?El caos!
El Caos cumple, dentro del Orden Social, funciones importantes. La primera consiste en que, fuera del Orden Social, est¨¢ el Caos. -?En qu¨¦ quedamos, maestro?: ?dentro o fuera? -Bueno, entend¨¢monos: en realidad, la idea del Caos est¨¢ dentro del Orden, porque es aqu¨ª donde se habla del Caos; pero, en esa idea, la realidad del Caos est¨¢ fuera, porque, si no, a ver c¨®mo se habr¨ªa constituido este Orden sobre el Caos. ?Est¨¢ claro? -Lo que est¨¢ claro es que es un l¨ªo de cuidao. Pero venga, de verdad de la buena: ?ha habido caos antes de esto? ?Hay caos por ah¨ª fuera?Fuera de este Orden, por definici¨®n, nadie puede asomarse para ver lo que hay: porque si lo que se ve es orden, es que no est¨¢ fuera; y si no ve orden, no ve nada, porque nuestros ojos no est¨¢n hechos para ver mas que ideas. ?Antes de esto?: nadie hab¨ªa para que nos dijera lo que hab¨ªa. Y, sin embargo, los pol¨ªticos, los Padres de la Patria, los ide¨®logos, los sabelotodo, tienen que estar a cada paso amenazando con el Caos, y adoctrinando as¨ª a su gente, a sus mujeres, a sus ni?os: ?Hay que acatar la Ley, por m¨¢s que sea dura; o tambi¨¦n infringirla, pero pagando la pena que corresponda seg¨²n ley. Hay que situarse en este mundo, y cumplir, en la medida que uno pueda, con sus obligaciones laborales, y dom¨¦sticas y ciudadanas; y progresar uno -eso s¨ª- en su situaci¨®n (es una aspiraci¨®n leg¨ªtima), y procurar crear para los suyos las mejores condiciones de desarrollo. Pero tu libertad termina -ya lo sabes- en donde empieza la libertad de tu vecino. Ya s¨¦ que estas recomendaciones son poco originales y brillantes, para los anhelos vagos y desordenados que uno siente, seg¨²n dice, de vivir; pero tambi¨¦n se puede vivir dentro de las normas: siempre quedan los fines de semana y las vacaciones y tu jardincito delante de la casa para igualar el c¨¦sped. Y, adem¨¢s, sobre todo, que si nos pusi¨¦ramos todos a no reconocer derechos ni deberes, a despreciar las instituciones y las normas, a vivir cada cual seg¨²n le viniera en gana, ?qu¨¦ iba a ser de nosotros, de toda la Sociedad?: ser¨ªa el desorden de todos los ego¨ªsmos desatados, ser¨ªa la ley de la Jungla; volver¨ªamos a la Edad Media, a la Edad de Piedra, volver¨ªamos al Caos, del que tanto trabajo y disciplina ha costado salir, y construir esta Sociedad, m¨¢s o menos buena, m¨¢s o menos perfecta, pero que te ampara y te sustenta, y que siempre ser¨¢ mejor que volver al Caos.? ?Uf! Es una maravilla y un consuelo que todav¨ªa sigan naciendo ni?os que no acaban de sentirse convencidos por razones tan sensatas y se quedan rezongando por lo bajo.
-Es natural: ellos no han visto el Caos. -?Y ustedes s¨ª, se?ores m¨ªos? ?Se refieren ustedes a la guerra civil espa?ola?, ?a los a?os del estraperlo?, ?a los asfixiaderos de jud¨ªos en Alemania?, ?a las matanzas at¨®micas en el Jap¨®n?, ?a los pudrideros de ni?os en Indochina?, ?a los holocaustos de automovilistas todos los fines de semana? No sab¨ªamos que esas cosas estuvieran antes y fuera de este Orden. -Bueno, eso son deficiencias de la m¨¢quina, errores en el camino, sacrificios que hay que pagar en aras de lo esencial, que es el mantenimiento (y el progresivo perfeccionamiento) de un Orden Social y de una Autoridad ¨ªntegra y justa. -Y eso ?para qu¨¦? -Pues para no caer en la anarqu¨ªa, en el caos, en el exterminio de los unos por los otros. -Porque usted cree que, si faltase el Orden y la Autoridad... ?eh? -?No cabe la menor duda!
