El mensaje de la Corona
EL MENSAJE de la Corona, le¨ªdo ayer por el Rey en una sesi¨®n conjunta del Congreso y del Senado, ha inaugurado la primera legislatura del Parlamento espa?ol despu¨¦s de que la etapa de tr¨¢nsito hacia la democracia -propiciada y defendida por don Juan Carlos de Borb¨®n- culminara en un r¨¦gimen plenamente constitucional. No fueron escasas las actitudes de desconfianza y de reticencia, a lo largo de ese per¨ªodo, respecto a los prop¨®sitos ¨²ltimos del Monarca al emprender, hace tres a?os, con claridad y firmeza, el camino del restablecimiento de las libertades. Sin embargo, la incondicional aceptaci¨®n por el Rey de los trabajos de las anteriores Cortes y del texto de la Constituci¨®n, que recort¨® dr¨¢sticamente los privilegios de la Jefatura del Estado y consagr¨® su figura como titular del poder moderador caracter¨ªstico de las monarqu¨ªas parlamentarias, dej¨® sin argumentos a los m¨¢s suspicaces. La prudencia y delicadeza de don Juan Carlos a lo largo de la etapa constituyente es un ejemplo hist¨®rico, ya que no fue la necesidad, sino el ejercicio consciente y libre de la voluntad, su origen. Don Juan Carlos ha dado as¨ª muchas y significativas pruebas desde noviembre de 1975 de su decidido prop¨®sito de desempe?ar la Jefatura del Estado y la titularidad de la Corona sin la m¨¢s m¨ªnima interferencia con las decisiones de los representantes de la soberan¨ªa popular.El Rey ha comparecido ante las Cortes con el uniforme de capit¨¢n general del Ej¨¦rcito de Tierra, en su condici¨®n de jefe supremo de las Fuerzas Armadas, tal y como lo establece el art¨ªculo 62 de la Constituci¨®n. A nadie se le oculta la significaci¨®n e importancia que, para la definitiva consolidaci¨®n de la democracia, reviste el hecho de que el v¨¦rtice de la jerarqu¨ªa militar y la m¨¢xima representaci¨®n de las instituciones de la sociedad civil sean ocupadas por quien de manera tan expl¨ªcita, consecuente y voluntaria ha promovido y respaldado el regreso a un r¨¦gimen de libertades basado en la soberan¨ªa del pueblo. Y a este respecto tal vez no resulte innecesario mencionar la especial sensibilidad de las Fuerzas Armadas ante los s¨ªmbolos que resumen un pasado com¨²n y que condensan valores y creencias situados por encima de las contingencias pol¨ªticas. La bandera de Carlos III es ya, con la legitimidad democr¨¢tica a?adida que le confiere la Constituci¨®n, la ense?a de todos los espa?oles, sin distinci¨®n de ideolog¨ªas y sin merma de los derechos de las comunidades aut¨®nomas a utilizar tambi¨¦n sus propias ense?as. No existe, por lo dem¨¢s, raz¨®n legal para impedir a los partidos republicanos, amparados por los derechos de asociaci¨®n y de expresi¨®n, la utilizaci¨®n de la bandera tricolor como distintivo de sus agrupaciones, ancladas en un pasado respetable, aunque de improbable reactualizaci¨®n. Pero resulta bastante absurdo que los partidos que aprobaron, primero en las Cortes y luego en las urnas, el texto constitucional den, en ocasiones, lugar para que los hipersensibles les acusen de ambig¨¹edad en este terreno. No se debe -ni se puede- prohibir que en las manifestaciones y los actos de masas de la izquierda parlamentaria flameen ense?as tricolores; pero tampoco hay raz¨®n alguna para que esos partidos escatimen el despliegue de la bandera de Espa?a, descrita en el art¨ªculo 4 de la Constituci¨®n, en tales ocasiones.
