Puntualizaciones sobre las relaciones de Franco y Hitler durante la segunda guerra mundial
Hay que presumir, con presunci¨®n juris tantum, como decimos los juristas, la buena fe en quienes escriben sobre temas importantes con el prop¨®sito de hacer historia. Para llevar a cabo con el debido rigor esta tarea hay que pensar que los hechos son su material propio; los hechos hist¨®ricos en su descarnada y fr¨ªa realidad, los hechos tal como son y se producen. Los hechos son brutales, dec¨ªa Castelar, que, adem¨¢s del orador de elocuencia extraordinaria que todo el mundo conoce, era historiador con una muy s¨®lida formaci¨®n cultural producto de muchas lecturas bien seleccionadas y meditadas.Ahora bien, las fuentes de donde se extraen los hechos que se utilicen no pueden ser s¨®lo los documentos m¨¢s o menos aut¨¦nticos. La historia llamada de los textos, que durante mucho tiempo estuvo en boga, est¨¢ hoy considerada como insuficiente, porque el texto puede ser dudoso -y lo es con frecuencia- ya en su realidad, ya en su certeza y fidelidad. Por eso al ?texto? hay que a?adir otros factores; al ?documento? hay que incorporar el ?monumento?, entendido ¨¦ste no s¨®lo en su significado vulgar y m¨¢s inmediato, sino en la acepci¨®n de todo dato, objeto o testimonio, de utilidad para la historia.
As¨ª entendidas las cosas, a quien trabaja con seriedad no puede molestar el af¨¢n leg¨ªtimo de puntualizaci¨®n, de aclaraci¨®n y aun de rectificaci¨®n, tan pronto como se adviertan dudas, lagunas o errores.
Claro es que a los que s¨®lo se proponen realizar un servicio con designios interesados o para dar satisfacci¨®n a odios y pasiones, como tambi¨¦n a las personas de mente perezosa que reciben sin depurar informaciones y deformaciones propagand¨ªsticas, sin tomarse la molestia de un an¨¢lisis racional, es in¨²til tratar de corregirlos en sus opiniones o actitudes: persistir¨¢n en su error -interesado o perezoso- y acaso gustosamente alimentado, y aun se mostrar¨¢n recelosos de que pueda alguien descubrir sus guaridas.
Hitler s¨ª pidi¨® a Franco colaboraci¨®n
No es este el caso de los art¨ªculos de Marquina, en los que hay laboriosidad en la b¨²squeda de datos y documentos; pero incurre sin embargo en errores y confusiones que quiero resaltar como aportaci¨®n a la verdad hist¨®rica. As¨ª, al hablar de la entrevista Franco-Hitler en Hendaya, dice el articulista que
?Hitler no pidi¨® a Franco entrar en guerra, en Hendaya. Que HitIer se limit¨® a repetir sus ideas sobre el inminente aniquilamiento de Inglaterra, sobre Gibraltar, Marruecos y Canarias?. Y eso no es as¨ª. Soy testigo presencial, como asistente a aquella conferencia, de que fue todo lo contrario: Hitler le pidi¨® a Franco la colaboraci¨®n en la guerra empezando por el ataque a Gibraltar, y prueba de ello es que llevaba preparado un documento -un protocolo- para que Espa?a se adhiriera al Pacto Tripartito (pacto de alianza militar entre Alemania, Italia y Jap¨®n), pasando a la acci¨®n en el momento en que las conveniencias o la marcha de la guerra, apreciadas por ¨¦l, lo exigieran. Fue as¨ª y no pod¨ªa ser de otra manera, pues para Hitler y sus mariscales Gibraltar era el tema principal.
El mariscal Keitel dijo melanc¨®licamente ?que la historia hubiera sido diferente si nosotros hubi¨¦ramos tomado Gibraltar?. Tanto interesaba entonces al F¨¹hrer la posesi¨®n de Gibraltar que hay un testimonio suyo -documento C 134 de Nuremberg- en el que se dice: ?Para la toma de Gibraltar nosotros hab¨ªamos hecho tales preparativos, que ten¨ªamos la certeza del ¨¦xito. Y una vez en posesi¨®n de la plaza habr¨ªamos.estado en condiciones de instalarnos en ?frica con fuerzas importantes y de poner as¨ª fin al chantaje de Weygand? -el general franc¨¦s-, y a?ade: ?Si Italia puede a¨²n decidir a Franco a entrar en la guerra, esto representar¨¢ un gran ¨¦xito.?
Y aparte del proceso verbal recogido en aquel documento a que nos estamos refiriendo, existe la carta que Hitler dirige a Mussolini dici¨¦ndole: ?Si vos, aprovechando vuestras relaciones personales con Franco, pod¨¦is obtener que ¨¦ste modifique su punto de vista, habr¨ªais rendido un inmenso servicio a nuestra coalici¨®n. ? (?Qu¨¦ importancia se puede dar frente a esa realidad a papeles y manifestaciones ocasionales y secundarias sin valor?)
