Constituci¨®n entre dos papas
El espacio entre dos pont¨ªfices muertos marca un tiempo fantasmal, de claustro rom¨¢nico, a los trabajos constitucionales. Ya van dos papas y nuestra Constituci¨®n sin barrer. Pero la muerte repentina del ¨²ltimo ha impresionado definitivamente a los senadores, que tal vez han decidido aligerar la marcha con la obsesi¨®n de que la profec¨ªa de Malaqu¨ªas no los coja aqu¨ª dentro mientras habla Ollero. El debate hace tiempo que tambi¨¦n ha muerto. Lo que aqu¨ª se dice y se gesticula son s¨®lo comentarios al texto, glosas esculpidas en el aire, una forma de hilar un libro de las horas en las gr¨¢das del monolito.En las cinco sesiones del Pleno constitucional el Senado se ha puesto en pie tres veces para dar el p¨¦same. Una verdadera especialidad de la casa. Guardias asesinados, ferroviarios accidentados, papas llamados urgentemente al cielo. Ayer tambi¨¦n se realiz¨® una cuarta despedida funeral dedicada entre l¨¢grimas de cocodrilo a los senadores reales. En un ambiente de postrimer¨ªa pontifical, grandes brocados de humedad yerta que bajan a la cripta, los senadores reales fueron elogiados con un tono de postres de banquetillo democr¨¢tico. El art¨ªculo 68 de la Constituci¨®n establece el principio de identidad, la duda filos¨®fica que ha hecho naufragar a los senadores reales en el botell¨®n del consenso.
Hab¨ªa en la sala una especie de rebeld¨ªa aplacada por esas palmadas en la espalda con que se agradecen los servicios prestados. Primero hab¨ªa llegado el comunista Mateo Navarro para decir con toda la barba que este Senado es una fantasmagor¨ªa. Pero el socialista L¨®pez Pina, desde la casamata del consenso, sacando el folio por la aspillera, contest¨® que el Senado es la clave de la b¨®veda de la Monarqu¨ªa parlamentaria. As¨ª de bonito. De est¨¢ forma, entre la parafina pol¨ªtica, el autobombo y la lucidez que precede al harakiri, se ha pasado media tarde en un soplo. Por un lado estaban Audet, Pere Portabella y Zabala, elaborando un suspiro territorial, y por otro, Mart¨ªn Retortillo y Jim¨¦nez Blanco defend¨ªan la partitura sin salirse del pentagrama, cuando en esto entr¨® en acci¨®n el senador Ollero, el rayo que no cesa, que habla siempre como si tuviera, un g¨¹isqui en la mano para adornarse con cintas literarias la propia defunci¨®n. Primero solt¨® la parrafada del r¨¦quiem, se vaci¨® el interior y despu¨¦s retir¨® la enmienda.
Muerto el Papa y confeccionado el propio miserere por Ollero, el Pleno constitucional ha enfilado la bajada y las enmiendas prendidas de los votos particulares iban cayendo como confetis sobre la caravana. De cuando en cuando a¨²n suspira y se levanta Satr¨²stegui, formula cualquier vano ideal y termina su perorata en el vac¨ªo con una s¨²plica lastimera para que alguien conteste a sus palabras. Pero enfrente hay un silencio s¨®lido, un granito de Colmenar.
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