Las Brigadas Rojas nunca han sido tan vulnerables como ahora
21 de junio de 1978Al llegar a la piazza Buenos Aires, Anna Maria Esposito detuvo el coche y se volvi¨® hacia su marido. El autom¨®vil que se encontraba detr¨¢s hizo sonar su fort¨ªsimo claxon y Antonio sali¨® del coche gritando: ??Est¨¢ bien, est¨¢ bien! ?, antes de que su esposa pudiera darle un beso de despedida.
-Te llamar¨¦ desde el despacho -dijo Antonio, sonriendo, mientras agitaba la mano. Anna Maria le devolvi¨® la sonrisa y arranc¨®.
Frente al cine Augustus. Antonio Esposito compr¨® un ejemplar del Corriere della Sera y se dispuso a esperar al autob¨²s.
El n¨²mero 15 par¨® junto al bordillo y los viajeros que hac¨ªan cola, casi todos mujeres, comenzaron a subir. Esposito dud¨® por un momento -era peligroso tomar el mismo autob¨²s todos los d¨ªas. Adem¨¢s, aunque por un trayecto diferente, el 17 tambi¨¦n iba a Nervi-; se encogi¨® de hombros y subi¨® tambi¨¦n. El autob¨²s ten¨ªa tres puertas: una en la parte delantera, otra en el medio y la tercera, atr¨¢s. Esposito subi¨® por esta ¨²ltima y se qued¨® de pie en la plataforma trasera. Tras ¨¦l subi¨® una joven con un bolso grande. Al arrancar el autob¨²s, le adelant¨® por la izquierda el joven de la Honda. Eran las 8.29 de la ma?ana.
Antonio pas¨® las p¨¢ginas del peri¨®dico hasta llegar a un art¨ªculo que trataba sobre el terrorismo en Italia. Comenz¨® a leerlo. El autob¨²s se detuvo en la elegante zona residencial de Albaro. Entre los viajeros que subieron a bordo se encontraba un joven que llevaba una cliaqueta marr¨®n, camisa blanca, pantalones beige y gafas de sol. Tom¨® el billete que le ofrec¨ªa la m¨¢quina, situada en la parte trasera del autob¨²s y se qued¨® all¨ª, mirando a Esposito. Era bajo y fuerte y su cuello mostraba tantos m¨²sculos como el de un levantador de peso.
El art¨ªculo expon¨ªa un punto de vista interesante. Durante treinta a?os, millones de italianos -especialmente de las clases media y baja-, que despreciaban y hab¨ªan perdido la confianza en los cristiano-dem¨®cratas, hab¨ªan puesto, mal o bien guiados, sus esperanzas en el comunismo, partido de protesta. En las elecciones generales de junio del 76 los comunistas obtuvieron el 35,6% de los votos, su mayor ¨¦xito hasta el momento. Al llegar aqu¨ª, el partido apoy¨® totalmente a la Democracia Cr¨ªst¨ªana. Se uni¨® a la mayor¨ªa parlamentaria del Gobierno a cambio del derecho de ser consultado por ¨¦ste en asuntos de importancia. ?Cu¨¢l fue el resultado? Que ?la memoria colectiva de un tercio de la naci¨®n se sinti¨® traicionada. No exist¨ªa una aut¨¦ntica oposici¨®n y millones de personas,se encontraron abandonadas a su propio sino, desconfiando del Gobierno, comunistas y sindicatos. De esta charca de desconfianza e ira emergieron las Brigadas Rojas?.
El autob¨²s volvi¨® a detenerse en la parada de la piazza Leonardo da Vinci y una se?ora gorda se debati¨® para hacerse un sitio a bordo, seguida por un joven alto. La mujer encontr¨® un asiento libre hacia el centro del autob¨²s. El joven, tras recoger su billete, permaneci¨® en la plataforma trasera, mascando chicle y mirando por la ventanilla.
-?Esposito!
Mir¨® hacia arriba e inmediatamente se dio cuenta de qu¨¦ se trataba. Se lo hab¨ªa imaginado cientos de veces. Hasta medio en broma se lo hab¨ªa descrito a sus colegas. ??Esposito!? Dos pistoleros llam¨¢ndole, con voz afilada y fr¨ªa, por su nombre. Dos pistoleros, con mirada helada y sin pesta?ear. Dos pistoleros, con los labios apretados.
