Honor y patriotismo
Hay minor¨ªas que llevan demasiados a?os utilizando, a modo de monopolio, las expresiones ?honor?, y ?patriotismo?. Son las que confunden -m¨¢s o menos conscientemente- el honor y el patriotismo con sus particulares preferencias por el sistema de gobierno consistente en que todo el poder lo ostente una sola persona siempre que ¨¦sta sea de sus ideas. Por eso, cuando durante la era de Franco naci¨® la organizaci¨®n ETA, que, tras su conocida escalada de secuestros, atracos, asesinatos de polic¨ªas y subsiguientes consejos de guerra sumar¨ªsimos, dio muerte al propio presidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco, a tales minor¨ªas no se les ocurri¨® pedir la dimisi¨®n del General¨ªsimo o la del ministro de la Gobernaci¨®n Arias Navarro. Como eran partidarias de su sistema de gobierno no invocaron el honor ni el patriotismo contra los evidentes fallos de su pol¨ªtica de orden p¨²blico.En vez de ser destituido, Arias Navarro fue ascendido al cargo de presidente del Gobierno, que ocupaba el almirante asesinado; y es oportuno recordar que no declar¨® ning¨²n nuevo estado de excepci¨®n en el Pa¨ªs Vasco, por la sencilla raz¨®n de que los declarados en 1967 y 1968 resultaron no s¨®lo ineficaces, sino contraproducentes. Prosigui¨®, eso s¨ª, con m¨¢s energ¨ªa su pol¨ªtica de orden p¨²blico, hasta el punto de que en septiembre de 1975, un mes antes de la ¨²ltima enfermedad de Franco, se ejecutaron aquellos cinco tristemente famosos fusilamientos (dos de los fusilados eran miembros de la ETA), que fueron inmediatamente contestados el 1 de octubre con cinco nuevos asesinatos, casi simult¨¢neos, de otros tantos polic¨ªas armados que prestaban servicio en Madrid.
Las minor¨ªas a las que me estoy refiriendo no pidieron tampoco en esta ocasi¨®n la dimisi¨®n de nadie; y despu¨¦s del fallecimiento de Franco, Arias Navarro sigui¨® al frente del Gobierno hasta junio de 1976.
Durante ese per¨ªodo, ETA continu¨® en su escalada terrorista y ocurrieron los graves sucesos de Montejurra y de Vitoria. No se invocaron tampoco ahora, frente a los gobernantes, los sentimientos de honor y patriotismo, como no recuerdo que se invocaran, a lo largo de la era de Franco, cuando fuimos abandonando sucesivamente Marruecos, Guinea, Ifni y el Sahara.
M¨¢s vale no pensar en lo que hubieran dicho esas personas si el derrumbamiento de las posiciones de Espa?a en Africa se hubiera producido bajo el signo de la democracia. Es probable que habr¨ªan actuado m¨¢s o menos como los hombres de la OAS frente al general De Gaulle cuando ¨¦ste, apoyado por las fuerzas parlamentarias francesas, consider¨® necesario abandonar Argelia.
Nadie tiene el monopolio del honor y el patriotismo. Si las minor¨ªas nost¨¢lgicas dudan de algo tan evidente como que m¨¢s del 95% de los parlamentarios, el actual Gobierno, y por supuesto el Rey, se sienten espa?oles hasta la m¨¦dula; si dudan de que todos ellos rechazan rotundamente los objetivos de la ETA y har¨¢n cuanto sea necesario para acabar con sus cr¨ªmenes c¨®mo con los de otros grupos terroristas de cualquier signo; es muy claro que su pasi¨®n, pol¨ªtica, su parcialidad, les ciega.
Entristece comprobar que esa pasi¨®n pol¨ªtica, esa parcialidad, haya podido llevarles a convertir el entierro de un prestigioso, de un espl¨¦ndido general vilmente asesinado por la ETA, en un acto que ha escandalizado a la inmensa mayor¨ªa del pa¨ªs y que por su propia naturaleza no logr¨®, seg¨²n todos mis informes, m¨¢s que la adhesi¨®n -menguante a lo largo del recorrido- de quienes se propusieron organizarlo.
El pa¨ªs se ha escandalizado y por partida doble, como lloviendo sobre mojado: primero, por el abominable crimen, y despu¨¦s, por la descarada instrumentaci¨®n del crimen con fines partidistas, cayendo as¨ª en la siniestra trampa tendida por ETA.
Esta organizaci¨®n terrorista no desaparecer¨¢ de la noche a la ma?ana -el nuevo execrable asesinato del presidente de la Sala Sexta del Tribunal Supremo lo demuestra-, pero la gran mayor¨ªa estamos convencidos de que en un pr¨®ximo futuro, mediante el pleno ejercicio de las libertades democr¨¢ticas, el uso de una inteligente y necesaria energ¨ªa, y el imprescindible cambio de la actitud de Francia hacia esta Espa?a democr¨¢tica, todo el pa¨ªs recuperar¨¢ la verdadera paz. Esa paz que nunca logr¨® establecer, no hay que olvidarlo, un r¨¦gimen que feneci¨® entre la angustia de los secuestros, los ecos de bombas, metralletas, fusilamientos y pistolas, el asombro de una marcha verde que avanzaba sobre el Sahara, y el miedo pol¨ªtico de adoptar las impopulares, pero imprescindibles, medidas que hubieran paliado los efectos de la crisis econ¨®mica mundial sobre nuestra propia econom¨ªa.
Estoy muy lejos de negar honor y patriotismo a quienes colaboraron o se sintieron compenetrados con ese r¨¦gimen. Soy amigo personal, aprecio y respeto a muchos de ellos. Pero me indigna que alguien ponga en duda que ese honor y ese patriotismo los tengamos quienes en abrumadora mayor¨ªa hemos votado a favor de l¨¢ democracia. Lo hemos hecho, porque, a diferencia de los que tratan de monopolizar ambos sentimientos, creemos y confiamos en el pueblo espa?ol, cuya voluntad soberana -esa s¨ª- ha de ser honrada y respetada por encima de todas las provocaciones de la violencia. Muy especialmente por quienes no supieron atajarla en su origen.
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