Victoria Ocampo: el mecenazgo y la caza del genio
Victoria Regina ha muerto. A los 88 anos, consumida de pasi¨®n literaria, desaparece un personaje, una mujer, una escritora, que hizo posible la utop¨ªa de una cultura americana vasocomunicante con la europea. Heredera de una fortuna en ganado y haciendas, Victoria Ocampo ofrend¨® sus estancias a la literatura. Su vida encarna esa misteriosa alquimia entre el mecenazgo y la minuciosa caza del genio a lo Lou-Andreas Salom¨¦. S¨®lo que Nietzsche, en el pampeano escenario de los Ocampo, se transforma en Rabindranath Tagore, y Rilke, en Juan Ramon Jim¨¦nez.Desde su infancia de se?orita bien, mimada por las institutrices de la Europa inmortal, demostr¨® inclinaciones por las bellas artes. Sus diarios y cuadernos, escritos en aquel pulcro franc¨¦s que s¨®lo los argentinos consiguen, ser¨¢n el dorado pre¨¢mbulo de una apasionada labor que har¨¢ de su revista Sur la m¨¢s continuada y coherente tribuna cultural de Latinoam¨¦rica. Fundada en enero de 1930, Sur reuni¨® en su consejo inaugural a figuras de incipiente fama: Borges, Mallea, Adolfo Bioy Casares, Ram¨®n G¨®mez de la Serna, Oliverio Girondo. El castellano, ya h¨¢bilmente manejado por Victoria, tuvo una plataforma austral e irradiante, en la que se mezclaban los cl¨¢sicos y los vanguardistas, los descubrimientos y las tradiciones. Ortega y Gasset mandar¨¢ pronto Imprimir el primer libro de la Ocampo, Testimonios, que se publica en 1935 y en la Revista de Occidente.
El libro lo abre otra fuerte personalidad femenina, a quien Victoria conoc¨ªa y admiraba: Virginia Woolf. Viajera infatigable, la angentina recorrer¨¢ decenas de veces el mundo, y en cada escala dejar¨¢ una fundada amistad genial. Desde Aldous Huxley a Natalie Sarraute, toda la gama de ilustres pasaron por su legendaria casa de San Isidro, palacete donde pervive su museo bab¨¦lico. Sur era, mientras, la central revista de esos viajes literarios y de esa enorme casa de hu¨¦spedes ex¨®ticos.
Bajo su amparo llegaban los conferenciantes que ven¨ªan a descubrir esa otra Am¨¦rica: Waldo Frank, Lanza del Vasto, Ortega. Con Sur se tienden tambi¨¦n los intercambios con el surrealismo franc¨¦s y con las vanguardias alemanas, con la nueva novela norteamericana y la poes¨ªa de los ingleses. En sus p¨¢ginas aparecen las traducciones de Borges de Henri Michaux y de la Woolf, y tambi¨¦n Las palmeras salvajes, de Faulkner, reescritas por Borges. T. S. Ellot y Paul Valery, Bataille y Saint-John Perse. La propia Ocampo publica y descubre a Dylan Thomas, y m¨¢s tarde se encargar¨¢ de hacer sonar el desconocido nombre de Navokov. La escandalosa aparici¨®n de Lolita, con su correspondiente secuestro y su clandestinidad masiva, apenas puede ser paliada por la seriedad literaria adquirida ya por Sur tras m¨¢s de veinte a?os de labor.
Pero no s¨®lo la traducci¨®n aliment¨® las p¨¢ginas de Sur, en ella publicaron todos los escritores importantes de Latinoam¨¦rica, desde Alfonso Reyes a Octavio Paz, y los libros de muchos escrltores argentinos vieron la luz bajo el signo de la flecha hacia abajo que se?alaba la australidad. Atacada de extranjerizante por los defensores del populismo, que prefer¨ªan refugiarse en el folklore y hacer o¨ªdos sordos a Europa, y de conservadora por la izquierda, que ve¨ªa en ella un refugio de la cultura reaccionaria, Sur cubri¨® m¨¢s decuarenta a?os de divulgaci¨®n cultural bajo la direcci¨®n y financiaci¨®n generosa de Victoria Ocampo.
Pero Victoria Ocampo ha sido algo m¨¢s que su revista, y algo m¨¢s que sus libros, marginales y diletantes: Victoria ha sido y es leyenda. Queda su enorme casa de madera en Mar del Plata, testigo del encuentro de Borges y Bioy Casares, presentados por la gran impulsora de amistades literarias. Queda la quinta de San Isidro, las nuevas oficinas de Sur, perdidas las que alojaron a R¨®ger Caillois en la emergencia del exilio bonaerense. Y cae el tel¨®n: perdidos en la vastedad de su ticrra y tristes por estar perdidos, los ¨²ltimos representantes de una Argentina desaparecida mueren. Victoria Ocampo cierra con el fin de su Iongeva vida una ¨¦poca en la que el elitismo prefer¨ªa rodearse con la belleza y el dolor del arte.
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