La "andanada del 8"
Nadie invent¨® la andanada del 8 y no se form¨® en un d¨ªa; ni siquiera en una temporada. Ni en muchas. Los aficionados andanadistas que hab¨ªa en aquella localidad a principios de la d¨¦cada de los a?os setenta, eran pr¨¢cticamente los mismos que mediada la de los cincuenta, con alg¨²n refuerzo de nuevas generaciones. Su esp¨ªritu no hab¨ªa variado en absoluto. Eran aficionados a la fiesta, que disfrutaban con el toro limpio y aut¨¦ntico, y con la lidia bien hecha; que se entusiasmaban con la bravura de la res con la t¨¦cnica del torero, cuando aqu¨¦lla era depurada; que con el arte enloquec¨ªan. Y, en sentido contrario, permanec¨ªan vigilantes en su guerra particular contra el fraude, para el que se encend¨ªan en indignadas intransigencias, las cuales -era lo usual quedaban ahogadas por el griter¨ªo de una masa que todo lo entend¨ªa al rev¨¦s. Particularmente, en la d¨¦cada de los sesenta, la fiesta (con ella las Ventas) estaba as¨ª.Pero en estos ¨²ltimos a?os todo ha ido muy r¨¢pido. El protagonismo brillante que la raz¨®n lleg¨® a dar a la andanada del 8, la dot¨® de refuerzos, no todos con calidad de aficionados verdaderos. Como all¨ª no est¨¢ reservado el derecho de admisi¨®n, los vociferantes se sentaron junto a los andanadistas verdaderos, y desde el resto de la plaza ya todos parecen uno. A otros aficionados ejemplares que hay en el coso, no digamos a los de la propia andanada, se les llevan los demonios cuando se producen los gritos extempor¨¢neos, unas veces desmedidos y otras equivocados. Aquel foco de afici¨®n pura que tanto hizo por la restauraci¨®n hacia la seriedad de la fiesta de toros en Madrid, tiene ahora el grave riesgo de perder sus valores originarios, con lo cual se desvirtuar¨¢ y posiblemente se desintegrar¨¢.
La m¨¢s reciente noticia sobre la andanada es, por a?adidura, que va a convertirse en pe?a, convenientemente legalizada. Posiblemente supondr¨¢ un bien para la fiesta, pues habr¨¢ a partir de su entrada en funciones una unificaci¨®n de criterios, pero tambi¨¦n existe el peligro de que, tiempo adelante, tal unificaci¨®n degenere en consigna y manipulaci¨®n.
Junto a la base de afici¨®n y conocimientos profundos sobre la lidia, la gracia de la andanada del 8 era su espontaneidad. Poco a poco se agruparon all¨ª aficionados que anteriormente hab¨ªan venido presenciando las corridas por cualquier lugar de la plaza, como islitas en medio de una masa indocta y tan vociferante como lo es hoy la andanada, y se sintieron a gusto pues encontraban una identificaci¨®n de criterios y pod¨ªan hablar el mismo lenguaje.
Cuando la andanada se incendi¨®, Livinio Stuick, que era entonces gerente de la empresa, tuvo el detalle de respetar los abonos de aquellas localidades facilitando a sus poseedores lugares similares en la grada. Desde all¨ª, sus voces se o¨ªan m¨¢s y los de la andanada convertida en grada empezaron a ser populares. A la temporada siguiente, reconstruidos en cemento los asientos de madera que destruyeron las llamas, los andanadistas volvieron a su sitio, y en el reencuentro ya formaban bloque.
Al acabar la corrida cada uno se iba por su lado. Esta era otra peculiaridad. Algunos hicieron amistad, despu¨¦s de tantos a?os, pero eran los menos. Y a la mayor confraternizaci¨®n que llegaban fuera de la plaza era, al acabar la corrida, a tomarse juntos unas cervezas en un bar de la calle de Alcal¨¢. Recuerdo, por ejemplo, el grupito que formaban el coronel Echalecu; Angel L¨®pez, contable (ambos ya han fallecido); Cela Calv¨ªn, secretaria; Luis Mart¨ªnez Morcillo, abogado y funcionario del Estado; Juan Parra, carpintero encofrador, que es el m¨¢s antiguo andanadista, y una verdadera instituci¨®n, al que conocen por Juanito; Rafael, el m¨¢s joven de todos all¨¢ por los a?os sesenta, estudiante, el cual era un prodigio de afici¨®n y conocimientos; Valderrama, empleado, quiz¨¢ el de m¨¢s edad despu¨¦s de Echalecu. Hoy, ya jubilado, recorre todas las ferias y en todas lo encuentro. En esta temporada ha visto m¨¢s del centenar de corridas.
La tertulia duraba una horita escasa, se hablaba s¨®lo de toros, alguno ensayaba lo de cargar la suerte, o lo de la estocada recibiendo para refrescar conocimientos; y ya no volv¨ªan a verse hasta el domingo siguiente.
Con estos supuestos, la andanada del 8 funcion¨® de maravilla e hizo un gran servicio a la fiesta. Si ahora, solemnizada y legalizada, se convierte en grupo de presi¨®n pero sin el esp¨ªritu que alent¨® su nacimiento y desarrollo, va a ser una pena. De cualquier forma, ser¨¢ lo que los pe?istas quieran que sea; y ojal¨¢ tengan verdadera afici¨®n.
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