El Rey ha indicado en su mensaje que se considera el primer espa?ol a la hora de cumplir sus deberes, y de manera muy especial ?el de guardar y hacer guardar la Constituci¨®n?. Ha hablado, en todo momento, en su ?condici¨®n de ¨¢rbitro y moderador?. La costumbre arraigada en el Reino Unido de que el mensaje de la Corona sea, en realidad, el discurso del primer ministro, necesitar¨¢, todav¨ªa largo tiempo para entrar en la vida pol¨ªtica espa?ola. Porque, hasta que la alternancia al frente del Poder Ejecutivo de formaciones pol¨ªticas rivales no desti?a al cargo de presidente del Gobierno de las connotaciones que todav¨ªa tiene de imprecisa intemporalidad, existir¨ªa el riesgo de confundir la neutralidad de la Jefatura del Estado con el patrocinio.
El Rey ha se?alado, con acierto, que las metas conseguidas en la anterior legislatura s¨®lo son un punto de partida para el logro de otras nuevas. Efectivamente, la Constituci¨®n ?consiste en actuar?. Del edificio del sistema democr¨¢tico s¨®lo han sido construidas las paredes maestras. Queda todav¨ªa una ardua labor de desarrollo constitucional, de elaboraci¨®n y aprobaci¨®n de las leyes org¨¢nicas que tienen que, articular los prop¨®sitos enunciados con car¨¢cter general e indicativo en la norma fundamental. La aton¨ªa y el ritmo lento de los dos primeros meses de nuevo Gobierno confieren al recordatorio protocolario de don Juan Carlos una notable oportunidad. As¨ª como tambi¨¦n la reflexi¨®n de que una eficaz vida parlamentaria debe ser ?el indicador que mida el prestigio y el arraigo popular de la democracia, para que la sinton¨ªa con la calle, con cada plaza de cada pueblo de Espa?a, no se pierda nunca?. En alguna ocasi¨®n se?alamos, durante la anterior legislatura, las responsabilidades pol¨ªticas e hist¨®ricas que incumben a los diputados y senadores para defender la dignidad del Parlamento y vigorizar su contacto con la sociedad civil que lo ha elegido. A veces, los enemigos del sistema de democracia representativa encuentran la mejor munici¨®n para sus ataques precisamente en el comportamiento de los parlamentarios.
Particular inter¨¦s revisten los p¨¢rrafos del mensaje de la Corona que se?alan la insuficiencia de la delegaci¨®n en los diputados y senadores de las responsabilidades ciudadanas para una vida realmente democr¨¢tica. La participaci¨®n popular no debe limitarse a la comparecencia en las urnas cada cuatro a?os, aunque la representaci¨®n electoral sea el cimiento de las libertades p¨²blicas. El rec¨ªproco compromiso entre el pueblo y las instituciones ?debe descansar en un contacto permanente, en una transparencia absoluta y en una informaci¨®n objetiva? que asegure el control social sobre los distintos centros de poder. Un r¨¦gimen pluralista es inconcebible sin democracia representativa; pero ¨¦sta, a su vez, ha de estar alimentada y ha de fomentar la permanente presencia de los ciudadanos en la vida p¨²blica. El llamamiento a la paz, al orden y al respeto a la ley, la exhortaci¨®n para no regatear esfuerzos y sacrificios para ?la definitiva extirpaci¨®n de esta deplorable plaga de las sociedades modernas que es la agresi¨®n terrorista?, van unidos, en el mensaje del Rey, al ?reconocimiento y aplicaci¨®n rigurosa de los derechos humanos?. Porque es ?en el reconocimiento de los derechos de todas las personas, pueblos y culturas donde la paz de Espa?a ha de encontrar la mejor defensa?. Aunque el Rey no hiciera menci¨®n expresa del Pa¨ªs Vasco, lo que explica el silencio de la minor¨ªa nacionalista al t¨¦rmino del discurso, es evidente que los problemas de Euskadi lat¨ªan en esa parte del mensaje de la Corona. Ahora bien, ser¨ªa injusto e incorrecto que el Gobierno dejara, por incapacidad, confusi¨®n y pasividad en su propia gesti¨®n, que ese conflicto llegara a tal grado de deterioro que comprometer¨ªa al Jefe del Estado. El presidente Su¨¢rez debe actuar, y cuanto antes, en esta cuesti¨®n, si no se quiere poner en peligro la definitiva y total normalizaci¨®n pol¨ªtica espa?ola.
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