La ilusi¨®n de los ni?os por el circo, amenazada por las especulaciones de los mayores
Ma?ana llega a su fin el VIII Festival Mundial del Circo, que ha congregado en el Palacio de los Deportes de Madrid a un incontable n¨²mero de ni?os, a una cantidad de padres resignados y abuelos desocupados y a una considerable masa de trabajadores por cuenta ajena que han hallado, con la presencia del circo, una posibilidad comod¨ªsima de subempleo. Frente a todos ellos, una troupe destacada, en la que no falt¨® un nombre m¨ªtico en la historia del circo: el del circo Ringlyng, de Estados Unidos, cuya empresa envi¨® a este certamen internacional a unos excelentes trapec¨ªstas, los Flying Osler, quienes con sus trapecios volantes han protagonizado un impecable triple salto mortal.
Hace falta una gran dosis de ilusi¨®n adulta para que el mundo del circo entre por los ojos con la misma suavidad que traspasa los ojos de los ni?os. Los ?adultos acompa?antes? que han acudido a este festival se han encontrado en el Palacio de Deportes con la especulaci¨®n tradicional: los ni?os no pueden sentarse cerca de la pista a no ser que paguen las entradas que tambi¨¦n deben abonar sus padres, que para cumplir ese prop¨®sito han de abonar m¨¢s de doscientas pesetas.La organizaci¨®n del festival, por otra parte, quiso suavizar la cuesti¨®n econ¨®mica para los trabajadores fijos, e imprimi¨® unas entradas especiales, con un descuento considerable, para distribuirlas entre distintas empresas madrile?as. Esas entradas, o un alto n¨²mero de ellas, eran revendidas por los. trabajadores ante las mismas taquillas del Palacio de los Deportes. ?Y no nos ganamos sino veinte duros por cada una?, comentaba un revendedor. En el descanso del festival, un pato triste y nada gesticulante colmaba otro prop¨®sito comercial paralelo al propio certamen. Con desgana, el personaje encarnado en pato se prestaba a posar con los ni?os, cuyos padres de nuevo pagar¨ªan la instant¨¢nea tan h¨¢bilmente conseguida. Las colas eran m¨²ltiples.
En ese panorama, compuesto finalmente por palomitas de ma¨ªz y bolsas de patatas fritas a treinta pesetas la unidad, la ingenuidad tradicional del espect¨¢culo m¨¢s limpio de todos se desvanece a los ojos del adulto, quien observa tambi¨¦n que algo debe fallar porque el personal infantil no lo secunda; tampoco muestra un calor superior al ligero relente que se padece en el Palacio de los Deportes.
Escultura permanente
Sin embargo, hay elementos destacables en este VIII Festival Internacional del Circo. El espect¨¢culo conserva un tanto su aspecto de escultura permanente y de emoci¨®n contenida, aunque chafada un tanto por la cantidad de pel¨ªculas en las que los hombres vuelan, los astros discuten y se pegan. Uno de los n¨²meros fuertes de este festival era la actuaci¨®n de un alambrista, Emil Orsola, del circo franc¨¦s Bouglione, dieciocho a?os, a quien el presentador del festival tuvo la mala fortuna de relacionar con un alambrista mayor que perdi¨® la vida recientemente tratando de cruzar una calle a trav¨¦s de un alambre. Lo situ¨® como heredero, o algo, as¨ª, del h¨¦roe ca¨ªdo.Orsola no s¨®lo cruz¨® el Palacio de los Deportes caminando con calcetines sobre un alambre de diez mil¨ªmetros, sino que luego hizo lo mismo vali¨¦ndose del mismo alambre y de una motocicleta que contamin¨® al ambiente, pero que divirti¨® a los ni?os urbanos, acostumbrados a esos ruidos y a esos humos, aunque no a tales acrobacias. A 35 metros de altura, aquel ejercicio fue el que mejor contuvo la respiraci¨®n de los asistentes al festival. Los que miraron alrededor de las motocicletas pudieron apreciar la atm¨®sfera escult¨®rica que los hilos tensos crean sobre la carpa. Alexander Calder hubiera firmado el m¨²ltiple volatil que crea toda esa sucesi¨®n de hilos entrelazados gracias a los cuales los equilibristas se conservan en el aire.
V¨ªctor Garc¨ªa, el creador de la coreograf¨ªa de algunas obras de Garc¨ªa Lorca, hubiera querido, por otra parte, contar con la elegancia arriesgada de los trapecistas del circo Ringlyng.
El circo termina envolviendo el peligro en la mayor naturalidad, por eso no hizo falta contener la respiraci¨®n cuando un elefante, educado en Gran Breta?a, en el circo Fmart (que significa elegante, guapo), pas¨® con sus 3.000 kilos de peso por encima de cuatro bellas se?oritas e incluso se atrevi¨® a hacer flexiones sobre una de ellas. El domador, Billy Wilson, un ser sonriente y eficaz, de cierto parecido con Elvis Presley, condujo al elegante elefante triste hasta el final de su proeza, y los ni?os premiaron la ingente mole m¨®vil, no se sabe muy bien si por haber realizado sin tropiezos tal viaje de obst¨¢culos o por haber respetado con escr¨²pulos la integridad f¨ªsica de las cuatro bellas damas.
Los payasos, los espa?oles Martini y Lliata, distendieron el ambiente y ofrecieron la tradicional y maniquea divisi¨®n entre el payaso inteligente y el partenaire idiota, que al fin suele ser el m¨¢s vivo del grupo. Ninguna novedad para el mundo de la payasada.
En el cap¨ªtulo de los reconocimientos oficiales debe incluirse la entrega- de los oscar del circo correspondientes a este a?o. Al acto asistieron, entre otros, el subsecretario de Cultura, Fernando Castedo, quien entreg¨® el oscar n¨²mero uno a los trapecistas norteamericanos, tr¨ªo Osler. El segundo premio se lo llevaron los motoristas alemanes y franceses, despu¨¦s Johnny Orsola recogi¨® el tercer premio. El cuarto oscar fue a manos de los chinos Yong Brothers, y el oscar del humor recay¨® en los chimpanc¨¦s italianos de Luc-Seis.
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