la tauromaquia aneja con los Concha y Sierra
Los conchasierra del domingo eran preciosos por fuera y horribles por dentro. Precisemos m¨¢s: ten¨ªa complexi¨®n de toro antiguo, capas no ya variadas sino multicolores, y mansedumbre total. Fue como si la plaza se hubiera trasladado a la c'Alcal¨¢, para volver a ser aquella donde se desarroll¨® la edad de oro de la fiesta- y por el ruedo anduvieran coet¨¢neos de Lagartijo, en la lidia, sorda y dura, de aquellos p¨¢jaros de buena cuenta de entonces, que muy a menudo sal¨ªan por los chiqueros.No es retroceder, sino desempolvar la a?eja tauromaquina, de los m¨²ltiples lances; aquella que se traduc¨ªa en un espect¨¢culo argumentado, tenso y fatigante. Pero no fatigante al estilo de hoy, donde los cansancios llegan en ciertos festejos por la v¨ªa del sopor, ya que no pasa nada, sino, pues todo pasaba, genialidad y tragedia, un sinf¨ªn de peripecias, y el p¨²blico sal¨ªa de la plaza -dicen nuestros mayores, que lo vieron como si ¨¦l mismo hubiera lidiado toda la corrida.
Plaza de Las Ventas
Decimocuarta corrida de feria (domingo). Cinco toros de Los Millares (antes Concha y Sierra), de absoluta mansedumbre, el segundo condenado a banderillas negras; preciosos de estampa, con trap¨ªo y l¨¢mina singular variad¨ªsimos de capa, reuniendo cada ejemplar distintas gamas de color en los pelajes. El cuarto, de Murube, con cuajo, mansedumbre y peligro. Ra¨²l Aranda: Estocada corta ca¨ªda (vuelta al ruedo a petici¨®n insistente del p¨²blico). Pinchazo hondo ca¨ªdo, pinchazo, estocada corta contraria, rueda de peones, media delantera atravesada y seis descabellos (silencio). Manili: Pinchazo, estocada corta atravesa da a toro arrancado, rueda de peones, pinchazo, media atravesada delantera y siete descabellos (silencio). Cinco pinchazos, otro hondo, rueda de peones, se echa el toro y lo levanta el puntillero y m¨¢s capotazos. La residencia le perdon¨® un aviso (silencio). Juan Montiel, que confirm¨® la alternativa: Bajonazo descarado (divisi¨®n de opiniones y saludos), Pinchazo hondo y media estocada ca¨ªda (palmas). Breg¨® muy bien y puso un gran par de banderillas El Alba, de la cuadrilla de Aranda.Presidi¨® con acierto el comisario Mantec¨®n.
Los gustos han cambiado con el transcurso de los a?os y el advenimiento de los fen¨®menos... Precisemos m¨¢s, lo mismo que antes: el advenimiento de los fen¨®menos ha impuesto, en el transcurso de lo a?os, una distinta versi¨®n del toreo que ha cambiado los gustos.. (Bien: as¨ª queda mejor). Y de esta forma, una corrida como la de ayer, mansa y bronca, no fueron muchos los que la supieron apreciar, mientras un gent¨ªo de los tendidos cinco y seis la repudiaba a grito pelado y golpes de almohadilla.
Por mansos, quer¨ªa esa masa que devolvieran al corral varios toros No entend¨ªa nada, y lo sentimos por ella, puesto que ni la maravilla de aquellos pelajes singulares le dio gusto. Hubo un ejemplar que reun¨ªa en su corpach¨®n la cualidad de careto, segu¨ªa el cuello -por cierto, rizoso- en casta?o, desde el oscuro al melocot¨®n; continuaba jabonero chorreao y conclu¨ªa salpicao en c¨¢rdeno. Y, adem¨¢s, verdugo. A algunos, que o¨ªamos opinar, les hac¨ªa gracia tanta mezcla, y disputaban si el toro era ict¨¦rico, vari¨®lico, o rube¨®lico. ?Ja, ja, ja, qu¨¦ risa! Luego, protestaban: ??Al corral, al corral, al corral!?. Hac¨ªa el quinto de la tarde echada a mansos, cuando un sector de la plaza se hab¨ªa metido en esc¨¢ndalo por este motivo (que los toros mansos, insistamos, tienen su lidia y no pueden devolverse por eso), hubo una reacci¨®n espl¨¦ndida de la andanada, la cual hab¨ªa permanecido toda la corrida en respetuoso silencio: ??Ignorantes!?.
Dejaron de una piedra a los de la protesta. Pero ya era tarde. El m¨¦rito de los toreros al lidiar tan complicada corrida no lo hab¨ªan sabido apreciar m¨¢s que los aficionados puros. Por ejemplo, la faena de Ra¨²l Aran da a ese toro de todas las pintas hab¨ªa sido de oreja. Despu¨¦s de lidiarlo con tes¨®n en el primer tercio. y despu¨¦s de que el conchaisierra se hartara de pegar brincos cuando le pusieron las banderillas negras, el buen diestro ma?o lo redujo con unos ayudados de gran eficacia, ganando terreno, y lo meti¨® en la muleta para unas tandas de derechazos y naturales (cortas eran, pues cortas ten¨ªan que ser), emocionantes y torer¨ªsimas. Del siete sali¨® el coro encendido: ??Ese es un torero!?. La ligaz¨®n con los de pecho, perfecta, y ¨¦stos, de acabada ejecuci¨®n, redondearon un trasteo de categor¨ªa, hasta que el toro qued¨® dominado y cuadrado. Pero Aranda -a qui¨¦n se le ocurre- llevaba la espadita de juguete. Cuando volvi¨® a cambiarla por la ¨²til hubo de afanarse de nuevo para igualar. Acert¨® al primer espadazo, pero los ¨¢nimos se hab¨ªan enfriado.
No se enfr¨ªa tanto el p¨²blico cuando le ofrecen los mil pases admnistrados a una babosilla, pero es por eso: los gustos que cambian. O quiz¨¢ no sea cuesti¨®n de gustos, sino de inter¨¦s, por medir la ?m portancia del torero con la quet iene el toro. De todas formas, la ovaci¨®n insistente oblig¨® a Ra¨²l Aranda a dar la vuelta al ruedo, pues no quer¨ªa, y ese es otro gesto de torero cabal que tuvo en la tarde. Su segundo toro -ya murube- sac¨® mucho peligra y se deshizo de ¨¦l como pudo. Lo mismo hicieron Manili y Juan Montiel con sus dos primeros, que med¨ªan las embestidas. Manili, de contar con m¨¢s t¨¦cnica, quiz¨¢ habr¨ªa sacado mejor partido del quinto, al que mulete¨® destemplado y nervioso. Montiel se confi¨® con el sexto, que no era peligroso, aunque s¨ª desesperantemente tardo, y obtuvo alg¨²n natural.
Babelia
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