La palabra precisa

Los constitucionalistas, entre los que ahora me vengo moviendo y de quienes .aprendo muy rara ciencia, suelen dar mucho valor a la palabra y cuidan de que sea vaga o precisa, ambigua o inequ¨ªvoca, inmediata o lejana, etc¨¦tera, seg¨²n convenga a los fines en cada instante perseguidos. Yo creo que hacen bien porque las cosas conviene dejarlas atadas y bien atadas (?y a m¨ª que me suena ¨¦sto que acabo, de decir?).Las palabras son como truchas gimn¨¢sticas y vigorosas, igual que corzos veloc¨ªsimos, panteras ¨¢giles o ¨¢guilas feroces y altaneras; con las palabras debe procederse siempre con sumo cuidado, ya que sus desmanes pueden acarrear cat¨¢strofes o lagunas y desprop¨®sitos en el pensamiento y en la acci¨®n. Los constitucionalistas ,aciertan al tratar de amarrarlas sin miramientos, porque las palabras, por lo com¨²n, no suelen ser bestezuelas de fiar, sino t¨ªteres zascandiles e irresponsables.

Hace algunos a?os, tres o cuatro, tampoco m¨¢s, me sacudieron estopa porque se me escap¨® un plural donde debiera haber funcionado un singular. La cosa fue bien sencilla. Me encontr¨¦ con un caballero remilgoso, si bien peg¨®n a lo que se puede colegir y, al despedirme, le dije sin querer y gast¨¢ndome una s de m¨¢s:

-Dele usted recuerdos a su se?ora de mis partes.

?Qu¨¦ horror, qu¨¦ mal le pareci¨®!