?El "no matar¨¢s", a la Constituci¨®n!
Senador por Zaragoza
Es gozoso que la Constituci¨®n proclame el derecho a la vida. Est¨¢ muy bien que, al final, y al margen de las limitaciones, vaya a quedar abolida la pena de muerte. Precioso bien es el de la vida que debe requerir, por tanto, toda nuestra atenci¨®n y nuestro cuidado. Y no han de ser peque?os los cuidados cuando, a pesar de lo que ser¨ªa deseable a la altura de los tiempos, se atenta con facilidad tan pasmosa contra el preciado bien. A pesar de los avances y progresos, a pesar de los descubrimientos de la t¨¦cnica, la vida sigue pendiente de un hilo, con el inri de que el hilo se sigue quebrando demasiadas veces en vano. Son tantas las muertes evitables que casi nos hemos insensibilizado al problema y la machacona repetici¨®n ha producido h¨¢bito. Apenas paramos mientes en la horrible cadencia. Y cuando algunos sucesos impresionan por su brutalidad, el paso de los d¨ªas y la complejidad de la vida tienden a tejer una espesa tela de olvido.
A grandes males, grandes remedios. La Constituci¨®n, que es un pacto y un programa, un contrato y un memorial, tiene por fuerza que insistir sobre aquellos temas m¨¢s necesitados, tiene que detenerse, para poner se?ales de alerta, para conjurar los peligros mayores y m¨¢s nocivos. Bien est¨¢ proclamar el derecho a la vida y dar acogida a la abolici¨®n de la pena de muerte. Pero se requiere algo m¨¢s. Ante tanta tragedia evitable hay que seguir enarbolando incensantemente el ?no matar¨¢s,? y reclamar, sin desmayo, todas las t¨¦cnicas de sensibilizaci¨®n en su defensa. Auspiciando que lleguen tiempos mejores en que no sean precisas las cautelas. Es demasiada la sangre que corre, demasiados los claveros que se autoatribuyen la administraci¨®n de la corriente de la vida. El Estado renuncia por fin al castigo de la vida y proclama la abolici¨®n. Pero la Constituci¨®n no obliga s¨®lo a jueces y a verdugos. El mandato debe ser recibido por muchas otras instancias del poder. Pero no s¨®lo ha de quedar vinculado el poder: ?los ciudadanos y los poderes p¨²blicos est¨¢n sujetos a la Constituci¨®n?, dice el art¨ªculo noveno en sus inicios. De ah¨ª la importancia de incluir el mandamiento, de lanzar a todos los vientos la consigna de que nadie, nadie, nadie, debe disponer de vidas ajenas. Demasiados cr¨ªmenes de provocadores desaprensivos, fr¨ªos, calculadores; demasiados muertos en nombre de ideas o sentimientos pol¨ªticos, demasiados disparos de servidores del Estado que nunca debieron cobrarse vidas; demasiados, brutalmente demasiados, muertos al ganar su pan, en los andamios, en las galer¨ªas, en los tajos, por imprudencia de quienes debieron vigilar y exigir, demasiados, brutalmente demasiados, por mucho que nos hayamos acostumbrado, muertos en las carreteras jalonando nuestras v¨ªas, demasiado desprecio de la vida para ganar dinero f¨¢cil. robos. secuestros, chantajes; demasiadas omisiones criminales ante las t¨¦cnicas, ante las nuevas invenciones que siguen cobr¨¢ndose, insensibles, alt¨ªsimos tributos, demasiada violencia que conlleva inexorable su tributo de sangre y que se va administrando ya en dosis precisas a los ni?os. Los pedagogos de la muerte dan clases particulares a nuestros hijos y basta con que se sienten ante la televisi¨®n para que reciban, inocentes, la cotidiana lecci¨®n de violencia y de desprecio por la vida.
Demasiada carnicer¨ªa, demasiada violencia institucionalizada, demasiada provocaci¨®n incensante insensible. Hay que saltar de las sillas. Hay que suscitar las mil transformaciones para que deje de tener justificaci¨®n la civilizaci¨®n del catafalco. En este sello que quiere ser la Constituci¨®n, en esta superaci¨®n de un per¨ªodo que se inici¨® con la muerte brutal entre hermanos, estar¨ªa muy bien grabar con letras indelebles el ?no matar¨¢s? e incluir alguna frase del tenor de la siguiente: ?Nadie atentar¨¢ contra la vida de las personas a no ser por graves y rigurosas razones de defensa?. Para no descansar hasta que los ciudadanos, todos, y los poderes p¨²blicos, todos tambi¨¦n, por activa y por pasiva, quienes manejan armas, quienes manejan ideas, quienes manejan ondas, nos aprendamos la lecci¨®n sin titubeos, con todas las exigencias que implique, y pueda, sin escarnio, hablarse del derecho a la vida.
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