?El hombre es lobo para el hombre.? Tal es la fe que funda y justifica el Estado. Sobre ese dictamen una cosa hay cierta: que a los fundadores del Orden, a sus detentadores y a sus defensores, les es absolutamente necesario: necesario creer en ¨¦l, necesario que se crea en ¨¦l; si no, est¨¢n perdidos. Esto es verdad. En cuanto a la verdad del dictamen mismo, eso ya... ?Qui¨¦n ha visto a los hombres antes de que fueran hombres, esto es, de que estuvieran socialmente organizados, que tuvieran sus instituciones y autoridades, sus leyes m¨¢s o menos escritas, y sus hogares y sus dioses? ?Qui¨¦n ha visto a los hombres cuando eran lobos? Bastante lobos se ve que son de cuando en cuando ahora, dentro de este Orden. Pero ?fuera?, ?antes?
Lo que es las especulaciones de la Ciencia, cuanto m¨¢s honradasmenos van a decirnos sobre el asunto. Tomemos lo de los monos: seamos primos m¨¢s o menos lejanos de las especies de simios que por ah¨ª malamente sobreviven. Se deduce que alg¨²n aire de familia deber¨ªamos tener con ellos. Bien, y ?qu¨¦ hay con los monos? Ni siquiera se distinguen por ser muy feroces para con otros animales (son todos -hay que confesarlo- menos animales de presa que, por ejemplo, los tigres o los tiburones o los hombres), y desde luego en el trato entre ellos mismos, si pecan de algo, es de fraternales y sobones, dados a instituciones tan er¨®ticas y cooperativas como la de espulgarse mutuamente, y no por cierto a la de liquidarse los unos a los otros; como tampoco, por cierto, lo suelen hacer los lobos. ?Querr¨ªa decir aquel dictamen ?Hombre para hombre como lobo para cordero??
Cierto que ya, en cuesti¨®n de monos, recuerdo haber le¨ªdo hace a?os un libro divulgativo de un se?or Robert Ardrey, americano, titulado African Gen¨¦sis, a Personal Investigation into the Animal Origins and Nature of Man, donde descubre que, si bien descendemos del mono, es de una rama especial, que eran precisamente depredadores y sab¨ªan manejar la porra, como primer atributo de humanidad. Para que se vea a d¨®nde pueden llegar los esfuerzos de la Ciencia por sostener la idea de que, por Naturaleza, somos m¨¢s bien malos y no se nos puede dejar sueltos.
Y por parte de los etn¨®grafos, que pod¨ªan hacernos ver lo que pasa en sociedades m¨¢s salvajes y m¨¢s cercanas, como anta?o se dec¨ªa, al estado natural, dejando ya a Malinowsky y a Crist¨®bal Col¨®n, con la inolvidable aparici¨®n de los mansos indios del Caribe y los felices trobriandros del Pac¨ªfico, lo m¨¢s que pod¨ªan descubrir m¨¢s tarde los ojos l¨²cidos y c¨¢ndidos de Margaret Mead era, en alguna de sus islas, a unas pocas leguas apenas de distancia, un pueblo feroz, constituido sobre la guerra, la disciplina y la dureza, y otro pueblo muy poco constituido, entregado a la dulzura, la despreocupaci¨®n y los amor¨ªos. As¨ª, ejemplarmente, la Ciencia nos ense?a que no puede ense?arnos nada sobre nuestra Naturaleza, nada que apoye o que contradiga la creencia de que somos por naturaleza ego¨ªstas y desenfrenados y que, por tanto, Ley, Justicia, Administraci¨®n, Vigilancia y N¨²mero de Identidad es lo que nos conviene y necesitamos.
