Lorca, todo Lorca en una obra
La dif¨ªcil, delicada y tard¨ªa inserci¨®n de la obra de Federico Garc¨ªa Lorca en el esquema de nuestro teatro contempor¨¢neo llega ahora a su culminaci¨®n y casi cerramiento con el estreno, a los cuarenta y siete a?os de su escritura, de As¨ª que pasen cinco a?os. Esta enormidad no supone s¨®lo -como en el caso de Valle- un despilfarro de hallazgos y posibilidades o una manifestaci¨®n m¨¢s de tantas desatenciones eternas y tantos cerriles: desdenes hacia cualquier creaci¨®n art¨ªstica que no sea o parezca muy conformista; significa, tambi¨¦n, que ahora debemos conocer, desentra?ar y valorar un trabajo fuera de su contexto, fuera de su ¨¦poca y lejos, incluso, de los m¨¢s naturales y directos esclarecimientos.Digo esto porque se trata de una propuesta teatral incitante y hermos¨ªsima, de un Lorca integral, de un diluvio de ideas, im¨¢genes, palabras y aun juegos puros un extraordinario texto, un enigm¨¢tico subtexto, un apasionado desaf¨ªo al espectador y, en fin, una creaci¨®n tan rica y compleja que su aproximaci¨®n es, sin duda alguna, dif¨ªcil. No s¨®lo por el p¨¦simo mantenimiento general de las actitudes de alerta y reflexi¨®n, de complicidad y de trabajo, que todo el gran teatro necesita y espera de los espectadores, sino, adem¨¢s, porque es preciso redoblar ese deseable estado de alerta si se quieren percibir los violentos reflejos de un texto tan complejo como gratificante.
As¨ª que pasen cinco a?os, de Federico Garc¨ªa Lorca, por el TEC
Direcci¨®n: Miguel Narros. Escenografia y vestuario: Jos¨¦ Hern¨¢ndez. Iluminaci¨®n: Francis Maniglia. Principales int¨¦rpretes: Esperanza Roy, Mar¨ªa Luisa San Jos¨¦, Bego?a Valle, Claudia Gravi, Isabel Garc¨ªa Lorca, Guillermo Mar¨ªn, Manuel Angel Egea, Carlos Hip¨®lito y el equipo TEI. En el teatro Eslava.
As¨ª que pasen cinco anos es un luminos¨ªsimo e instant¨¢neo rel¨¢mpago que incendia la existencia entera de un personaje, ?El Joven?, cuya mente pone en veloz combusti¨®n la globalidad de su vida: acontecimientos reales, fugas imaginativas, maravillas inexpresadas, contradicciones admitidas, misterios, iron¨ªas, alegr¨ªas fugaces, inquietantes avisos. Todo. Un todo que se precipita en un instante mezclando lo deseado con lo conseguido, lo claro con lo oscuro, y lo dulce con lo amargo, en una fant¨¢stica amalgama de animales, personas, datos naturales, notas de enso?aci¨®n e imaginer¨ªa po¨¦tica. Estos materiales, que ni el protagonista puede desentra?ar, ni nadie puede trasladar a una ordenaci¨®n l¨®gica porque se evaporar¨ªan, aplastan al luchador que s¨®lo aspira a lograr, al menos, una puerta de salida ideal.
El asidero puede ser el conjunto de presagios que se encierran en cinco a?os de biograf¨ªa adivinada. Pero la terrible certidumbre de la exactitud de los anuncios convierte esa te¨®rica salida en una amplificaci¨®n de la angustia. La tragedia no es s¨®lo la ?del tiempo? o la de ?la adivinanza?. Es, tambi¨¦n, la simbolizaci¨®n l¨ªrica, on¨ªrica, surrealista, de la gran fatiga del ser humano ante un mundo brutal, mortificante e inconexo. Mundo, pues, inconexo y no obra inconexa. El caos no est¨¢ en As¨ª que pasen cinco a?os. El caos est¨¢ en nosotros.
