Robert Coover, reinventar la f¨¢bula desde ella misma
Pocas veces, en el desafortunado momento de crisis narrativa que vivimos, podemos saludar la aparici¨®n de un libro saludablemente nuevo y sobre todo un libro que asuma esa realidad ag¨®nica del g¨¦nero y desde ella intente renovar el inter¨¦s perdido del desenga?ado lector. Es ¨¦ste el caso. Robert Coover, un escritor americano desconocido para los lectores espa?oles de hasta hoy, logra reanimar una vieja manera de contar e integrarla en la dudosa tradici¨®n de lo nuevo. Partiendo de la leyenda popular, del cuento infantil, o de la an¨¦cdota b¨ªblica otras veces, Coover reinventa un desconocido territorio en el que el narrador vuelve a ser el gu¨ªa primitivo, el pastor arbitrario de un lector que se somete a la trama inextricable de la ficci¨®n. La vanguardia posterior a Joyce se encontr¨® con el terrible dilema de proseguir con el tratamiento de escombros o revelar la impotencia ¨²ltima del creador. Ante los caminos de la ambigua raz¨®n o del cr¨ªptico juego ling¨¹¨ªstico, muy pocos han sabido hallar una forma de reasunci¨®n de poderes creativos. Robert Coover en su colecci¨®n de narraciones titulada El hurg¨®n m¨¢gico, atiza los rescoldos finales de la narraci¨®n e intenta, consciente de su responsabilidad, la fr¨ªa y despiadada resurrecci¨®n. Para ello emplea todos los medios a su disposici¨®n, pero fundamentalmente la modificaci¨®n casi infinita de posibilidades, sellando una alianza de complicidad con su hipot¨¦tico lector, al que no oculta todas las recurrentes trampas de su literatura. Contradiciendo a Borges, que dijo que la literatura consist¨ªa en hacer uso de todos los ripios sin que el lector se percate de ellos, Coover hace uso de esos ripios con desverg¨¹enza y hasta con crueldad. Desde la simple aventura de Caperucita Roja en su bosque con su abuelita y su lobo feroz, hasta la vigorosa alusi¨®n ecol¨®gica hacia una urbanizaci¨®n met¨®dica e implacable de la naturaleza, pasando por la ensordinada cr¨ªtica a la sociedad americana y a sus remedos occidentales, Coover explota todas las im¨¢genes simples, todas las f¨¢bulas colectivas, para refundirlas en su bronce deforme e inesperado. No refuta los recursos t¨ªpicos de la novela policial, ni las sobradamente conocidas sorpresas finales de las que se vanagloria todo cuentista latinoamericano tributario de Poe, tampoco rechaza los golpes bajos, casi soeces, del impresionismo excremental tan a la moda. Y siempre, como una serpiente en guardia y tridora, acech¨¢ndonos en cada rinc¨®n de la prosa: el salto er¨®tico, la fiebre instant¨¢nea y fugaz de un cuerpo en la escenograf¨ªa fant¨¢stica de una isla perdida o en la realidad abrumante de una ba?era donde tampoco el crimen, la sangre derramada, tampoco falta.Lectura apasionante, pese a que el autor se desvive en ser fr¨ªo y calculador, matem¨¢tico de sentimientos duros, que nos hermana en nuestros cl¨¢sicos (porque se empe?a en confesarnos su ilimitado amor a Cervantes e incluso alude a la inocente lechera de Samaniego), desde una perspectiva casi latinoamericana, no exenta de esa irreverencia tan propia del que conoce a la distancia libre de las taras de la veneraci¨®n.
Robert Coover
El hur¨®n m¨¢gicoSeix Barral. Biblioteca Breve. Barcelona, 1978
As¨ª, del frotar ansioso del hurg¨®n m¨¢gico, como renovada l¨¢mpara de Aladino, surgen los caprichosos personajes de Coover, las desbordadas situaciones que contradictoriamente opone en sucesiones r¨¢pidas y muchas veces conc¨¦ntricas. La violencia, el erotismo casi fisiol¨®gico, y el tratamiento siempre cambiante de la narraci¨®n, hacen de esta colecci¨®n de cuentos, un libro raro, deslumbrante, que nos hace esperar con aut¨¦ntica inquietud la traducci¨®n de sus novelas que el editor espa?ol nos referencia hasta el n¨²mero de tres, curiosidad que extendemos a las diversas piezas teatrales de las que tambi¨¦n es autor.
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