Ante el nuevo papa Albino Luciani
Catedr¨¢tico de la Universidad Pontificia de Salamanca
Cada elecci¨®n de un nuevo sucesor de los ap¨®stoles en la c¨¢tedra episcopal de Roma obliga a los cristianos a preguntarse por la especial significaci¨®n para su fe de esa persona, que ha encarnado a lo largo de los siglos una funci¨®n estrictamente religiosa, a la vez que una funci¨®n expl¨ªcitamente pol¨ªtica, cultural y social. Un c¨®nclave constituye, por tanto, un acontecimiento de trascendencia espiritual suprema en la historia de la Humanidad. Para la Iglesia puede ser un acto que decida de su vida durante decenios; para la Humanidad, una ayuda o un freno en esta trabajosa marcha hacia el sentido, hacia la verdad y hacia esa a?orada y nunca alcanzada plenitud humana.
I
Lo que m¨¢s impresiona al espectador contempor¨¢neo de la Iglesia cat¨®lica es sin duda su organizaci¨®n mundial, con un centro de coherencia en Roma y con un s¨ªmbolo personal expresivo en la persona del Papa. Visto, sin embargo, en una perspectiva creyente hay que afirmar que lo decisivo es la responsabilidad y autoridad que el Papa tiene para velar por la unidad dentro del colegio episcopal, para significar y generar la comuni¨®n entre las diversas comunidades eclesiales, para alimentar y ensanchar la fe de todos los cat¨®licos y, finalmente, para decidir en todas aquellas cuestiones de fe y costumbres, cuando ¨¦stas afectan al coraz¨®n del Evangelio, y de cuyo esclarecimiento o no dilucidaci¨®n se seguir¨ªa un grave peligro para la existencia cristiana de todos.
Al circunscribir as¨ª la misi¨®n del obispo de Roma dentro de la Iglesia no hemos considerado como necesaria ninguna forma concreta de gobierno, ni menos una configuraci¨®n cultural determinada de ese pontificado. As¨ª, por ejemplo, dir¨ªamos que esta autoridad puede revestir formas muy diversas y que no son sagradas las que ha ido adquiriendo a lo largo de los siglos. En este sentido la concentraci¨®n absoluta de autoridad, que ha estado vigente en decenios anteriores, no tiene por qu¨¦ perdurar en esa misma forma; la relaci¨®n de las iglesias locales entre s¨ª, y con el centro de la unidad, puede tener otras v¨ªas m¨¢s expresivas y eficaces; la propia elecci¨®n del Papa puede hacerse por otros cauces, que quiz¨¢ pongan mejor de manifiesto su car¨¢cter de signo eficiente de aquella unidad que Cristo dej¨® a su Iglesia, como invitaci¨®n y anticipo de la unidad fraterna a que est¨¢ convocada toda la Humanidad.
Por supuesto, todav¨ªa m¨¢s lejos del aspecto de la fe est¨¢ el problema de la configuraci¨®n concreta del ejercicio de esa autoridad, que no puede orientarse a la luz de esquemas pol¨ªticos de gobierno, aun cuando deba acompasarse a aquellas situaciones de madurez, de personalizaci¨®n y protagonismo humano que cada vez se revelan como m¨¢s adaptadas a la libertad y dignidad personal de los hombres. La Iglesia no puede reconocer a ning¨²n ejercicio concreto de la autoridad pol¨ªtica como modelo v¨¢lido para repensar la naturaleza de su autoridad y el ejercicio correspondiente, porque no hay ninguna realidad en el mundo que en s¨ª misma sea equivalente a la realidad ?iglesia?; que si externamente aparece como cualquier otra agrupaci¨®n de hombres, se comprende a s¨ª misma como el resultado de la convocaci¨®n que una vez hizo Jes¨²s de Nazaret y, sobre todo, como resultado de la permanente convocaci¨®n, que sigue haciendo el Esp¨ªritu de Jes¨²s a lo largo de los siglos mediante los dones de la fe, la esperanza y el amor, a fin de que los hombres no se agosten en su desesperanzadora finitud, ni se odien al considerar al pr¨®jimo como l¨ªmite de la propia libertad y por ello como anticipo del infierno, ni se excluyan de la comuni¨®n entre s¨ª, sino que se vivan en hombres verdaderos, es decir, como hijos del Dios verdadero.
