Portugal: por una democracia en rodaje
Profesor de Ciencias Pol¨ªticas en La Sorbona (Par¨ªs) y editorialista de ?Le Monde?
La crisis gubernamental de Lisboa se est¨¢ desarrollando en el marco de un sistema pol¨ªtico poco extendido y cuyas reglas son a¨²n poco conocidas. El mismo sistema que el de la V Rep¨²blica Francesa, es decir, un r¨¦gimen semipresidencialista en el que coexisten un presidente elegido por sufragio universal y dotado de poderes aut¨®nomos. como en Estados Unidos, y un primer ministro y un Gobierno responsables, como en el caso de los reg¨ªmenes parlamentarios. De la comparaci¨®n de las pr¨¢cticas de los siete reg¨ªmenes de Occidente que conocen o han conocido este sistema se desprende que la inluencia real del jefe de Estado depende menos de sus prerrogativas constitucionales que de sus relaciones con la mayor¨ªa parlamentaria y de la consistencia de estas relaciones.
Si existe una mayor¨ªa neta y estable que reconoce al presidente como l¨ªder. ¨¦ste adquiere un poder considerable y desplaza al primer ministro a un segundo plano, como ha sucedido en Francia en los ¨²ltimos veinte a?os. Por el contrario, el presidente es reducido a una situaci¨®n subalterna si se opone a esta mayor¨ªa. o si no es el jefe de la misma. e incluso si se mantiene en una posici¨®n, m¨¢s o menos neutral. En ese caso el primer ministro se convierte en el verdadero jefe del Gobierno. como sucede en un r¨¦gimen parlamentario como el de Austria.
Si no existe la mayor¨ªa neta y estable. el sistema cobra toda su originalidad. El presidente puede paliar provisionalmente -la impotencia de la Asamblea Nacional con procedimientos muy diversos. Puede formar un Gabinete al margen de los partidos para hacer frente a las situaciones de gravedad o facilitar las soluciones de transici¨®n. Pero no tiene entonces los medios necesarios para gobernar de tina manera estable sin el acuerdo, al menos t¨¢cito, de los d¨ªputados.
En Finlandia este r¨¦gimen ha evolucionado hacia una especie de ?diarqu¨ªa? en la que el jefe de Estado, ejerce una influencia considerable, quedando siempre obligado a respetar la voluntad de la Asamblea. La impotencia natural de los parlamentos sin mayor¨ªa se encuentra parcialmente corregida, pero resalta, por el contrario, la inestabilidad de los Gobiernos, ya que en este caso se han sucedido sesenta a lo largo de sesenta a?os.
Portugal pertenece a esta segunda categor¨ªa de reg¨ªmenes semipresidencialistas. La Asamblea de la Rep¨²blica no tiene una mayor¨ªa neta y estable. Sobre el papel ser¨ªa posible una alianza de izquierdas entre socialistas y comunistas. En la pr¨¢ctica esta alianza es irrealizable. Con un 35% de los sufragios y un 40% de los esca?os parlamentarios. el partido de Mario Soares es el eje necesario de cualquier Gobierno. Intent¨®. de entrada, un ministerio puramente socialista, apoy¨¢ndose alternativamente a su derecha y a su izquierda. Ha intentado tambi¨¦n aliarse con el Centro Democr¨¢tico y Social, la formaci¨®n pol¨ªtica oficialmente m¨¢s a la derecha de los grandes partidos.
Esta alianza. considerada al principio como ?ejemplar?, ha permitido al CDS situarse en el ?centro? del tablero pol¨ªtico, mientras que los socialdem¨®cratas de Sa Carneiro se encontraban ?a priori? m¨¢s a la izquierda que los amigos de Freitas do Amaral. De hecho, las bases electorales del PDS han estado tan motivadas por el anticomunismo como las del PSD. Finalmente. los l¨ªderes del MS. m¨¢s progresistas que sus -lectores. han dimitido del Gobierno para no perder contacto con ellos. Mario Soares, por su parte, en un intento de quedar solo en el poder ha acudido, sencillamente, a su t¨¢ctica anterior.
El presidente de la Rep¨²blica no lo ha querido. Su decisi¨®n de revocar al primer Pi1nistro es perfectamente conforme con las normas constitucionales, que le han dado expresamente este poder, como en el caso de Austria y como lo fue en la Rep¨²blica de Weimar. Esta intervenci¨®n marca un nuevo giro en el r¨¦gimen portugu¨¦s, porque el jefe del Estado se hab¨ªa acantonado hasta el presente en un papel relativamente diluido, aunque ejerciendo una influencia no despreciable en el Gobierno. As¨ª se explica la agitaci¨®n pol¨ªtica de Lisboa y los comentarios de la prensa internacional. El desconocimiento de las reglas del sistema semipresidencial ha acentuado el efecto del choque. Tambi¨¦n en esto ha influido el desconocimiento de la personalidad del jefe del Estado, hombre discreto y solitario, que aparece como la esfinge a los ojos de sus compatriotas.
Los nost¨¢lgicos de un r¨¦gimen fuerte esperaron- en un comienzo que este militar abusara de sus prerrogativas constitucionales para hacer deslizarse a Portugal hacia un presidencialismo autoritario. M¨¢s adelante le reprocharon lo que llamaron su inercia. Ahora le aprueban ruidosamente, empuj¨¢ndole hacia el Rubic¨®n. El presidente Eanes podr¨ªa, ciertamente seguir el camino tomado hace ahora medio siglo por el mariscal Hinderburg, llamando a Von Papen despu¨¦s de la revocaci¨®n de Br¨¹ning. El riesgo de todo sistema semipresidencial es que facilita estos golpes de Estado. Nada permite pensar que ¨¦sta es la perspectiva de un hombre que nos dec¨ªa en noviembre de 1976, con calma, pero con la mayor firmeza y pesando todas sus palabras: ?No hemos hecho la revoluci¨®n de abril solamente para cambiar a los hombres que estaban en el poder.?
El gesto de los socialistas, neg¨¢ndose desde el comienzo a despachar los asuntos cotidianos, forma parte del rodaje de un sistema pol¨ªtico poco familiar. Esto mismo ocurre con las declaraciones. formuladas por diversos sectores, de que el Parlamento portugu¨¦s no podr¨ªa ser disuelto por no haber sido votada una ley electoral. Parece como si el principio mismo de continuidad de] Estado no obligara a que los ministros revocados permanecieran en sus puestos hasta el nombramiento de sus sucesores y a mantener en vigor el r¨¦gimen electoral mediante el cual una Asamblea hab¨ªa sido elegida, si ¨¦sta se disuelve sin haber establecido otro nuevo.
El r¨¦gimen semipresidencial permite al jefe del Estado utilizar sus prerrogativas para intentar promover a la mayor¨ªa, que prefiera, a condici¨®n de que los diputados o los electores tengan la ¨²ltima palabra. Se puede discutir si en Lisboa hubiera sido preferible utilizar este sistema o el previsto por Mario Soares: cuesti¨®n de oportun1dad pol¨ªtica cuya respuesta no es muy evidente. Pero lo que no se puede discutir es la legalidad ni la legitimidad de la v¨ªa escogida por el general Eanes, en el marco establecido por la Constituci¨®n portuguesa.
De todas maneras es muy ¨²til que el presidente no deje caer al vac¨ªo las prerrogativas que la Constituci¨®n le atribuye. Desarrollar desde los primeros a?os todas las virtualidades de un sistema pol¨ªtico es potenciarle para hacer mejor frente m¨¢s adelante a situaciones m¨¢s dif¨ªciles.
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