Lorca transpone este caos al escenario a trav¨¦s de un complicado e imaginativo entresijo de s¨ªmbolos que afectan y se incrustan, por igual, en la estructura dram¨¢tica, general, deliberadamente ?il¨®gica?, en el esquema interno de todas y aun cada una de las situaciones, en los datos descriptivos de los personajes, en la mec¨¢nica dispositiva de los tiempos y lugares de la acci¨®n, en los materiales escenogr¨¢ficos y, naturalmente, en el lenguaje, en prosa y en verso, tan ambiguo para la contemplaci¨®n de los naturalistas comodones como incitante y mayor para quienes reciben el lenguaje po¨¦tico como un instrumento m¨¢s de esclarecimiento y, sobre todo, como una aspiraci¨®n a la libertad.
Es probable, posible -y debe, por tanto, decirse- que muchos de esos signos pertenecen a un c¨®digo tan personal -no s¨®lo ?surrealista?, sino indudablemente ?surrealista lorquiano?- que su desciframiento es y seguir¨¢ siendo imposible. No andan del todo desacertados, en ese sentido, quienes entienden As¨ª que pasen cinco a?os como un inequ¨ªvoco mon¨®logo en que ?El Joven? ve y observa la corporeizaci¨®n de sus pensamientos, de sus reflexiones personales, de sus claros u oscuros deseos. Podr¨ªa ser as¨ª aunque habr¨ªa de admitirse entonces un especial plano dram¨¢tico en que el propio Lorca confrontar¨ªa tal mon¨®logo con los misterios de la muerte y la poes¨ªa. La obra est¨¢ escrita entre 1929 y 1931, pero fue muy profundamente reestructurada en 1936, lo que parece indicar que todos o casi todos los grandes soportes del pensamiento general lorquiano reforzaron, en un momento u otro, la sofocada gestaci¨®n del texto.
Dos de estos pilares son muy visibles: la muerte, como destrucci¨®n, y la poes¨ªa, en contrapunto, como creaci¨®n y vida. Dado que el rel¨¢mpago en que se concentran los famosos cinco a?os mezcla continuamente los tiempos, el choque entre las esperanzas y las desilusiones es constante y, en definitiva, catastr6fico. Como ?El Joven? y como ?El Viejo?, el protagonista tiene conciencia clara de esa fatalidad porque para eso les atribuye el autor un car¨¢cter culto. Y, en el caso del joven, una declarada condici¨®n de poeta. Lo cual nos devuelve, definitivamente, a la postulaci¨®n del autor: el mundo es un caos y su relativa comprensi¨®n no es posible por v¨ªa racional.
Es lo que ha hecho el TEC, Teatro Estable Castellano, en su an¨¢lisis de la obra. Un montaje, una dramaturgia, una interpretaci¨®n que constituyen rigurosos y brillantes actos de creaci¨®n de una delicada y hermos¨ªsima po¨¦tica teatral. As¨ª que una deslumbradora cadena de im¨¢genes se precipita desde el escenario a la sala en un impresionante ejercicio de creatividad. La m¨²sica, creando un fondo sonoro glosador de los aires populares lorquianos reinstrumentados muy bellamente; la escenograf¨ªa, de una plasticidad que corporeiza sin fallos todas las im¨¢genes; los contraluces y los misterios de una iluminaci¨®n igualmente muy pl¨¢stica; la direcci¨®n de Miguel Narros, que ?escribe? sobre el escenario toda una lectura del texto tan fiel como libre y tan t¨¦cnica como seductora; la interpretaci¨®n, que constituye una verdadera batalla de fugas desde el descartado naturalismo a la dif¨ªcil versi¨®n surreal no s¨®lo de las voces sino de los movimientos todos. Y as¨ª, el trabajo de Esperanza Roy, que asume intelectualmente las peticiones de su texto y las devuelve con aparente sencillez org¨¢nica; as¨ª el encanto, la seguridad, la precisi¨®n de Mar¨ªa Luisa San Jos¨¦, as¨ª la fortaleza de Bego?a Valle, la quebrada dramaticidad de Claudia Gravi o la transparencia, de Isabel Garc¨ªa Lorca, y as¨ª la impresionante solidez de Guillermo Mar¨ªn, el anal¨ªtico y profundo trabajo de Manuel Angel Egea o la fresca alegr¨ªa y ternura de Carlos Hip¨®lito. Evidentemente, adem¨¢s del talento, horas, muchas horas de trabajo, de laboratorio, de comunidad de an¨¢lisis, de integraci¨®n de los equipos, de domesticaci¨®n de las inspiraciones.
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