II
La elecci¨®n del cardenal Albino Luciani para suceder a Pablo VI es la primera que tiene lugar despu¨¦s del Concilio Vaticano II. Este Pont¨ªfice tiene delante de s¨ª como primera tarea reconfigurar la imagen y la realidad del pontificado a la comprehensi¨®n conciliar de la Iglesia: es decir, una Iglesia m¨¢s concorde con su naturaleza de pueblo de Dios, de comunidad de fe y de misi¨®n en el mundo, sustituyendo las viejas im¨¢genes de una Iglesia cat¨®lica piramidal, con los fieles en la base, con los obispos y papas en la ,c¨²spide. Hay funciones y hay autoridad en la Iglesia que por voluntad de Cristo, nos anuncian el Evangelio, nos celebran los sacramentos y nos alimentan la esperanza. Pero esas funciones y autoridad est¨¢n todas al servicio del ¨²nico Evangelio, de la ¨²nica fe y de la edificaci¨®n de todos. Esas funciones son m¨²ltiples y convergentes.
Por ello considero una actitud preconciliar la de aquellos creyentes, fieles de andar a pie o te¨®logos de alto coturno, que a?oran y demandan para suceder a Pablo VI una figura absolutamente genial por su capacidad intelectual, instinto hist¨®rico y actitudes evang¨¦licas. Una figura as¨ª no se puede encarnar en ning¨²n hombre; y bajo esas esperanzas condicionantes nadie puede aceptar una elecci¨®n. Y, sobre todo, si alguien piensa en su entra?a que la bondad o maldad de un Papa le libera de sus propr¨ªsimas responsabilidades, ¨¦se ha dejado de creer en lo ¨²nico que se puede y debe creer en este mundo: en el Dios y Padre de nuestro se?or Jesucri sto.
En el fondo sigue operando la vieja idea seg¨²n la cual la medida de la Iglesia cat¨®lica viene dada por la altura intelectual, el prestigio pol¨ªtico y el comportamiento mayest¨¢tico del papa que est¨¢ a su cabeza. La serie de personalidades pont¨ªficas de este siglo, desde P¨ªo XI a Pablo VI, son un don de Dios a la Iglesia y a la Humanidad, a la vez que un peligro. Alumbran y deslumbran demasiado. Orientan con su palabra y acci¨®n, pero, desencadenan una l¨®gica de la inhibici¨®n y del traspaso de responsabilidades, como si en la Iglesia cat¨®lica todo comenzase a depotenciarse, proyectando opciones y decisiones pen¨²ltimas hacia la c¨²spide de la pir¨¢mide, quedando un gravisimo vac¨ªo de arriesgos intermedios y de batallas pen¨²ltimas, que cada cristiano, cada obispo y cada comunidad local deben dar por s¨ª mismos, desde si mismos y hasta los l¨ªmites de s¨ª mismos.
Esto no significa ruptura de la comuni¨®n o aislamiento, sino justamente lo, contrario: una creatividad solidaria, una responsabilidad propia y hasta el fondo de lo que es com¨²n a todos. Sin esta creatividad personal e intransferible de creyentes individuales, de sacerdotes, de obispos, de grupos de cristianos, de iglesias locales, la Iglesia cat¨®lica ser¨ªa la agregaci¨®n de vac¨ªos acumulados y de esperanzas desplazadas hacia un sujeto que, mitificado en la cumbre, nunca podr¨¢ responder adecuadamente a todas las esperanzas y deseos que se proyectan sobre ¨¦l.
