La Tierra, el hombre y la vida
Embajador de Espa?a.Ex ministro de Justicia
Cuando los astronautas contemplan la Tierra, el planeta Tierra, desde una ¨®rbita extraterrestre, les aparece, en la inmensidad del cosmos, como la casa del hombre, su morada, su mansi¨®n.
El hombre, hecho, a lo que parece, del barro, del limo de la tierra, el hombre terrenal, necesita ¨¦sta para vivir. Cuando sale de su esfera tiene que llevar el agua, el aire, la alimentaci¨®n y el entorno que le sustentan en ella, y siente, como irresistible, la atracci¨®n f¨ªsica y moral de la tierra. La ley de la gravedad le ata y le impele con la misma severidad que a las dem¨¢s cosas y seres creados; solamente como un breve y aparatoso inciso puede sustraerse a ella.
Pero tanto necesita el hombre de la Tierra como ¨¦sta del hombre, para ser el ¨²nico planeta o astro conocido que no solamente tiene materia y energ¨ªa, sino que tiene tambi¨¦n vida. En el principio, cuando cre¨® Dios los cielos y la tierra, ¨¦sta ?era algo ca¨®tico y vac¨ªo, y tinieblas cubr¨ªan la superficie del abismo, mientras el esp¨ªritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas?. A estas tinieblas y ese caos lleg¨® primero la luz f¨ªsica; luego, la aparici¨®n de la tierra seca, antes cubierta por las aguas, y finalmente, la vida; primero, la vida vegetal; despu¨¦s la vida zool¨®gica del agua, del aire y de la tierra, y por ¨²ltimo, la vida humana. El universo conocido est¨¢ lleno de materia y energ¨ªa, que parecen ser la misma cosa. Una vida que consiste en nacer, vivir, reproducirse y morir, en un ciclo incesante y profundamente misterioso.
De donde haya salido la materia en todas sus formas, la energ¨ªa con todas sus manifestaciones, la vida en todas sus variedades, es cosa que solamente puede ser objeto de creencia o de imaginaci¨®n, no de ciencia. Las dos tesis contrapuestas de la creaci¨®n y la evoluci¨®n van acortando sus distancias. Jam¨¢s podr¨¢ la ciencia probar nada sobre el origen del universo y de la vida. Se ha hecho m¨¢s cauta, m¨¢s humilde y, por ello, m¨¢s profunda, que es como crece la ciencia -como crece todo- Sin renunciar a las ?pruebas? -contar, pesar y medir-, que son su fundamento, tiende m¨¢s y m¨¢s a la ?probabilidad?. De la f¨ªsica cuantitativa, la relatividad y la f¨ªsica at¨®mica, se puede decir, desde una ?indocta ignorancia?, que se trata de una matem¨¢tica ?imaginaria? que viene desde Plat¨®n. A todo hombre de ciencia se aplica el dicho shakespeariano de que ?hay m¨¢s cosas entre el cielo y la tierra que las que caben en su filosof¨ªa?.
Por su parte, la fe se ha hecho menos dogm¨¢tica. Porque ?la letra mata, mas el esp¨ªritu vivifica?; ha renunciado a la interpretaci¨®n literal de los textos inspirados y, sin dudar de su credibilidad, se ha sumergido en una cr¨ªtica y una ex¨¦gesis mucho m¨¢s profunda y severa de ellos que lo que han sido los del pensamiento agn¨®stico. Hay, s¨ª, creaci¨®n ex nihilo, pero lo que sean la creaci¨®n o g¨¦nesis y la nada, siendo cosas tan prodigiosas, requieren, para su aceptaci¨®n, una fe no menos prodigiosa que ellas mismas. Una fe sencilla y valerosa.
Lo que anima, embellece y enaltece el conjunto del universo visible o perceptible -del invisible o imperceptible nada se sabe- es la vida, y dentro de ella, la vida humana emerge como el supremo valor. Que del hombre, que es un ser que conoce del bien y del mal, capaz de perfecci¨®n y de corrupci¨®n, de esperanza y de desesperaci¨®n, de gozo y de dolor, de odio y de amor, con ra¨ªces de todo ello ancladas en su coraz¨®n desde que nace hasta que muere, pueda decirse que es un producto del azar y la casualidad, del juego infinito de las mol¨¦culas y de los ¨¢tomos, es desconcertante; pero ocurre que la inteligencia humana es un instrumento tan maravilloso que puede moverse y alcanzar desde la m¨¢s pura sabidur¨ªa a la m¨¢s perfecta imbecilitas (y que cada uno entienda como quiera lo que es sabidur¨ªa y lo que es imbecilitas).
