El viaje del Rey
EL REY inici¨®, anteayer, la escala argentina de su viaje por Latinoam¨¦rica, sin duda la m¨¢s comprometida y delicada. La estancia en M¨¦xico ha tenido, con independencia de los acuerdos para fortalecer los intercambios comerciales y la cooperaci¨®n econ¨®mica entre los dos pa¨ªses, un doble significado, m¨¢s pr¨®ximo a la historia que a la pol¨ªtica: la reconciliaci¨®n simb¨®lica entre la nueva Espa?a democr¨¢tica y el exilio de la guerra civil, y el agradecimiento expl¨ªcito del Rey de Espa?a al Estado y al pueblo mexicanos que tan generosamente acogieron en 1939 a los derrotados que eligieron ese pa¨ªs como etapa final de su doloroso trasterramiento. Los encuentros de Juan Carlos I con la colonia de antiguos exiliados, incorporados a la sociedad mexicana, y su conversaci¨®n con la viuda de Aza?a valen m¨¢s, como comportamiento, que el gesto de quienes mantienen su lealtad a las instituciones republicanas; porque aunque se puede comprender la carga emocional que lleva a esos viejos republicanos a no renunciar a sus fidelidades, lo cierto es que el Rey, que tan decisivamente ha contribuido y sigue contribuyendo al proceso de democratizaci¨®n de Espa?a, s¨®lo necesita ya de un refer¨¦ndum espec¨ªfico sobre la forma de Estado para fundamentar su legitimaci¨®n de derecho, ya que la de ?ejercicio? la tiene acreditada. En el momento en que la opci¨®n republicana comienza a ser defendida desde los cuarteles de la ultraderecha golpista, la expl¨ªcita aceptaci¨®n en las Cortes por la izquierda parlamentaria -socialistas y comunistas- de la forma mon¨¢rquica hace superflua una convocatoria electoral espec¨ªfica en torno a este tema. Ese proceso de instauraci¨®n de la democracia en el que tan destacado papel ha jugado Juan Carlos de Borb¨®n es seguido, por diferentes razones y desde distintas posiciones con un gran inter¨¦s en los tres pa¨ªses visitados por el Rey. En M¨¦xico, la ?reforma pol¨ªtica? espa?ola ha sido estudiada con atenci¨®n por el se?or Reyes Heroles, secretario de Gobernaci¨®n, que ha puesto en marcha un proceso similar para dar salida a las grandes tensiones sociales acumuladas a lo largo de varias d¨¦cadas y que estuvieron a punto de hacer explosi¨®n bajo los Gobiernos del se?or D¨ªaz Ordaz y del se?or Echeverr¨ªa. Aunque las medidas hasta ahora instrumentadas para conceder el registro electoral a otros partidos -entre ellos el comunista- y rebajar el monopolio del PRI al estatuto de simple hegemon¨ªa parecen m¨¢s inspiradas por la ?reforma Fraga? que por la ?reforma Su¨¢rez?, la voluntad de estudiar el ejemplo espa?ol se halla fuera de duda. La situaci¨®n de Per¨², en la que coexisten los ¨®rganos del Estado que reciben su legalidad de la soberan¨ªa militar con una Asamblea Constituyente nacida de la soberan¨ªa popular, explica por s¨ª sola la atenci¨®n que se presta en aquel pa¨ªs a la experiencia espa?ola. Finalmente, los posibles elementos, cuya existencia puede conjeturarse pero todav¨ªa no ha sido probada, que propugnar¨ªan, dentro de la dictadura militar argentina, la devoluci¨®n de la soberan¨ªa al pueblo y de las libertades a los ciudadanos, tendr¨ªan en el proceso espa?ol un valioso ejemplo. Un sistema cerrado de poder como era el franquista y como es hoy el argentino puede deparar grandes sorpresas en su evoluci¨®n. Nadie sabe, a ciencia cierta, cu¨¢les son las fuerzas que se mueven en su interior. Desde fuera, sin embargo, lo que puede verse en Argentina es un panorama muy semejante al de las horas altas del franquismo: una represi¨®n implacable y selectiva que viola el cat¨¢logo entero de los derechos humanos, pero que no altera el sue?o, sin embargo, de los sectores de la poblaci¨®n que se resignan a la vida privada. Aquellos defensores de Videla que no son simples apologistas de la dicta dura suelen utilizar el argumento del mal menor; aunque no siempre de manera expl¨ªcita y rotunda, incluso