III
Hay que descentralizar las responsabilidades en la Iglesia. Hay que ?descentralizar la esperanza? y proyectarla sobre todos los creyentes, instituciones y comunidades. Hay que devolver al Papa la normal responsabilidad y esperar de ¨¦l no que sea un genio y ni siquiera un santo -todos debemos serlo-, sino un creyente como todos, un fiel servidor de la fe de todos, un confiado testigo de Aquel que es el ¨²nico pastor que apacienta vida eterna, el Se?or, Jes¨²s, gu¨ªa para todos y para todos suerte buena. Yo no anhelo un Papa genial; prefiero un Papa sencillamente bueno y l¨²cidamente creyente, que en su pobreza y transparencia me deje ver a Aquel a quien representa, me remita a Aquel de quien es altavoz. A los genios y a los h¨¦roes yo ir¨¦ a buscarlos en otros campos. En la Iglesia yo busco la persona vivienda de Aquel que es el Hijo de Dios, la sanadora presencia del Absoluto en la historia, el Amor que reconcilia, el Futuro que permite vivir con esperanza en este mundo y la Fuerza que me haga capaz de no desesperar en mi pobrez y deponer mi orgullo para poder amar y dejarme amar por mis hermanos los hombres, en medio de todo y a pesar de todo.
Ese Papa humilde, creyente y esperanzado que yo anhelo para la Iglesia, nada tiene que ver con papa simple; ni est¨¢ garantizado por el hecho de no ser un intelectual de profesi¨®n, venir de la acci¨®n pastoral directa o haber sido p¨¢rroco. Porque ni se puede pensar la Iglesia cat¨®lica con las categor¨ªas de una ?parroquia? de grandes extensiones, ni es la ingenuidad la que hace posible la fe y la esperanza. Esa sencillez que yo anhelo es la de la ?bienaventuranzas evang¨¦licas?, que es resultado de una l¨²cida perspicacia, de una purificaci¨®n del esp¨ªritu, de un acogimiento humilde y objetivo de la realidad, de un amor que nos hace,olvidarnos, pero que sobre todo es fruto de la presencia sanadora y luminosa de Dios en el coraz¨®n. La imagen infantilizante e ingenua, que a veces se ha hecho de Juan XXIII, me es radicalmente contraria, porque es hist¨®ricamente falsa. Esa imagen es el equivalente depotenciado e ins¨ªpido de lo que muchas creaciones est¨¢n haciendo, por ejemplo, con San Francisco de As¨ªs, edulcorado estupefaciente para aligerar tedios bur,gueses. ?De ¨¦l, que fue llama ardiente y pasi¨®n que todav¨ªa no cesa!
Por eso tampoco me siento feliz al rememorar en este contexto la imagen de San P¨ªo X. Yo espero que la Iglesia cat¨®lica haya entrado de una vez para siempre en la modernidad y que mantenga el valor de confrontarse con el pensamiento, la creatividad y las esperanzas ut¨®picas, aun cuando muchas veces tenga que permanecer enhiesta y vivir de una verdad que es despreciada y humillada. Encuentro y di¨¢logo en profundidad, aceptaci¨®n humilde del pr¨®jimo y serena aportaci¨®n a todos los hombres de la fe, caridad y esperanza en Cristo como valores espec¨ªficos, amados cordialmente y fielmente servidos. Por ah¨ª deber¨ªan ir los caminos de la Iglesia actual. Caminos dif¨ªciles, porque es la historia un bosque nunca del todo transitado y siempre sorprendente; pero caminos necesarios para subir a las cumbres. ?Y las cumbres tambi¨¦n nos son necesarias!
IV
La Iglesia tiene de Dios el Papa que necesita y debe acogerlo como un don; pero no menos tiene el Papa que ella hace posible y hace necesario. Con el nuevo Papa no hay que tener la mirada s¨®lo fija en Roma; tampoco, por el contrario, fija en el ombligo de la propia Iglesia local. La mirada hay que tenerla s¨®lo clavada en el coraz¨®n de Cristo y el coraz¨®n del mundo. Un creyente siempre pone sus ojos en Aquel, que es el pionero y consumador de la fe. Y desde ¨¦l a todos y a todo mira con fe y con esperanza: tambi¨¦n la elecci¨®n, tambi¨¦n la futura acci¨®n del nuevo Papa, aun cuando se cumpliera el viejo presagio agorero: ?Albinus nigrum induxt Quien era blanco se nos volvi¨® negro.?
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