La hora de las verdades
Desplazar a la derecha del poder fue el objetivo claro del PSOE en las pasadas elecciones. Medido por este rasero, hay que dejar constancia de la derrota socialista. De poco sirve esconder la cabeza debajo del ala y escurrir el bulto, aludiendo a una indudable consolidaci¨®n de los resultados, sorprendentemente altos, del 15 de junio. Cierto, el PSOE se ha ratificado como el partido mayoritario de la Oposici¨®n, pero tambi¨¦n UCD se ha consolidado como el partido gobernante. Lo grave es que esta situaci¨®n muy bien pudiera durar muchos a?os: si extrapolamos las actuales tendencias, UCD gobierna y el PSOE contin¨²a siendo el partido mayoritario de la Oposici¨®n, pero cada vez a menor distancia de los comunistas y a mayor de UCD. El panorama es verdaderamente pavoroso para aquel que tenga una m¨ªnima sensibilidad pol¨ªtica o le importe el porvenir democr¨¢tico de nuestro pa¨ªs.Dos cuestiones se imponen en este momento. ?Fue realista y atinada la meta de relevo en el Gobierno que se propusieron los socialistas? En tal caso, ?cu¨¢les han sido las causas del fracaso? En torno a estos dos temas, perm¨ªtanseme algunas consideraciones cr¨ªticas, qu¨¦ no pretenden m¨¢s que iniciar una discusi¨®n, tan urgente comonecesaria, sobre el estado actual y futuro probable del socialismo espa?ol.
Lo primero que hay que decir, en el momento de la derrota de la izquierda, es que la estrategia del PSOE, en sus l¨ªneas generales, ha sido correcta. Los a?os 1976 y 1977 mostraron, sin dejar la menor duda, que las fuerzas democr¨¢ticas eran demasiado d¨¦biles para cuestionar el orden institucional establecido. No hubo otro remedio que intentar avanzar por los angostos canales que abri¨® la derecha desde el poder, a la b¨²squeda de su propia legitimaci¨®n democr¨¢tica. El ¨¦xito alcanzado por los socialistas el 15 de junio revalid¨® plenamente esta estrategia: aceptar la reforma, para provocar desde dentro, -y con la ayuda de los votos, una ruptura expresada en un cambio de Gobierno. Hab¨ªa que empujar desde el poder las reformas econ¨®micas, sociales y administrativas m¨ªnimas imprescindibles para que la democracia fuese algo m¨¢s que una nueva fachada institucional que salvaguarda y legitima los intereses de siempre.
El PSOE centr¨® su estrategia en dos objetivos claves que parec¨ªan, y siguen pareciendo, acertados: primero, Constituci¨®n democr¨¢tica, que no pod¨ªa ser m¨¢s que pactada; segundo, tan pronto la Constituci¨®n. aprobada, obligar al Gobierno a convocar elecciones generales, con la esperanza fundada de que el electorado pasase la cuenta a un Gobierno ucedista que se hab¨ªa caracterizado por su debilidad e ineficacia. Se trataba de cerrar as¨ª el proceso de reforma con el salto cualitativo que hubiera significado un Gobierno socialista.
Se ha conseguido el primer objetivo, que los socialistas compart¨ªan con las dem¨¢s fuerzas pol¨ªticas de derechas y de izquierdas. Se ha fracasado en el segundo, que contaba con la hostilidad manifiesta de la derecha y de los comunistas. Acaso no era desatinado creer en una victoria del PSOE contra UCD y PCE, objetivamente unidos en su pavor de un triunfo socialista. No tiene demasiado sentido esforzarse en hcer veros¨ªmil lo que los hechos han demostrado irrealizable. Sin embargo, si se acepta la f¨¢cil explicaci¨®n de que la meta socialista de llegar al poder era una tremenda ingenuidad, sin ninguna base real, se encubre peligrosamente el meollo de la cuesti¨®n: una estrategia correcta no alcanz¨® su objetivo principal porque se cometieron errores graves en la t¨¢ctica diaria. Si definimos el objetivo como imposible, nos ahorramos el indagar sobre las causas muy variadas del fracaso. Era correcto -me atrevo a m¨¢s: hist¨®ricamente necesario- intentar llegar en esta ocasi¨®n al poder, y, por tanto, importa desentra?ar, sin pelos en la lengua, las causas del fiasco. Tambi¨¦n en la pr¨®xima oportunidad los socialistas se encontrar¨¢n con la enemiga de la derecha y de los comunistas, dispuestos otra vez a cerrarles el paso con la amplia gama de denuncias y calumnias propias de su arsenal. Pero de poco servir¨¢n si a la estrategia correcta, lucha por el poder -el partido socialista, a diferencia de los otros llamados de izquierda, no es una secta ni un partido testimonial, sin posibilidad real de llegar al Gobierno-, se une una t¨¢ctica adecuada, capaz de movilizar a -amplios sectores sociales por el cambio pol¨ªtico y social.