El hombre, en esa versi¨®n, no ser¨ªa la criatura hecha a imagen y semejanza de Dios, cosa considerada m¨ªtica, fabulosa, quim¨¦rica, nacida de la imaginaci¨®n y del natural anhelo de felicidad consustancial a la menesterosidad e infelicidad del hombre. Este crear¨ªa a Dios y pondr¨ªa su anhelo y su esperanza en la obra, material o ideal, de su propia creaci¨®n. El Dios de los cristianos ser¨ªa uno de tantos ¨ªdolos, porque el ¨ªdolo es ese fruto de las manos o de la imaginaci¨®n del hombre, al que se rinde culto; y as¨ª, en esa l¨ªnea de pensamiento, se llega desde decir que el hombre no ha podido salir de la nada, a presentarle como ?un ser para la nada?. En verdad, si un ser como el hombre fuese el producto de la casualidad y el azar, habr¨ªa que deificar lo uno y lo otro, porque solamente siendo dios o diosa una y otra cosa se puede imaginar un tal portento; as¨ª como tambi¨¦n habr¨ªa que reconocer que la ?nada?, recibiendo a tales seres, hechos para ella, se enriquec¨ªa y potenciaba.
Con esa degradaci¨®n y esa nada del hombre, contra ese desamparo y esa desesperanza que suenan como un maldecir, como una maldici¨®n, resuenan prodigiosamente las palabras de San Pablo: ?As¨ª tambi¨¦n en la resurrecci¨®n de los muertos, se siembra corrupci¨®n, se resucita incorrupci¨®n; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual ... ? Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se confirman las palabras de la Escritura: la muerte ha sido derrocada con la victoria. ?D¨®nde est¨¢, ?oh, muerte!, tu victoria? ?D¨®nde est¨¢, ?oh muerte!, tu aguij¨®n? (I. C., 42-44-55). Y tambi¨¦n esas otras palabras inspiradas: ?Despierta t¨² que duermes, lev¨¢ntate de entre los muertos y Cristo ser¨¢ tu luz.? De ellos probablemente arranca la admirable serenidad del poema: ?Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte ... ? Todo es como una ?consagraci¨®n de la primavera?, la primavera, la primera verdad.
El hombre no est¨¢ hecho s¨®lo para la felicidad. Por eso pec¨® Ad¨¢n, porque no le bastaba la perfecta felicidad de ser el jardinero del maravilloso jard¨ªn del Para¨ªso. Quiso m¨¢s, pero quiso mal, y por eso perdi¨® incluso la felicidad. Pero ni aun al hombre no ya paradis¨ªaco, sino terrenal, le basta la felicidad. El hombre necesita la gloria, que es otra cosa. No ya la gloria de los creyentes, que es la visi¨®n y posesi¨®n de Dios en el cielo, sino la simple gloria humana, esa de la que se advierte ?as¨ª pasa la gloria del mundo?. S¨ª, la gloria, aunque no sea ¨¦sta m¨¢s que un ?olvido aplazado?, aunque se eiga que es el ?sol de los muertos?. La gloria que no debe ser perseguida, pero s¨ª ella perseguir las acciones que la justifican, porque ?el deseo de alcanzarla es activo en gran manera?. De Gaulle dec¨ªa que el franc¨¦s y Francia no pod¨ªan vivir sin ?la gloire?. Y Cyrus Vance, dirigi¨¦ndose a los americanos recientemente, cant¨¢ndoles las virtudes de Am¨¦rica: ? La manera de vivir de nuestro pueblo y lo que representamos como naci¨®n sigue teniendo un atractivo magn¨¦tico en todo el mundo,?
No basta la felicidad. El hombre finalmente ?desalinenado? de Carlos Marx, ya en la apoteosis de la socializaci¨®n, que puede ser agricultor por la ma?ana, pescador o cazador por la tarde, ganadero en el intermedio y cr¨ªtico al atardecer, es como la perfecci¨®n, el summum de la mediocridad humana, s¨®lo comparable con el ?peque?o burgu¨¦s? agn¨®stico que se enriquece fraudulentamente para llegar a tener una cuenta numerada -y su coraz¨®n- en un banco extranjero. Si se le a?ade a esa mediocridad de todo materialismo la fatalidad de una muerte mortal, desalmada, en la que el cuerpo se desintegra en sus componentes f¨ªsicos, sin esperanza de resurrecci¨®n y de inmortalidad, se llega a lo que es, desdichadamente, la imagen de millones de hombres de nuestro tiempo: la imagen del hombre terrenal. desterrado; una sociedad desgraciada, como Edipo despu¨¦s de dar muerte a su padre, como el hombre despu¨¦s de dar muerte a Dios.
La sociedad y sus instituciones no tienen sentido si no lo tiene el hombre, que es su textura. La sociedad y sus instituciones son como un recipiente, un vaso, un continente (de contener, que contiene), a los que hay que dar un contenido. El contenido no puede ser otro m¨¢s que de vida. Lo que da sentido y enriquece la vida es su propia abundancia. Cuanto m¨¢s grande es el continente sin contenido, m¨¢s resalta su vaciedad. Cuando se pregunta c¨®mo es que el hombre actual, que tiene esto y lo otro y lo de m¨¢s all¨¢, puede estar desencantado, la contestaci¨®n es que porque a eso y lo otro y lo de m¨¢s all¨¢ les falta vida. El mismo desencanto de la exploraci¨®n del espacio solar, que no encuentra, hasta ahora, ni un rastro de vida.
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