Gu¨ªa de la paradoja iluminadora: el "Libro del Tao"
Se traduce en Espa?a el Libro del Tao y pienso que este libro va destinado a dos tipos muy distintos de lectores: los primeros son aquellos seriamente interesados en la dif¨ªcil filosof¨ªa oriental y que a lo largo de muchos a?os han ido buscando, en textos rigurosos, aquellas lejanas verdades; los segundos son el gran colectivo de j¨®venes y maduros peatones, angustiados y desgarrados, en las peque?as aceras, en los pubs, en el absurdo vivir de la urbe en la que se levanta, como in¨²til catapulta, los bloques de mil ventanas sin retina ni gemidos.Para unos y, para otros, este libro biling¨¹e, con sus grafismos chinos como gui?os de esperanza, ha de ser capital.
Ya el gran y misterioso narrador norteamericano Salinger pre?¨® su obra literaria de Budismo Zen (Levantad, carpinteros, la viga maestra, Ediciones Bruguera) en esas sus historias cotidianas de la ciudad de Nueva York donde ese misterio oriental de la b¨²squeda del Ser lubrifica la asfixiante atm¨®sfera de la Quinta Avenida.
Libro del Tao
Lao Zi.Traducci¨®n, pr¨®logo y notas de Juan Ignacio Preciado. Ediciones Alfaguara. Madrid. 1978.
Para quienes buscan en las mil terapias que hoy se ofrecen -psicoanalistas, psicomotrices, esot¨¦ricas, y¨®guicas- la raz¨®n de sus vidas o, cuando menos, un m¨ªnimo alivio para la angustia y la melancol¨ªa, el Libro del Tao ha de ser, de seguro, gu¨ªa espiritual s¨®lida, porque tiene la virtud -como la tienen los escasos libros que son grandes en su clara oscuridad- de hablarle directamente a uno. La palabra aut¨¦ntica, la palabra esencial, habla al lector lo que ese lector necesita en ese momento. A fin de cuentas, las grandes obras del pensamiento s¨®lo son pura mediaci¨®n para crear en el lector esa emoci¨®n-reflexi¨®n o lo que sea que va, directamente, como la flecha a la diana, a reconstituir la propia identidad.
El Libro del Tao, aqu¨ª en las manos, le¨ªdo, tocado, opera en nuestro subconsciente para calmar un poco la sed, si es que esa sed puede calmarse.
El Occidente -por llamar de alguna forma esto en lo que se ha convertido el mundo- crece en hormig¨®n armado, en trigales, en productos qu¨ªmicos, en productos in¨²tiles, en computadoras, y para detener este ?maesltrom? loco e imposible, la ?civitas?, desparramada en solares lunares y detritus prehist¨®ricos, pone bajo el cielo rojo anuncios luminosos, reclamos con olor a s¨¢ndalo, fosforescencias himalayas para los abrumados por la falta de amor en las ciudades-dormitorio, para que esos abrumados hagan la postura de la cobra o del embri¨®n, se concentren en Brahman, practiquen la respiraci¨®n abdominal en sus inh¨®spitas colmenas. Es como la anciana a la que no han mandado todav¨ªa al asilo y ella, aunque no tiene luz buena, para permanecer con los suyos, trata de ser ¨²til enhebrando una aguja con la mano fr¨ªa y temblorosa.
En todo este horror, el Libro del T¨¢o consuela, como consuela una m¨²sica olvidada, como consuela hallar la fraternidad, siquiera por un instante, en la esquizofrenia colectiva.
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