Cementerios civiles, libertad religiosa y marginaci¨®n social
Hay una historia de Espa?a, la de San Quint¨ªn, Otumba y Lepanto. Hay tambi¨¦n ?la otra historia de Espa?a?, la que en la Editorial Taurus se tuvo la buena, complementaria idea de presentar, y en cuya colecci¨®n se ha publicado este libro sobre Los cementerios civiles. Su autor, Jos¨¦ Jim¨¦nez Lozano, ha sido movido por un afecto profundo para ponerse a contarnos esta siniestra historia de la nueva, anacr¨®nica forma que cobr¨® la intolerancia espa?ola en la ¨¦poca de la secularizaci¨®n de los enterramientos.A fines del siglo XVIII, por razones, pienso, no s¨®lo de higiene, sino tambi¨¦n para poner a los muertos y la muerte ?aparte?, separada de la vida, se crearon esas ciudades para los muertos que son los cementerios. ?Pero habr¨ªan de convivir-conmorir en ellos los ortodoxos y los heterodoxos o, dicho de otra manera, la Espa?a cat¨®lica y la anti-Espa?a? No. A los herejes ya no les pod¨ªa condenar la Inquisici¨®n a la hoguera, pero la persecuci¨®n les seguir¨ªa despu¨¦s de la muerte: para quienes mor¨ªan en sumisa ortodoxia se cre¨® el cementerio cat¨®lico, pero, para los fallecidos en el inconformismo, en cuanto a dogmas o costumbres, los ?corrales de muertos?, muladares de la precita carro?a humana.
Jos¨¦ Jim¨¦nez Lozano
Los cementerios civiles y la heterodoxia espa?ola TaurusEdiciones, Madrid, 1978.
Los "buenos" y los "malos"
Ant¨ªfrasis de un cementerio ?cat¨®lico? y antiuniversal, excluyente, para denominar el cual, y puesto que el otro era el cementerio civil, ninguna palabra encuentro m¨¢s adecuada que la de incivil. El nacional-catolicismo tradicional espa?ol negaba sepultura a los sospechosos de heterodoxia o, simplemente, de morir en pecado, convert¨ªa la religi¨®n, tambi¨¦n, despu¨¦s de la muerte, en lo que ya hab¨ªa sido en vida, asunto pol¨ªtico-eclesi¨¢stico, y separaba implacablemente a las familias creando espacios separados, algo as¨ª como un cielo y un infierno territoriales, para los supuestamente buenos y los supuestamente malos, respectivamente. La arrogancia excomulgante prosegu¨ªa, inexorable, su tarea m¨¢s all¨¢ de la muerte. Glorias del Estado cat¨®lico, s¨ª los cementerios, aun municipalizados, segu¨ªan siendo exclusivamente para cat¨®licos, y los presuntamente no-cat¨®licos, eran condenados a yacer en los corralillos.?C¨®mo una sensibilidad que se consideraba cristiana ha podido consentir esto? Jim¨¦nez Lozano nos cuenta que era su sensibilidad la que, de chico, le llevaba a quitar ?unos cuantos crisantemos y claveles de la tumba familiar? para arrojarlos, por encima de la tapia, al ?campo maldito? de los muertos sin sacramentos. Yo mismo, preguntado en una entrevista sobre mis ¨²ltimas intenciones a este respecto, declar¨¦ -simb¨®licamente, testimonialmente- que desear¨ªa ser enterrado conforme a los m¨¢s simples ritos de la Iglesia..., en el cementerio civil. Las tapias levantadas dentro de los cementerios son como el triste s¨ªmbolo de una sociedad pol¨ªtico-religiosa, no s¨®lo anti-cristiana, sino, como ya he dicho, que hace irrisi¨®n del nombre de catolicismo.
Cementerio libre
El libro de Jim¨¦nez Lozano es, derechamente, una reflexi¨®n sobre esta torcida idea de los cementerios s¨®lo para cat¨®licos. (Cat¨®licos que, como seg¨²n el cuentecillo, hasta en el cielo, para que sean felices, necesitan ser mantenidos en la ilusi¨®n de que all¨ª no hay nadie m¨¢s que ellos.) Pero franque¨¦mosle las puertas del cementerio civil y asistiremos a su cambio total de actitud: el timbre de gloria: buena parte del libro se dedica a relatar los m¨¢s ilustres o los m¨¢s sonados enterramientos civiles de Espa?a. Ser enterrado en el cementerio civil ha sido interpretado por disidentes e inconformistas, que han contado entre nuestros mejores compatriotas, como un acto de libertad. Cementerio civil significaba, para ellos, cementerio libre, es decir, tina opci¨®n de car¨¢cter moral. Y hoy es ¨¦se, justamente, el significado que, por encima de todo, tal acto retiene.Hagamos una prueba: acompa?emos a un joven, en Madrid, al cementerio cat¨®lico y veremos que la visita es vivida por ¨¦l como rutinaria, como convencional. Pero franque¨¦mosle las puertas del cementerio civil y asistiremos a su cambio total de actitud: el inter¨¦s por leer la inscripci¨®n de cada sepultura se apoderar¨¢ de ¨¦l, y los all¨ª enterrados, merecedores del m¨¢ximo respeto, se le aparecer¨¢n, independientemente de que sea cat¨®lico o no, como sus predecesores en la protesta contra una injusticia que, por tocar a las postrimer¨ªas mismas, envuelve y comprende toda la injusticia humana. De este modo su voluntad de heterodoxia, en el m¨¢s amplio y noble sentido de esta palabra, se erguir¨¢, entera, en ¨¦l. Llev¨¦mosle, luego, al corralillo anejo a un cementerio de pueblo o peque?a ciudad: otro sentimiento, en alguna manera parejo de aqu¨¦l, el de ver con sus propios ojos y hasta sus ¨²ltimas consecuencias, los extremos de la marginaci¨®n, le sublevar¨¢ ahora y le har¨¢ sentirse solidario de aquellos cad¨¢veres peor tratados que si arrojados a la fosa com¨²n. S¨ª, como en alguna parte dice el autor, los cementerios civiles han sido los genuinos templos laicos de la heterodoxia espa?ola; pero tambi¨¦n el s¨ªmbolo y expresi¨®n de la marginaci¨®n total.
Por lo uno y por lo otro, todos los inconformistas tenemos el deber espa?ol de ?los otros espa?oles?de leer este libro, tan emocionante como bello, cuya ¨²nica falta, para m¨ª, consiste en la de un mayor desarrollo que, con otra disposici¨®n, hubiera permitido la incorporaci¨®n al texto de las numerosas, largas y muy curiosas, cuando no realmente apasionantes notas al pie. La historia moderna del sentimiento religioso en nuestro pa¨ªs no se comprende sin saber lo que ¨¦l nos dice. Ni tampoco la completa, la verdadera historia de Espa?a.
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