Quince pintores marginales (1900-1948)
Como era de esperar, ha acabado por llegar la primavera. Todos los a?os lo mismo. Y con ella, la horchata y las exposiciones colectivas de rigor. Deseng¨¢?ense, se trata de algo absolutamente inevitable. Sin embargo, no ser¨¢ frecuente que en tales ocasiones encontremos algo m¨¢s que meras liquidaciones por final de temporada. El caso de Ponce nos depara alguna sorpresa muy de agradecer por lo poco acostumbrado en estas ¨¦pocas. Con todo, el proyecto despierta en el que llega una cierta perplejidad. Catalogados como ?marginales?, uno viene a preguntarse por el criterio seguido. Porque ser¨ªa preciso, ante ciertos part¨ªcipes, pensar de qu¨¦ modo lo son y respecto a qu¨¦. O si no lo ser¨ªan, acaso, todos entre s¨ª. Pero dejando aparte la cuesti¨®n del t¨ªtulo, la exposici¨®n, aunque desigual, est¨¢ jalonada por verdaderos aciertos. Quede claro que aunque la primavera trae consigo los ex¨¢menes, uno no va a estas alturas a poner notas a tales se?ores. Hay aqu¨ª de todo. Tenemos, entre otros, a Ram¨®n Gaya, a Gordillo, a Pacheco, a Fin, a Barjola, a Luis Fernando Aguirre, a Ferm¨ªn Aguayo... El censo no carece de encantos y el espectador podr¨¢ encontrar entre ellos cosas de buen ver. Pero, a mi juicio, los dos mejores tantos que esta exposici¨®n ofrece se hallan en dos puntos tan poco dispares como son Maruja Mallo y Guillermo P¨¦rez Villalta. Y, en ambos casos, la elecci¨®n viene determinada, incluso m¨¢s que por debilidades particulares hacia el autor, por la aparici¨®n de un cuadro especialmente afortunado. De P¨¦rez Villalta se presenta un lienzo titulado Mujer que se contempla. En un interior de mansi¨®n sevillana, al que se filtra la luz exterior por medios de huecos que se abren al paisaje, que insin¨²an por sombras un patio, dos mujeres permanecen sentadas. Una de ellas se peina ante el espejo, la otra mantiene la mirada perdida. La visi¨®n resulta chocante, pues una profunda asimetr¨ªa cuyo origen no nos es apreciable, rompe la supuesta placidez del tema. El clima es tenso, como en un preludio de tragedia y ligeras deformaciones de las figuras cargan las tintas en lo maligno. Creo que pocas veces Guillermo P¨¦rez Villalta ha alcanzado cotas m¨¢s altas en lo que le preocupa, en traducir el desgarro de una escena de costumbres, en construir un mundo hecho de cosas amables que no rehuyen ¨¢ngulos sombr¨ªos. Si otras obras suyas exhibe a mayor virtuosismo, el que mira ¨¦sta no podr¨¢ sustraerse al malestar al que aqu¨ª se le obliga.Pero el verdadero regalo primaveral de esta muestra es, en mi modesta opini¨®n, Elementos de deporte, que Maruja Mallo pint¨® en sus benditos a?os veinte. Carrusel delirante el de la modernidad de aquel entonces. Castizos, locomotoras, cocktails y, por supuesto, la pr¨¢ctica deI sport, eran fuente inagotable de embeleso. La vanguardia se aplicaba con frenes¨ª a aquellos juegos del cuerpo que las maravillas de la t¨¦cnica metamorfoseaban desde el esfuerzo f¨ªsico a la gloriosa epopeya de la regla sin finalidad. El movimiento en el estadio, lo que all¨ª se tej¨ªa, no val¨ªa sino por encerrar esa belleza ?aggiornada? con que la postguerra europea quer¨ªa revestir su renacer. Es, seguramente, el deporte (o el sport, insisto) uno de los t¨®picos m¨¢s gozosos del batiburrillo vanguardista del momento. Y seguramente consigue, en este cuadro de Maruja Mallo, una de sus s¨ªntesis m¨¢s delicadas, m¨¢s perfectas. En resumen, un regalo para la vista de esos que en las gu¨ªas aconsejan el desv¨ªo.
Quince Pintores marginales (1900-1948)
Galer¨ªa Ponce. Plaza Mayor, 23.
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