Una sala que espera
Un teatro -teatrito- nuevo: la Sala C¨¢ceres -del nombre de la calle donde est¨¢: para qu¨¦ m¨¢s imaginacion- que es peque?a , c¨®moda, con buena visibilidad. El proscenio avanza, como una proa, dentro de las filas de butacas que le rodean por tres partes. No tiene fondo ni telares, est¨¢ sobria, pero suficientemente dotada de luces. En salas como ¨¦sta -en salas peores, no tan bien dotadas- se ha ido haciendo todo el nuevo teatro europeo: autores que luego ser¨ªan Ionesco, Beckett o Arrabal. Con directores pobres, escenograf¨ªa de ocasi¨®n, actores desconocidos. Estos teatros, como confidenciales, que proliferaron en Paris, en Londes, en Bruselas o en Nueva York como defensa contra la riqueza de un teatro burgu¨¦s y rico que iba anquilosando la escena, tienen un puesto en la historia del teatro. Y siguen, felizmente, trabajando.Escenarios como ¨¦ste dan ocasi¨®n a la intimidad, a la aproximaci¨®n; tambi¨¦n a una forma de distanciamiento, cuando se ve tan de cerca el artificio -necesario, obligado- de la representaci¨®n, el doble fondo del teatro. Permiten muchas cosas. Entre otras, una reconstrucci¨®n del p¨²blico, diezmado y maltratado.
Deja que los perros ladren, de Sergio Vodanovic
Direcci¨®n de Jos¨¦ Francisco Tamarit. Actores: Fernando Mart¨ªn, Vicente Crua?es, Carmen Sorel, Jos¨¦ Luis Barcel¨®, Jos¨¦ AIbiach. Estreno: Sala C¨¢ceres, 4-IV-79.
La Sala C¨¢ceres tiene estas potencias. Est¨¢ esperando que se las utilice. Lo que el Centro cultural Esquema -que la programa- ha ofrecido para la inauguraci¨®n es, desgraciadamente, nulo. El tema es sano: un funcionario medio se ve presionado a la corrupci¨®n. Cae en ella, se lucra de ella, desalentado por la ineficacia de su honestidad y estimulado por su hijo y por un amigo ministro. Se regenera a tiempo; se regenera su hijo y un periodista c¨®mplice y supuestamente c¨ªnico. El tel¨®n final -el oscuro final, porque no hay tel¨®n: es un elemento que va dejando de existir -nos deja con la presencia de todos impulsados por la lucha contra el poder corruptor.
Todo este sano intento de un autor chileno est¨¢ malogrado por la ingenuidad, por el infantilismo con que est¨¢ tratado; por la falta de riqueza en la trama, en la acci¨®n, en el di¨¢logo. Los personajes son duros, no tienen flexibilidad humana; sus transiciones de ¨¢nimo, tan repentinas como injustificadas. En realidad, todos, malos y buenos, buenos que se convierten en malos y malos que se convierten en buenos, son, fundamentalmente, intr¨ªnsecamente, tontos.
Todo ello est¨¢ agravado por la interpretaci¨®n y por la direcci¨®n. No alcanzan la mediocridad. Los actores son como aficionados, pero sin la frescura y el inter¨¦s de la vocaci¨®n. Y, desde luego, sin la solvencia o la pr¨¢ctica de los profesionales. Son impresentables y es in¨²til e injusto se?alar gradaciones entre ellos.
La Sala C¨¢ceres espera. Quiz¨¢ no pueda encontrar un Beckett, aunque tropiece con algunos Arrabal. Pero puede hacer mucho por la reconstrucci¨®n del p¨²blico, del teatro, de la interpretaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.