No cabe duda de que los dos factores que m¨¢s han perjudicado a los socialistas han sido la postergaci¨®n de las elecciones municipales, incluso para despu¨¦s de las generales; el tiempo excesivo de elaboraci¨®n de la Constituci¨®n, que ha prolongado -y extendido a todas las esferas- el necesario consenso, reduc lendo y desprestigiando la actividad parlamentaria, Ser¨ªa muy arduo de dilucidar en el espacio de un art¨ªculo de peri¨®dico la responsabilidad que en estos dos hechos -menos en el primero que en el segundo- incumbe a la direcci¨®n socialista, pero, desde mi punto de vista, en ninguno de los dos se ve libre de toda culpa. En todo caso, no pienso que la f¨¢mula acertada en el per¨ªodo de transici¨®n hubiera sido el obligar a Su¨¢rez a aceptar un Gobierno de coalici¨®n UCD-PSOE. Si la pol¨ªtica de consenso ha desgastado, como era de esperar, m¨¢s a los socialistas que a la derecha, la coalici¨®n hubiera a¨²n incrementado exponencialmente el deterioro de imagen de los socialistas, con el riesgo evidente de que, de haberse constituido un Gobierno de,coalici¨®n, ¨¦ste hubiera durado hasta el t¨¦rmino de la legislatura en 1981, y para estas fechas ya nos habr¨ªamos quedado sin partido socialista. Como ¨ªndice del enorme desgaste que para los socialistas hubiera significado la coalici¨®n, t¨®mense los resultados de las ¨²ltimas elecciones, con p¨¦rdidas espectaculares o significativas, all¨ª donde los socialistas presid¨ªan la junta o el consejo auton¨®mico. Puede decirse sin exagerar que el se?or Tarradellas ha salvado a los socialistas catalanes, y si no hubiera existido, lo hubieran tenido que inventar.
Los dos fallos de exclusiva responsabilidad del PSOE, que en gran parte explican la derrota, se remontan al XXVII Congreso. El primero y fundamental radica en la confusi¨®n sibilina que emerge de muchos de sus documentos. Cierto que respond¨ªa a la situaci¨®n de un partido que sal¨ªa de la clandestinidad, con demasiada ?acumulaci¨®n ideol¨®gica? y muy poca experiencia; pero ello no justifica esa mezcla explosiva de marxismo mal asimilado con un radicalismo verbal, que encubre la falta de un an¨¢lisis de realidad y de metas razonables a medio plazo. Se pueden mencionar, sin duda, partes mejores y algunas incluso muy aprovechables, pero, en general, las ponencias aprobadas en el XXVII Congreso cavaron un foso insalvable entre doctrina y realidad, que trajo consigo un d¨ªstanciamiento. creciente entre militancia y direcci¨®n. En efecto, cuanto m¨¢s confusas, ut¨®picas o contradictorias las resoluciones aprobadas en un congreso, m¨¢s grande el margen de acci¨®n de la ejecutiva, pero.tambi¨¦n m¨¢s se aleja de la base, en cuanto los textos Program¨¢ticos configuran el marco de referencia para enjuiciar la actividad de la direcci¨®n. A los afiliados del PSOE no les resulta dif¨ªcil comprobar la distancia considerable que existe entre lo aprobado y lo realizado, pero a poco que est¨¦n avisados, tambi¨¦n comprenden las razones de estas diferencias.
El segundo fallo hay que buscarlo en la pol¨ªtica personal que sigui¨® el n¨²cleo de poder mayoritario. Lejos de integrar a las distintas fracciones, eligiendo en la comisi¨®n ejecutiva a las gentes m¨¢s capacitadas de que dispon¨ªa el partido, por el falso principio de homogeneidad en la direcci¨®n, que yo por lo menos denunci¨¦ en su d¨ªa, se coopt¨® a los amigos m¨¢s seguros y leales, de buena voluntad, pero sin dar la talla pcil¨ªtica e intelectual que cab¨ªa esperar de dirigentes de un partido que pronto iba a tener que aspirar al Gobierno. La consecuencia m¨¢s grave fue una concentraci¨®n excesiva de poder en los pocos dirigentes que, por dar la medida, tuvieron que acumular un exceso de tareas. Esta acumulaci¨®n de funciones en muy pocas personas ha sido un factor nada despreciable de la derrota: adem¨¢s de difundir, dentro y fuera del partido, una imagen poco atractiva, el trabajo parlamentario acogot¨® el m¨¢s importante de implantaci¨®n social del partido. Falto de secretario de organizaci¨®n, ocupado en otros-muchos menesteres, el PSOE no logr¨® llenar el enorme espacio socialista que se abri¨® el 15 de junio.
Cabe esperar que el XXVIII Congreso corrija con valent¨ªa todas estas deficiencias. La tarea funda mental consiste en la redacci¨®n de un programa verdaderamente so cialista, que sea a la vez presentable al pa¨ªs, con la esperanza fundada de arrancar una amplia mayoria. Pues si bien es cierto que con la confusi¨®n, por muy izquierdista y radical que se presente, no es posible llegar al poder, tampoco ofrece mejores perspectivas un programa que, como el electoral, corriendo unas cuantas comas, sea intercambiable con el de un partido moderno de derechas. Los socialistas no podr¨¢n avanzar con el radicalismo verbal -un enemigo interno que todav¨ªa hay que vencer-, pero tampoco con la acepta ci¨®n lisa y llana de una ideolog¨ªa demoliberal con ribetes obreristas. La derecha s¨®lo tiene intereses que defender y puede renunciar a las elaboraciones te¨®ricas. Los socia listas, o son capaces de crear nu? vas perspectivas, nuevas formas de lucha y un tipo nuevo de organiza ci¨®n, o quedar¨¢n a medio plazo tirados en la cuneta, agotados en sus reyertas intestinas.
Militante del PSOE
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