los comunistas argentinos afirman que la actual situaci¨®n es la menos mala de las posibles y dan un cierto apoyo cr¨ªtico a las promesas de liberalizaci¨®n del sistema. Otros conocedores de la realidad argentina, a cuyos razonamientos confiere ¨²ltimamente mayor plausibilidad el clima preb¨¦lico creado por el Gobierno de Buenos Aires a prop¨®sito del litigio fronterizo con Chile, descartan la hip¨®tesis de que Videla sea el ¨²ltimo baluarte contra los sectores m¨¢s fascistas de las Fuerzas Armadas argentinas y se inclinan por la teor¨ªa de que se trata de un simple, reparto de papeles. En cualquier caso, el trasfondo hist¨®rico de la dictadura argentina y los desaf¨ªos con que se enfrenta su dominio no son los de Chile. El golpe de marzo de 1976 no se dio contra un presidente constitucional en el pleno ejercicio de su legalidad, sino contra un grupo esperp¨¦ntico que hab¨ªa recibido el poder gracias al fallecimiento del general Per¨®n y que, desde el Estado, hab¨ªa creado el desorden, la inseguridad y el caos, utilizaba polic¨ªas paralelas para abatir a sus adversarios, y saqueaba los fondos p¨²blicos de la naci¨®n. Desde septiembre de 1973, la dictadura de Pinochet no recibe m¨¢s impugnaci¨®n que la resistencia civil y pac¨ªfica de una poblaci¨®n despojada de sus libertades; mientras que, en Argentina, los Montoneros siguen intentando una imposible cuadratura del c¨ªrculo: hacer compatible una cruenta guerrilla urbana con las movilizaciones pac¨ªficas de oposici¨®n a la dictadura.
El viaje del Rey a Buenos, Aires fue criticado por los sectores de la oposici¨®n argentina que se mueven en torno al Partido Montonero. Si se toma en consideraci¨®n el m¨ªtico papel asignado en la iconograf¨ªa de ese movimiento a la figura de Eva Duarte, y se recuerda el viaje, a Espa?a de la esposa de Per¨®n en uno de los momentos m¨¢s duros de la dictadura franquista, no cabe sino mostrar una cierta perplejidad acerca de la coherencia ideol¨®gica de esos herederos del justicialismo y de la fidelidad de su memoria hist¨®rica. Pero la visita tambi¨¦n fue contemplada cr¨ªticamente por la izquierda parlamentaria y por la opini¨®n democr¨¢tica espa?olas. Las dudas que pudieran todav¨ªa existir sobre el significado del viaje de don Juan Carlos han quedado disipadas despu¨¦s de su primer discurso. El Rey no ha ido a Buenos Aires a consolidar una dictadura ni a hacer el elogio de las instituciones autoritarias. Sus palabras en defensa de la Constituci¨®n espa?ola y del proceso de transici¨®n de nuestro pa¨ªs hacia la democracia constituyen, dentro del c¨®digo de la cortes¨ªa diplom¨¢tica y del respeto a la soberan¨ªa de otros pa¨ªses, un mensaje di¨¢fano sobre sus prop¨®sitos. M¨¢s a¨²n, la expl¨ªcita defensa de los derechos humanos y su intercesi¨®n por los represaliados pol¨ªticos.
Tanto en M¨¦xico como en Argentina, Juan Carlos I ha hecho referencias emocionadas a la hospitalidad de esos pa¨ªses al exilio pol¨ªtico y a la emigraci¨®n econ¨®mica procedente de Espa?a. No parece demasiado exigir que el Gobierno extraiga las conclusiones pertinentes respecto a la situaci¨®n en Espa?a de los exiliados pol¨ªticos procedentes del Cono Sur y de los profesionales latinoamericanos que han llegado a la Pen¨ªnsula en busca de paz civil y oportunidades de trabajo. Porque ser¨ªa una burla sangrienta e indigna que, despu¨¦s de este hist¨®rico viaje del Rey, fueran ejecutadas las amenazas del Ministerio del Interior de expulsar a los refugiados argentinos, uruguayos y chilenos que carecen de documentaci¨®n -porque sus consulados no les extienden el pasaporte al que tienen derecho- o que todav¨ªa no han encontrado trabajo. La pronta promulgaci¨®n por las Cortes de un Estatuto de Asilo Pol¨ªtico y la solidaridad de la sociedad espa?ola con los emigrados latinoamericanos son las respuestas a esos dos problemas, no su expulsi¨®n.
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