Los dos primeros impactos, procedentes de un rev¨®lver Nagant de calibre 7,65, fueron disparados por el robusto levantador de peso, que se encontraba a menos de un metro de distancia. Las balas atravesaron el peri¨®dico y fueron a incrustarse en el coraz¨®n y en el cuello.
La siguiente detonaci¨®n proven¨ªa del joven alto, que dispar¨® una pistola autom¨¢tica de nueve mil¨ªmetros en el h¨ªgado y bajo vientre de Esposito. Una mujer emiti¨® un chillido. Inmediatamente se organiz¨® un pandemonio. Todo el mundo chillaba y se abalanzaba hacia las puertas. La joven del bolso grande se encontraba de pie tras el conductor.
-Abra las puertas -orden¨®-. Abralas inmediatamente.
El conductor fren¨® bruscamente y abri¨® las puertas de par en par. Todo el mundo salt¨® fuera.
Esposito se aferr¨® a una de las barras, mientras ca¨ªa sobre los pelda?os de la entrada trasera. Su pierna izquierda formaba un extra?o ¨¢ngulo con el costado.
Los dos asesinos saltaron por la puerta de atr¨¢s. Al volverse a cerrar, la puerta atrap¨® a Esposito, fij¨¢ndole en una postura como si estuviese sentado e inclinado hacia adelante. Sus gafas hab¨ªan resbalado por su nariz, quedando cerca de la punta de ¨¦sta, como si se hubiese quedado dormido mientras le¨ªa el peri¨®dico.
El m¨¢s alto de los dos se volvi¨® de nuevo para disparar desde abajo. La bala atraves¨® el est¨®mago, desgarrando la aorta, arrancando dos dientes y volando la parte trasera del cr¨¢neo. En un ¨²ltimo adem¨¢n de desprecio, el asesino dispar¨® contra los test¨ªculos de Esposito. Los dos hombres salieron corriendo hacia la esquina y subieron a bordo de un Sed¨¢n azul. El autom¨®vil sali¨® disparado. Eran las 8.34 de la ma?ana.
23 de junio de 1978
En un gesto final de desafio, los prisioneros se negaron a comparecer para la sentencia.
El juez procedi¨® a leer los veredictos: los tres principales encartados, culpables, tal y como pretend¨ªa el ministerio fiscal. Dio a conocer las sentencias. Renato Curzio: quince a?os de prisi¨®n. Para otros cuatro dirigentes de las Brigadas, de trece a quince a?os. Para los otros diez, condenas de cinco a diez a?os. Uno de los 31 brigatisti que todav¨ªa no hab¨ªan sido capturados obtuvo libertad provisional; otros catorce, condenas de dos a diez a?os, y diecisiete fueron declarados inocentes de todos los cargos.
Los periodistas se abalanzaron para entrevistar a los familiares. Una robusta mujer, llamada Carmina Lintrami, se volvi¨®, furiosa, hacia un periodista extranjero. ?Diga en Am¨¦rica que no se hagan ilusiones. Mi hijo no llegar¨¢ a cumplir sus diez a?os de c¨¢rcel. ?Antes de que los termine, traeremos la revoluci¨®n!?
El cad¨¢ver de Antonio Esposito fue expuesto en el cuartel de la polic¨ªa en que actu¨® como jefe de la brigada antiterrorista de G¨¦nova. Una guardia de honor escoltaba su ata¨²d y miles de personas hicieron cola para visitarlo.
El ata¨²d, cubierto por la bandera italiana, fue llevado a hombros y en silencio por las calles genovesas. Millares de acompa?antes lo siguieron a pie y la catedral de San Lorenzo se encontraba abarrotada. Estaban presentes el ministro del Interior, el jefe de Polic¨ªa, otros ministros y autoridades militares. El cardenal Siri pronunci¨® una homil¨ªa.
Terminada la ceremonia, y una vez que los asistentes se hubieron disuelto, en direcci¨®n a sus domicilios, algunos pasaron por el lugar en que se hab¨ªa detenido el autob¨²s 15, en cuya puerta trasera hab¨ªa ca¨ªdo muerto Antonio Esposito. All¨ª se detuvieron por un minuto para una ceremonia mucho m¨¢s sencilla. Alguien hab¨ªa colocado, sobre un enrejado de alambre, un cartel, hecho de madera contrachapada, y hab¨ªa adornado el conjunto con violetas. El cartel, con letras rojas, dec¨ªa:
? ?Ciudadano! Si te crees libre, recuerda que aqu¨ª cay¨® asesinado un generoso defensor de tu libertad.?
