El huevo del juicio

Sentaditos en nuestro sill¨®n tapizado de peluche, cada uno en el suyo y Dios en el de todos, los hu¨¦spedes del Senado o padres de la patria, componiendo nuestro gesto m¨¢s ecu¨¢nime y convencional, ponemos cara de que nos va a salir de un momento a otro el huevo del juicio; no es probable, se?ora, bien lo s¨¦ y tampoco es preciso que me lo recuerde, pero cosas tan raras y a¨²n m¨¢s raras se han visto y adem¨¢s, ?el gesto, qu¨¦? ?Es que el gesto no cuenta?Cuando me sali¨® la muela del juicio, trance que ninguno de mis deudos y allegados supuso que pudiera acaecer jam¨¢s, en mi pueblo hubo grandes y muy vistosos festejos, costeados todos por mi at¨®nita familia: cuca?as, carreras de sacos, pruebas de nataci¨®n, concursos de baile (suelto y agarrado), cohetes, regocijo popular, etc¨¦tera. Mi abuela, que siempre me distingui¨® tanto con su paciencia como con su cari?o, hab¨ªa dejado una manda para celebrar el insospechado acaecimiento, si llegaba a producirse, y a expensas de la finada y de su p¨®stuma voluntad se mand¨® servir un t¨¦ con pastas a las autoridades y cantar un Te Deum para el pueblo. ?Qu¨¦ no hubiera testado mi abuela, con lo que me quer¨ªa, de haber supuesto el hermoso trance del no imposible huevo del juicio?