Que conste, por otra parte, que la misma falta de raz¨®n tenemos para creer que los hombres seamos intr¨ªnsecamente buenos, como los chimpanc¨¦s, y para tener una fe positiva en que, si nos libr¨¢ramos de toda autoridad y freno, nos portar¨ªamos como mansos, sociables y bien avenidos. No: lo ¨²nico limpio y razonable es la falta de una fe y de la otra, de optimismo como de pesimismo. Un pesimismo negro y profundo es el fundamento de cualquier fascismo, que, convencido de que los hombres, dejados sueltos, no son capaces de otra cosa que de destrozarse y recaer en las tinieblas de la Jungla, se lanza a salvarlos, movido por un Futuro luminoso, estableciendo el Orden total y perfecto, del que ya no quepa escape ni resquicio. Y el fascismo -ya se sabe- no es m¨¢s que el espejo grotesco de la vulgaridad, y cualquier socialismo, cualquier -ismo, cualquier fe en la organizaci¨®n y el perfeccionamiento de la organizaci¨®n est¨¢ sostenido en el mismo dogma impl¨ªcito del pesimismo sobre la naturaleza de los hombres. Pero a ese pesimismo no puede responderle ning¨²n optimismo, que ser¨ªa el reverso del mismo dogma, y por tanto igual, sino la falta de optimismo y pesimismo, el no saber que los hombres tengan naturaleza alguna.
Nadie ha visto, ni puede verlo, el esquema entero de la Historia, a la manera que San Agust¨ªn y Orosio, y otros m¨¢s tarde, han cre¨ªdo verlo: har¨ªa falta ser el Ojo de la Providencia y estar en el mirador del Juicio Final, empezando por creer que hay tal Ojo y tal Juicio; lo cual no se sabe. Si no lo hubiere, el que lucha contra el Orden Establecido estar¨¢ sencillamente haciendo por disipar los restos de un enga?o y un fantasma sanguinolento; si lo hubiere, el que lucha contra el Orden habr¨¢ estado a su manera colaborando a la construcci¨®n del Orden. Pero en cualquier caso, el que se meta en ello debe saber que est¨¢ jug¨¢ndoselas a un juego de cuyo resultado nada sabe. Y hasta puede ser muy bien que las formas del combate, sin que ¨¦l se d¨¦ cuenta, hayan cambiado, seg¨²n la conveniencia t¨¢ctica de los tiempos, hasta parecer volverse del rev¨¦s: que en otros tiempos la lucha consistiera en defendernos de la Naturaleza hostil y la Barbaria, y en estos tiempos consista en defendernos de la organizaci¨®n vencedora de la naturaleza y la barbarie; y que, parodiando lo que dicen Ellos, los que anta?o jugaban a asolar las murallas de las ciudades, sean los mismos que ahora juegan a construir murallas de bloques suburbanos en torno a los restos de las ciudades.
Por lo pronto, rapaz (y a esto es a lo que tienes que atenerte), el ¨²nico caos que conoces es este en que te encuentras envuelto y consumido cada d¨ªa: un caos ciertamente conseguido por v¨ªa de organizaci¨®n y de organizaci¨®n de la organizaci¨®n: el caos de los sem¨¢foros y las se?alizaciones; el caos de los horarios y los cambios de horario; el caos de la Econom¨ªa, de las progresivas escaladas de precios y salarios, de las inflaciones, devaluaciones y sobresaltos del Dinero; el caos de la planificaci¨®n, de los planes de edificaci¨®n de bloques, de los planes de estudios cambiantes a velocidad progresivamente acelerada. Y cada nuevo funcionario que, movido por la mejor buena fe -pongamos-, intenta con nuevos planes, nuevos formularios y remodelaciones, acudir a los defectos de la organizaci¨®n y perfeccionarla est¨¢ de hecho contribuyendo al aumento del caos organizativo. Eso es, rapaz, hoy por hoy, el Caos. No ser¨¢ un mar de olas y turbiones, sino de papeles, cifras, organismos, siglas de Empresas y de Partidos, planes, constituciones; pero es igual: es en ¨¦se en el que te est¨¢s ahogando.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.