La negativa de Franco a que se realizara esta operaci¨®n tuvo enormes consecuencias sobre el desarrollo ulterior de los acontecimientos. Ya estaba pr¨®ximo a su fin el a?o 1940 cuando el proyecto de atacar a Rusia no estaba todav¨ªa en la cabeza de Hitler, y fue preci.samente el fracaso de su plan de ataque a Gibraltar el que le hizo volverse hacia el Este y, con ello, como han se?alado autorizados estudiosos del problema, se incubaba el desastre alem¨¢n en Rusia y el desembarco angloamericano en Africa.
Hitler pidi¨® a Franco su participaci¨®n en la guerra y Franco no acept¨® porque no le ofrec¨ªan compensaciones de inter¨¦s nacional suficiente y, adem¨¢s, porque en aquellas fechas, aunque Franco creyera -como cre¨ªa- en la victor¨ªa alemana, estaba ya convencido de que la guerra iba a ser larga, y no quer¨ªa por ello tomar ning¨²n compromiso inmediato de participaci¨®n en la contienda. Y fue precisamente all¨ª, en Hendaya, donde se afirm¨® en Franco esta convicci¨®n cuando, de un modo que parec¨ªa puramente incidental, pero con toda intenci¨®n, pregunio al F¨¹lirer por la batalla sobre Inglaterra y expuso su extra?eza de que no se librara, escuchando de Hitler, a este respecto, s¨®lo palabras vagas -?en cuanto mejore el tiempo ser¨¢ aniquilada?-, en las que se apreciaba un tono propagand¨ªstico y falto de sinceridad.
La verdad es que Franco no crey¨® nunca en que aquella batalla sobre Gran Breta?a llegara; y si lo mismo que a ¨¦l nos parec¨ªa a los profanos, dir¨¦, sin embargo, que hombre tan inteligente y competente como el gran almirante Raeder, persona, adem¨¢s, simp¨¢tica y bien educada, me manifest¨® entonces, en conversaci¨®n privada conmigo, y luego p¨²blicamente tambi¨¦n lo hizo, que, a su juicio, la operaci¨®n era posible y deb¨ªa de llevarse a cabo cuanto antes.
Ni presiones ni malos modos
Terminar¨¦ este punto diciendo que es saludable comprobar c¨®mo Marquina consigna, frente a tanto disparate que se.ha escrito en relaci¨®n con este tema, el hecho cierto de que no hubo presiones. As¨ª fue; no hubo presiones ni malos modos ni all¨ª, en Hendaya, ni luego durante nuestras conversaciones -pat¨¦ticas- en el Berghof, pero tambi¨¦n es cierto que HitIer dio comienzo a su exposici¨®n diciendo que ten¨ªa a su disposici¨®n doscientas divisiones, que era el due?o de Europa y que hab¨ªa que obedecer. (Palabras que recojo en mi ultimo libro no s¨®lo -en base de mis recuerdos, que dif¨ªcilmente se apagar¨¢n en mi memoria, sino, tambi¨¦n, por las notas que me entreg¨® firmadas -y que conservo- el bar¨®n de las Torres, que fue con Franco y conmigo el ¨²nico espa?ol que estuvo all¨ª presente, como por la parte alemana no estuvieron m¨¢s que Hitler, su ministro Ribbentrop y su int¨¦rprete, Gross).
Aunque de la estaci¨®n de Hendaya sali¨¦ramos sin firmar aquel protocolo, pensando que pod¨ªa constituir peligro rechazarlo en absoluto, horas despu¨¦s, ya de regreso en San Sebasti¨¢n, de madrugada, redactamos en Ayete un contraproyecto con la adhesi¨®n al Pacto Tripartito, pero desvirtuando tanto el preparado por el Gobierno alem¨¢n que, en el nuestro, quedaba exclusivamente en manos de Espa?a la determinaci¨®n del momento para pasar a la acci¨®n. Y al amanecer del d¨ªa 24 entregamos nuestro texto al embajador de Espa?a, que se apresur¨® a llevarlo al ministro Ribbentrop.
En cuanto a lo que se dice en el trabajo a que nos referimos de que Franco, pocos d¨ªas despu¨¦s de la entrevista de Hendaya, intentara reanudar las negociaciones, se trataba m¨¢s bien de lamentarse del desconocimiento del derecho espa?ol sobre los territorios africanos a que se refiere, considerado por Franco mejor y m¨¢s fundado que el de Francia, como puede leerse en la carta de ¨¦ste a Hitler, publicada en el libro m¨ªo citado, Entre el silencio y la propaganda, la Historia como fue.
En asunto tan grave como este, el acuerdo entre Franco, que decid¨ªa, y el ministro -yo-, que negociaba y discut¨ªa, fue absoluto.
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