Hoy
Renato Curzio fue internado en una prisi¨®n de m¨¢xima seguridad, situada en una peque?a isla frente a la costa de Cerde?a, en la que presos y visitantes ten¨ªan que comunicarse por tel¨¦fono y verse a trav¨¦s de paredes de pl¨¢stico transparente. Curzio consider¨® que este tratamiento era inhumano, y en agosto de 1978 organiz¨® un mot¨ªn carcelario. Lo ¨²nico que consigui¨® fue ser trasladado a la penitenciar¨ªa situada en las cercan¨ªas de Palermo, donde encontr¨® que el aislamiento era aun
La admisi¨®n de que Cum¨ªo tenia raz¨®n, cuando, al ser trasladado por v¨ªa a¨¦rea de nuevo a Mil¨¢n, el 22 de enero ¨²ltimo, se quej¨® de que el nuevo juicio al que iba a ser sometido era por razones de pol¨ªtica, no implica simpat¨ªa alguna por ¨¦l.
El mecanismo de seguridad interior que iba a ponerse en marcha tras el que hab¨ªa sido desmantelado a principios de 1978 es todav¨ªa, y seg¨²n fuentes entendidas, un fracaso, habiendo aumentado el n¨²mero de atentados a propiedades y personas de 1.198, en 1976; a 2.124, en 1977, y 2.365, en 1978, lo que incluye 31 personas muertas y 377 heridas, en 1977, y 37 muertos y 412 heridos, en 1978. La Democracia Cristiana se enfrenta a la amenaza de otra baja en la opini¨®n p¨²blica acerca de su capacidad de hacer frente al problema del terrorismo, con el consiguiente debilitamiento de su posici¨®n.
Un nuevo juicio, en el que se mostrase desnuda la patologia del terrorismo -aunque los cargos que en ¨¦l se produjesen diesen la impresi¨®n de ser reiterativos-, podr¨ªa tener efectos pol¨ªticos positivos. Porque, pol¨ªticamente hablando, las Brigadas Rojas no han sido nunca tan vulnerables como ahora. Seg¨²n las ¨²ltimas estad¨ªsticas, se ha producido una proliferaci¨®n de grupos terroristas: 116, de extrema izquierda, y 21, de extrema derecha. Pero tambi¨¦n se ha producido una reacci¨®n p¨²blica de signo contrario.
Las Brigadas Rojas cuentan en la actualidad con unos 1.100 activistas, cien de los cuales son miembros regulares de la! mismas y los mil restantes, irregulares. Cuentan, tambi¨¦n, con unos 10.000 partidarios, aunque su organizaci¨®n se encuentra en franca divisi¨®n en cuanto a la efectividad pol¨ªtica de los ¨²ltimos asesinatos y tiene reservas en cuanto a la del ?asunto? Moro. Las Brigadas est¨¢n siendo atacadas pol¨ªticamente por el grupo -todav¨ªa m¨¢s extremista- L¨ªnea de Choque, y no parece descabellada la idea de una seria divisi¨®n en las filas terroristas.
Ocurra lo que ocurra, parece que se ver¨¢ afectado por el resultado de la decisi¨®n, tomada en diciembre por el Partido Comunista, de retirar su apoyo al Gobierno. Si la Democracia Cristiana cede a la impl¨ªcita petici¨®n comunista de mayor participaci¨®n en el Poder, en la forma de varias carteras en el Gabinete, el resultado es muy probable que sea una intensificaci¨®n de la campa?a policial contra las Brigadas Rojas. S¨ª, por el contrario, los comunistas vuelven a representar su papel de partido de protesta militante, podr¨¢ probarse la teor¨ªa expuesta en el art¨ªculo del peri¨®dico comprado por Antonio Esposito el d¨ªa de su muerte: que quienes hoy simpatizan con los terroristas vuelvan al regazo del partido y abandonen la l¨ªnea revolucionaria.
Sentado en su celda de la prisi¨®n de Mil¨¢n, Renato Curzio sue?a con la reestructuraci¨®n de Italia para un comunismo aut¨¦ntico y se muestra preocupado por la desuni¨®n que amenaza con reducir el movimiento a un mont¨®n de gui?apos.
En un apartamento de renta reducida, sobre una colina genovesa desde la que se domina el mar, Anna Maria Esposito y sus dos hijos, Raffaela, de siete a?os, y Giuseppe, de seis, viven, solos, de la modesta paga de la primera y de su pensi¨®n de viudedad.
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